viernes, 28 de diciembre de 2012

Lolita




¡Vaya cara que trae Lolita! La de los días de lluvia ¡Cualquiera le aguanta el día!
He decidido ponerme simpático.
- ¿Qué tal Lolita? ¡Hoy vienes con el guapo subido! 
Ni me mira, ni me contesta. Insisto. 
- Mira, hoy tenemos poco trabajo y ha llamado D. Ramón. No vendrá hasta medio día. Te invito a un suculento desayuno.  ¿Hacen unas porritas con un chocolate calentito?
- Bueeeno, dice, como accediendo a la fuerza
Su mirada se hace más dulce. 
Salimos a la calle. Llueve a mares. Nos apretujamos bajo el paraguas. Me mira y sus ojos sonríen ¡Realmente está guapísima! La beso y me responde ¡Me está tocando el culo!



viernes, 14 de diciembre de 2012

La celda


- ¡Imbéciles! ¡Estoy rodeado de ineptos!

Estas son las frases usuales que D. Servando, el director financiero, nos dirige cuando después de una comida de negocios llega al despacho pasadas las cinco de la tarde, hora que, por otra parte, es la del final de nuestra jornada.

Vuelve con una furia irrefrenable y abre la puerta de la celda pidiendo, a gritos, estadillos, cuentas, pagos pendientes, analíticas ¡Al momento! Así hasta las nueve de la noche. Sus malos modos son insoportables.

Hoy son las cinco y diez. D. Jesús, abre violentamente la puerta de la celda gritando:

-¡Manolo!

Manolo se levanta y, humildemente, dice:

-¿Por favor D. Servando, le importaría llamarme Manuel? La respuesta es fulminante

-¡Tu eres gilipollas!

viernes, 30 de noviembre de 2012

Prohibido el paso


Aquí estaba yo, en la aduana del aeropuerto de barajas, a la una y media de la madrugada, esperando a que “el vista” volviera de tomar su cena según me había informado el agente de la guardia civil que me retuvo a mi llegada. En la misma habitación, y en espera de la misma persona, estaba el que había sido el director de la Escuela en la que yo había estudiado, acompañado de dos elegantes señoras y de tres enormes maletones, como yo no había visto antes.

Su presencia y el tamaño de las maletas me tenían intrigado ¿Que haría aquí D. Miguel con aquellas maletas? Por lo demás, no era raro teniendo en cuenta que él era natural de las islas de donde yo acababa de llegar.

Yo venía de participar, durante los últimos tres días, en una convención, que el nuevo responsable para Europa de la compañía americana para la que trabajaba, y a la que había convocado a representantes de nuestras oficinas y clientes de toda Europa. Una convención por todo lo alto; sobre todo, teniendo en cuenta que la situación económica de la compañía no era demasiado boyante.

Una vez acabada la convención, decidí hacer la compra que tenía prevista. Un reproductor de vídeos VHS. En un puerto franco se podían comprar este tipo de cosas a un precio más bajo que en la península. Estaba el problema de la garantía, pero, por una vez, decidí hacer algo de lo que algunos amigos presumían pasándote por los morros ese reloj estupendo o esa calculadora que habían comprado tan baratos en cualquier lugar fuera de España o, al menos, de la península.

Fui a la tienda y regateé con el indio de turno el precio del reproductor NEC que me ofrecía y que parecía estupendo. Había un pequeño problema, el manual estaba en sueco, danés y noruego. Con el inglés me puedo apañar pero con estos idiomas... El indio me aseguró que estaban traduciendo el manual al español y me pidió mi dirección para enviármelo. No lo pensé más y  lo compré.

En el hotel, estropeé la caja todo lo que pude, la pintarrajeé con bolígrafo, la até con cuerdas, solo me faltó darle un martillazo al aparato...No sirvió de nada. Cuando, a la llegada a Barajas, pasaba delante del guardia civil de turno, éste me paró y pregunto con tono bastante agrio:

— ¿Que lleva usted ahí? 

—Un reproductor de vídeo, respondí.

— ¿Cuánto le ha costado?, preguntó en el mismo tono.

Le explique que venía de una convención que había organizado mi empresa, que el reproductor del hotel estaba estropeado y había tenido que llevar el nuestro.

— ¿Tiene la factura?, preguntó. Le dije que no y casi gritando me dijo.

—Espere usted aquí hasta que venga “el vista”.

Cuando “el vista” llegó y vio lo que tenía allí vino a preguntarme y yo le dije, con la mayor tranquilidad que pude aparentar, que no tenía prisa, que atendiera a las otras personas. Tenía interés en conocer el misterio de las maletas.

Se fue a por D. Miguel y las señoras y les pidió que abriesen las maletas. De allí salió toda clase de ropa de marca, italiana, sin estrenar, de hombre y de mujer y D. Miguel se puso a explicar que esa ropa era del Cabildo ¿del Cabildo? 

El vista, viendo que aquello iba a ir para largo, se volvió hacia mí y pregunto:

— ¿Y a usted que le pasa? ¿Que hay en ese paquete? 

Conté de nuevo la historia del vídeo y me preguntó lo mismo que el guardia civil 

— ¿Cuánto le ha costado? 

Volví a repetir la historia del reproductor estropeado del hotel, que aquel era de la empresa... 

Me miró con cara de guasa y me dijo:

— ¡Váyase usted!

Salí de la sala más contento que un tonto con una gorra a cuadros y preguntándome en que estaría metido D. Miguel, funcionario de carrera, abogado — un tiempo después consiguió un puesto en el Tribunal Constitucional — intentando pasar ropa de importación diciendo que era propiedad del Cabildo.

Conseguí hacer funcionar el reproductor de vídeo con la ayuda de Peter, un compañero de trabajo, y de los esquemas del manual en idiomas escandinavos. Por supuesto, nunca más tuve noticias del indio ni del manual traducido al español; ambos se quedaron en las Islas afortunadas.


jueves, 22 de noviembre de 2012

EL PREMIO


Hay una tribu, la que domina en la selva, que, cada año, otorga un premio al mejor jefe de entre las diferentes tribus que la pueblan. Se reúnen los notables para elegir quien debe recibir el premio en cada ocasión y los tam-tams redoblan por toda la selva para dar la noticia del elegido de manera que nadie se quede sin conocerlo.

El jefe de mi tribu es un poco perezoso para desplazarse por la selva. Está un poco mayor o no le gusta encontrarse con alguno de los otros jefes, no lo sé, pero cada año, delega en mí la asistencia al evento. En realidad, aunque mi mente está más interesada en otros temas, no estoy dispuesto a perderme el espectáculo. Por otra parte, observo que los más jóvenes de mi tribu están aun menos interesados que yo en hacer este tipo de acciones de representación, por otra parte, necesarias.

El acto se celebra en la gran Choza, en el centro de la selva. Se las arreglan para que, cada año, la choza parezca diferente, utilizando distintos tipos de abalorios para decorarla. Los representantes de las distintas tribus, todas las que reconocen al mismo gran jefe supremo, asisten puntualmente.

Observo que, cada vez, hay más representantes femeninas, creo que está bien, dan mucho más colorido y aportan un aire más fresco a la representación. Este año, además, ha asistido un invitado especial; el representante de un grupo de jóvenes que han revolucionado la selva organizando competiciones corriendo tras una gran pelota; futbol lo llaman. También dos grandes hechiceros; bueno, hechicero y hechicera, que han alcanzado gran renombre entre las tribus. Como dicen que hablan con los espíritus, hasta los jefes les tienen respeto. Me falta decir que todos los asistentes debemos presentarnos debidamente disfrazados de animales, de acuerdo con el rango de cada uno.

Afortunadamente, este año también ha venido, desde su tribu, mi amiga uku-uku, una excelente relaciones públicas, en representación de su jefe, que, como al mío, parece que no le gusta aparecer en estos actos.  Uku-Uku, tampoco se siente cómoda  entre gente que no conoce demasiado y he tenido que ejercer mis buenos oficios para que las doncellas disfrazadas de ardillas, que realizan esta función de organización, nos coloquen en la misma esterilla.

En estos actos, las esterillas se ubican por el lugar que los animales que representan los disfraces, ocupan, jerárquicamente, en la jungla, la selva, la sabana... En esta ocasión, el acto no empezó hasta que los reyes de la sabana, el león y la leona — hechicero y hechicera — aparecieron y, con gran parafernalia, dieron su  asentimiento para el comienzo del acto. 

Inmediatamente, el señor pavo real —el delegado del jefe  de la tribu organizadora— subió al estrado para hacer, de la manera más ampulosa posible, el panegírico del premiado y se llevó grandes aplausos que no cesaron hasta recibir al mono tití que, con grandes aspavientos y una sonrisa de circunstancias salió a recibir el premio y a expresar su agradecimiento con reverencias a los elefantes y los tigres que ocupaban las primeras esterillas. Éstos mostraban, con signos de asentimiento, su satisfacción de cómo se estaba desarrollando el evento.

Más retirados de los grandes depredadores, ya en tercera fila, estaban las esterillas con las hienas y los mandriles, que, riendo fuerte y criticando por lo bajo esperaban su oportunidad de aprovechar los descuidos de los grandes depredadores para recoger sus sobras.

En esta representación hay quien no descansa, las doncellas disfrazadas de ardillas que, nerviosas y simpáticas, con las orejas inhiestas y ojos despiertos, están dispuestas para percibir las sutiles señales del pavo real o  de los grandes depredadores para acudir prestas a resolver cualquier problema y sofocar cualquier amago de incendio que aparezca en la representación.

Uku-uku y yo, mimetizados con el paisaje, disfrazados de lagartos, y absortos en nuestra conversación, no despertamos hasta que el pavo real hizo su discurso de despedida — Hasta el año próximo, dijo.

En ese momento, el hechicero, con la piel de rey de la sabana sobre él, subió al estrado y, con un discurso de gran porte, para dejar clara su superioridad sobre el pavo real, dio por concluido el acto. En ese momento, todos los animalitos nos levantamos de las esterillas, perdimos parte del formalismo y, sin olvidar nuestro lugar en la jerarquía,  intercambiamos lugares para sonreírnos, saludarnos y mostrar nuestro deseo de vernos en otras ocasiones menos formales. 

El representante de los jóvenes futboleros, mimetizado en Búho, que había estado muy atento a cuanto pasaba a su alrededor, aprovechaba la oportunidad para hacer contactos con aquellos jefes que ,en su opinión, no estaban haciendo, en sus respectivas tribus, todo lo necesario para apoyar ese deporte que él promueve.


jueves, 8 de noviembre de 2012

La manta religiosa

Soy una manta religiosa ¿Como he llegado a esta situación? A nadie de mi familia le había pasado antes. Mi madre, una manta zamorana, siempre dispuesta a dar calor suave y acogedor a toda la familia. Mi padre, una recia manta palentina, especializada en proteger pastores bajo la lluvia y el frío en las crudas noches de invierno. Incluso mis primas, que han venido de Sudamérica con sus alegres colorines y que me dicen que son "ponchos" - nunca había oído esa palabra - antes de conocerlas a ellas, y yo, mírame, aquí, abrigando las piernas de esta viejecita que todas las tardes reza sobre mí el rosario. De tanto rozarme una y otra vez con las cuentas me he aprendido de memoria todos todos los misterios. Cuando estoy sola, rezo y rezo por la viejecita ¿Donde me llevarán cuando mi amiga deje de rezar el rosario sobre mí?

domingo, 28 de octubre de 2012

El tío Alberto


El tío Alberto es el solterón de la familia. Hermanos y sobrinos, habíamos recibido su invitación y acudimos, resignados, a pasar una aburrida noche de viernes.
La cena, espléndida. Josefina, su fiel sirvienta, se había esmerado y la conversación, animada, ponía sordina a unos sonidos monótonos.
Ya tomando café, el tío se revolvía, nervioso.
¿Pasa algo? Pregunté.
¿No oís ese ruido? tic, tac, tic, tac…, Dijo.
El sonido nos conducía hacia el desván ¡Corrimos! Entramos en tropel empujando la puerta y una mujer, guapísima, nos recibió sonriente, sentada junto al viejo reloj.
¡Mi prometida! Anunció el tío.
Nos quedamos mudos por la sorpresa. Por una vez, la noche del viernes con el tío, no había resultado aburrida.

sábado, 20 de octubre de 2012

El cura ( II )


D. Félix, terminó la carrera joven, incluso recibió una dispensa papal para que pudiera cantar misa antes de cumplir la edad mínima prevista.

Curiosamente, había llegado al sacerdocio por un capricho del destino. No parecía estar destinado a ello. Su madre quedó viuda al acabar la guerra civil, con dos hijos pequeños: Félix y Aurora. El padre había muerto luchando por el bando republicano.

Ante lo precario de la situación económica, Félix y Aurora fueron internados en sendos colegios religiosos, de los que no debían salir hasta llegar a su mayoría de edad.

Félix, demostró un nivel de inteligencia poco común y, terminados sus estudios primarios, ingresó en el Seminario donde terminó su carrera en un tiempo récord.

Cantada su primera misa en la iglesia que ostentaba el arciprestazgo del barrio donde había nacido, se planteo su futuro. Su carrera había sido seguida con atención por Monseñor, por su brillantez, y decidieron no tomar una decisión precipitada al respecto.

Le asignaron la capellanía de un convento de monjas y unas clases de religión en un colegio, ambos de la orden a la que pertenecía.

Decía su misa en la capilla del convento, temprano, a las 8, rapidita. Al acabar, organizaba su agenda del día: Clase/s de religión en el colegio. Rastrillos y actos de caridad junto a señoras de la alta sociedad. Visita al arzobispado, ─ para mantener las buenas relaciones con monseñor ─.

Era joven, tenía demasiada energía. Se compró una moto deportiva. Necesitaba un vehículo ágil que le permitiese llegar a tiempo a todas sus citas. Era un primor verle como se arremangaba la sotana para no mancharla con la grasa del motor, y llegar al colegio entre el revuelo y la admiración de los chavales que se resistían a dejar de mirar la maravillosa moto.

Mas tarde, su llegada al Rastrillo o a los actos de caridad, era recibida, igualmente, con expectación y aparente respeto por las feligresas, que no dejaban pasar la oportunidad de cuchichear entre ellas e intercambiar sonrisas cómplices, y entre las que él se sentía como el gallo del gallinero.

Elvira, era una de sus colaboradoras más jóvenes y activas en los Rastrillos y actos de caridad. No hacía grupo con las señoras mayores, solo mantenía una cortés relación con ellas. Cuando llegaba D. Felix los ojos le brillaban, buscaba la oportunidad para estar cerca de él, ser la primera en atender sus peticiones, sus ideas, sus sugerencias. Su fervor caritativo subía muchos grados cuando él estaba cerca.

Una cosa llevó a la otra, empezaron a verse a solas con cualquier pretexto. Planificar actividades, organizar actos..... Pronto, la atracción de Elvira por Félix, se hizo mutua. El amor, o eso creyeron ellos, prendió en ambos. Pasaron unos meses de pasión y felicidad, ajenos al mundo que les rodeaba. Se confiaron.

Una tarde, terminado un Rastrillo con gran éxito, cuando ya estaban recogiendo los restos de la batalla, Doña Marta al entrar en uno de los habitáculos del Rastrillo les sorprendió en una actitud que consideró poco edificante. Les miró con ojos de reprobación y salió de la habitación.

Fue discreta. No montó ningún escándalo, pero los superiores de D. Félix tuvieron cumplida cuenta de lo sucedido. Monseñor no pudo intervenir. La buena estrella  de D. Félix se había eclipsado.

De aquí, al destierro. D. Félix fue destinado a atender a los feligreses de un grupo de pueblos perdidos en las montañas del Bierzo. La moto le sirvió trasladarse de uno a otro pueblo, pero su llegada en ella no despertaba la misma admiración. Solo, algo de extrañeza.

Elvira dejó de asistir a actos de caridad. Si nunca había estado demasiado integrada en el grupo de señoras, a partir del suceso, resultó imposible. Se marchó a Londres a trabajar como asistente en un hospital. Nunca más se vieron.

D Félix, ha vuelto a Madrid. Han pasado muchos años y aunque aun le queda algo de su actitud presumida, solo puede intentar lucirla en sus paseos por el Retiro.

martes, 16 de octubre de 2012

El cura ( I )



Me gusta ir al Retiro. Bien a pasear, bien a sentarme en un banco a leer un libro o a contemplar la barahúnda de gente que pulula de acá para allá ¿Meditando…? ¿Pasando el tiempo…? ¿Quién sabe?

Se acerca un cura. De los de antes, con sotana, corpulento, ya entrado en años. Se sienta junto a mí en el banco. Tiene ganas de hablar:
─ Soy D. Félix, se presenta, y señalando el libro que tengo entre las manos pregunta.
─ ¿Curiosidad o erudición? Me quedo cortado. Por la cursilada.

─Solo pasando el tiempo, le respondo.

Decididamente, tiene ganas de hablar.

─ Yo paseando. El médico me ha dicho que he de hacer ejercicio, ir al gimnasio. ¡Ir al gimnasio yo! ¡A mis años! ¡Ni lo piense! Pues entonces, me dijo, debe andar mucho. Y aquí estoy, dando un paseo. Porque, ¿Qué edad cree usted que tengo?

Me quedo perplejo. ¿Qué me importa a mí su edad?

─ Setenta, le digo.

Da un salto que me recuerda el que dio el cura del instituto cuando, en el examen de ingreso, me preguntó que quien era San José, y le dije que el padre de Jesucristo. Pensé, como entonces, que me iban a dar un sopapo.

─ ¡No me diga que represento Setenta años!  El enfado le sale por los ojos. Un poco asustado, le digo:

─ Bueno, 65, pero ni uno menos.

Duda, pero al fin dice:

─No, si tiene usted razón ─ No me aclara si sobre los 70 o los 65─  Pero, a otras personas a las que pregunto, me dicen 55... Me tomo mí tiempo y, con ganas de fastidiarle un poco, le digo:

─Padre, no debe hacer caso de todo lo que le digan. Hay mucho hipócrita suelto por el mundo.

Mi mira, se levanta y, algo cabizbajo, continúa con su paseo.

Sigo en el banco, pero soy incapaz de concentrarme en el libro o en el entorno. Mi mente, ha quedado fijada en él. ¡Qué personaje tan curioso! ¿Dónde ejercerá su ministerio? 
(Continuará)


martes, 9 de octubre de 2012

Nacimiento de fantasmas


Se oye un rítmico puf, puf, de fantasmas paridos. Sin gritos ni lloros. Solo unos golpes amortiguados. Como si una pelota de golf cayese sobre un cojín muy mullido.
Nunca había creído en ellos y, ahora, tenía que admitir que estaba presenciando la forma en que mantienen su tasa de población ¿Para que?  Que yo sepa, ellos no deben tener problemas de pirámide de edades. No necesitan un sistema de jubilación…Me aclaran que es necesario mantener una tasa fija de fantasmas por cada cien personas serias en el mundo.

domingo, 7 de octubre de 2012

Vacaciones en el Caribe


- Cariño, yo te querré siempre, pero ¿por qué he de creer que tú me quieres? ¿No me  estarás engañando? No me respondas. Yo sí confío en ti.

- ¿Cómo puedes pensar que yo te engaño? No me hagas esto, me respondió Irene

– Te he dicho que confío en ti. Solo he querido ponerte frente a tus absurdos razonamientos. Cariño, creo que lo mejor será que nos tomemos unas vacaciones. Te prometo que serán maravillosas, déjalo en mis manos.

- De acuerdo, no me apetece mucho, pero te voy a dar una oportunidad, me dijo, poniendo un mohín de fastidio

Una semana después, Nuestro avión despegaba hacia una maravillosa isla en el Caribe. Tras siete horas de vuelo, aterrizábamos en un gracioso aeropuerto, junto a una inmensa playa bañada por un precioso mar azul turquesa. Al bajar la escalerilla, una bofetada de aire cálido y húmedo nos recibió. Las cercanas palmeras completaban un idílico paisaje. Que maravilloso contraste con el día frío y gris que habíamos dejado en Madrid. Febrero es la mejor época del año para disfrutar del Caribe.

-Irene, cariño ¿no habrás olvidado las cremas de protección solar en casa? No quiero que unas inoportunas quemaduras nos impidan disfrutar, plenamente, de nuestra reconciliación. Estoy dispuesto a que, en estos días, desaparezca cualquier duda, sobre mi amor por ti.

Su mirada, y la sonrisa que me dedicó, me hicieron saber que ya empezaban a desaparecer. En pocos minutos, un autobús de la agencia de viajes, nos llevó a nuestro destino.

- Jonás, esto es maravilloso, Es el hotel más bonito que he visto nunca. ¡Te quiero! Ocúpate tú de coger la llave de la habitación y de que nos lleven las maletas. Voy a ver el jardín y la piscina y, si es posible, a dar un paseo por la playa. Enseguida subo.  Preguntaré en recepción el número de habitación.

- ¡No te precipites! ¡Las quemaduras...! No  me oyó, corría, feliz, hacia el jardín

Detrás del mostrador de recepción, una mulata espléndida, con unos ojos negros en los que era imposible dejar de perderse, una sonrisa sugerente, embutida en un uniforme que hacía resaltar un cuerpo maravilloso, me preguntó:

─ ¿El señor viene solito? ¿Cómo desea la habitación? ¿Vistas al mar o a la montaña? Al mar es más fresca.

Su acento dulzón casi me hizo olvidar el objetivo de mi viaje. Apenas pude balbucear:

─ No, no. Vengo con mi mujer. Habitación para 2. Vistas al mar, por favor.

Se volvió para elegir la habitación. Me pareció oírla decir: «Que pena», mientras me daba la llave.

─ Habitación 528. Quinto piso, a la derecha están los ascensores.

Un mozo me ayudó a subir las maletas. Tras una espléndida propina. -¡Gracias señor!, me dijo, mientras me regalaba una sonrisa que prometía el mejor servicio en lo que le pidiera. Salí a la terraza. La vista del paisaje me relajó y estuve a punto de quedarme dormido contemplando el mar.

Cuando Irene entró en la habitación, ni se fijó en que el equipaje estaba a medio deshacer. Estaba exultante..

– Cariño, me dijo, te voy a hacer el amor como en tu vida te lo han hecho. Se abalanzó sobre mí y, con una pasión desconocida en ella, me hizo sentir en las nubes. Yo me entregué como nunca. De mi retina, no se había borrado la imagen de la recepcionista. ¡Era a ella a quien estaba haciendo el amor! ¡Irene no existía! ¡Que estupenda idea la de venir a este hotel en el Caribe!

Despertamos de nuestro delirio, exhaustos, felices; justo con la hora de bajar al comedor a tomar la cena. El equipaje a medio deshacer, mostraba el desorden de la habitación.

La cena fue deliciosa. Nunca había visto a Irene tan feliz. La música que interpretaba un pianista negro, acentuaba el romanticismo del ambiente. En un momento en que Irene se levantó de la mesa, – no llegaré a entender porqué las mujeres siempre tienen que ir al  lavabo en medio de una cena – aproveche la oportunidad para dejar una nota, junto con otra espléndida propina, en la mano del mozo que me había subido el equipaje a la habitación,. La noche acabó con un romántico paseo acariciado por la dulce brisa caribeña.

―Buenos días, Irene, cariño. Hace un día estupendo. Levanta.

― Un suave ronroneo fue su única respuesta. Dio media vuelta en la cama y, mostrándome su espalda desnuda, me hizo comprender que no estaba dispuesta a comenzar el día.

Bajé al jardín y, al pasar por el vestíbulo, la recepcionista, con su maravillosa sonrisa, me dijo

― Buenos días señor, tiene usted un mensaje. Me alargó una nota doblada mientras me decía

─ ¿Está feliz en el hotel? No dude en pedir cualquier cosa que pueda necesitar. Estamos deseosos de ofrecerle el mejor servicio.

Mientras paseaba, leí la nota. El corazón me palpitaba alocadamente, galopaba, las manos me sudaban, me estaba ofreciendo una cita… «Estaré libre a la hora de la siesta. Le espero a las 3, en el solarium de la 9ª planta».

Volví a la habitación. Irene ya estaba despierta. Terminamos de ordenar el equipaje y tras un pantagruélico desayuno, bajamos a la playa. Mi plan tenía que funcionar. En ningún momento permití que Irene descansase sobre la toalla. Baños, carreras, juego de palas, mas baño, más palas. Conseguí dejarla exhausta y feliz y, tras una refrescante comida en el buffet del jardín, me pidió disculpas.

– Cariño, necesito una larga, larga siesta. Me dio un cálido beso y subió a la habitación.

Yo no esperaba otra cosa. Subí, impaciente, a la 9ª planta. En el solario de la terraza, tumbada en una hamaca, con un precioso bikini blanco estaba la mujer más bella y excitante que nunca hubiese visto. Su piel morena resaltaba de manera turbadora. Fui hacia ella y me hundí en sus ojos. Me cogió de la mano…

─ ¡Ven mi amor!, me dijo. No hablamos más hasta que llegamos a su habitación.

Hicimos el amor como yo nunca sospeché que se pudiera hacer. De manera feroz. Sus labios, acariciaban cada parte de mi cuerpo. Los míos no dejaron un pliegue de su cuerpo sin explorar. Al terminar, feliz e insinuante, dijo: ─ Estaré, cada día, esperándote en el solarium. Nunca hay nadie ahí a esa hora.

Los días de vacaciones pasaron en un suspiro. Irene, feliz y confiada, disfrutó de cada día. Sonreía siempre, me miraba con amor, hacía planes de futuro: ― Cariño, deseo estabilizar nuestro matrimonio. Quiero tener un hijo.

Yo asentía. Le decía que haría lo que ella desease, que la quería.....En cuanto tenía ocasión me sumergía en los ojos y en el cuerpo de mi mulata haciendo planes de futuro.

Mientras despegaba el avión, de vuelta a Madrid, con Irene a mi lado, feliz y confiada, mostrándome su amor con caricias y con la mirada más dulce que jamás le había visto, pensaba en como decirle que yo volvería, solo, a la maravillosa isla del Caribe.

jueves, 4 de octubre de 2012

La cervatana


La había comprado a unos indios en la selva venezolana, mientras esperaba a que pasase la tormenta.
— Tiene que ir en la bodega. Dijo el empleado de la línea aérea al verla asomar de mi bolsa de mano.
— ¿Para que queremos este trasto? Dijo Elisa al deshacer el equipaje.
— La colgaré en la pared de mi despacho. Es muy original
— Esta cosa me da miedo, señorita. ¡Yo no la limpio!. Dijo Elvirita.
— ¡Arturito se ha pinchado con una de esas flechas! ¡Tírala!
No me dio tiempo a responder. Elisa estaba al borde de la histeria y ella misma la tiró por la ventana.
Unos minutos después, sonó el timbre de la puerta.
— Un municipal con una multa y la cerbatana. Dijo Elvirita entrando en el despacho.
Pagué la multa y volví a colocarla en la pared.

domingo, 30 de septiembre de 2012

Borja


Cualquiera que viese a Borja por primera vez, recibía la sensación de que era un pijo, aunque, realmente, no ejercía como tal. Yo creía conocerle bien. Me consideraba el mejor de sus amigos.

Alto, más bien rubio, sonrisa amable, siempre con la ropa adecuada, de marca, claro; sin alardes. Trato natural con amigos y compañeros. Simpático con las chicas. Nunca le vi perder la compostura. Siempre caía bien. Tenía ese don de forma natural. ¿O adquirido? Desde luego, su familia y entorno le facilitaban la situación: Barrio de Salamanca, clase media - alta, hijo único, buenos colegios...

Estudiábamos una carrera técnica en el área de las nuevas tecnologías. Éramos la segunda promoción. Borja trabajaba lo justo para estar ligeramente por encima de la media. No hablaba de proyectos de futuro cuando surgía el tema entre compañeros. Estábamos terminando el 4º año y ya se barruntaba en el grupo la preocupación por situarse profesionalmente. Sus planes, si los tenía, eran su secreto mejor guardado.

─Borja, hijo, ¿que piensas hacer? Te veo un poco indolente. Es importante que tomes una decisión. Nosotros no te vamos a poder resolver la papeleta siempre. Su madre siempre le planteaba el tema del porvenir - y cualquier otro - de forma amable.

─No te preocupes, mamá, no hay prisa, decía, al tiempo que le daba un cariñoso abrazo con el que acababa cualquier discusión con ella. Siempre utilizaba el mismo método para zafarse de una situación comprometida.

─Borja, tenemos que hablar seriamente. Tienes que ser más responsable. Tienes que aprender a tomar decisiones. Tienes que ocupar el lugar que te corresponde en la sociedad a la que perteneces. Tienes que defender unos principios, unos ideales.

Con su padre, las cosas eran bastante diferentes, no le bastaban las carantoñas. Tenía que darle respuestas concretas.

Una mañana, decidido, se vistió con sus mejores galas y acompañado de su mejor sonrisa, salió dispuesto a dar un paso hacia su futuro. Llevaba algún tiempo dando vueltas a una idea y, ese día, decidió ponerla en práctica.

Entró en un edificio del centro de Madrid, no lejos de su casa. En la fachada, había una especie de pancarta con las siglas de un partido político. Conservador, naturalmente.

Pidió una entrevista con el responsable del área que le interesaba. Respondió a las preguntas sobre objeto de la visita, fotocopiaron su documento nacional de identidad. Tuvo suerte. La persona requerida estaba disponible y le recibió.

Después de un saludo formal, entró al grano directamente.

─Señor Martínez, dijo, Ud. Sabe de la importancia que las nuevas tecnologías tienen, y más, van a tener en el futuro de nuestro país. Yo me pongo a disposición del partido para actuar como asesor en esta materia.

El señor Martínez abrió los ojos con cara de sorpresa, aunque trató de disimular. ¿Quién era este jovencito?, Tenía muy buen aspecto, pero, demasiado “verde” para plantear una propuesta de esta envergadura. Debería estar solicitando la entrada en “Nuevas Generaciones”.

Ya habían comentado en el partido la posibilidad de abrir una sección que se encargase de esa actividad, pero no había una decisión tomada. Decidió, como mandan las normas del buen político, no dar una respuesta concreta.

─Tomaremos su oferta en consideración, mándenos su propuesta por escrito, déjeme sus datos y, cuando lo decidamos nos pondremos en contacto con Ud.

Borja se sintió humillado, era la primera vez en su vida que no conseguía algo que se hubiese propuesto. Era lo suficientemente listo para detectar la frialdad con que aquel representante del aparato del partido había recibido su propuesta. Disimulando su frustración, se levantó:

─Haré lo posible para enviar el documento requerido, lo antes posible, dijo, y con su más atractiva sonrisa se despidió del Señor Martínez.

Seguía creyendo que su idea era buena y que le serviría para dar un paso efectivo que le asegurase el futuro.

La decisión fue rápida, quería aprovechar el día. Desde allí, y con un sentimiento de revancha, se dirigió a otro edificio, similar al anterior, en todo, salvo en la pancarta. Las siglas representaban al principal partido oponente del anterior. Proletario, de izquierdas, con una filosofía contraria a sus propias convicciones, a la educación que había recibido a los intereses de su propia clase. No importa, se dijo. Es un trabajo. No tengo por que involucrarme.

Repitió la operación. Solicitud de visita, objeto de la misma, fotocopia de su identificación. Volvió a tener suerte y fue recibido.

En esta ocasión, el Señor Martín recibió su propuesta con interés. Vio las oportunidades que le brindaba contar con un experto en el nuevo campo. Además, le divertía la situación. El aspecto del pretendiente le hacía pensar que, consciente o inconscientemente, se estaba situando en una posición fuera de su ambiente natural. ¿Por ambición? ¿Por ignorancia? Le iba a seguir el juego.

Una semana mas tarde, empezó su labor. Le habían asignado un despacho, pequeño, suficiente para empezar. Le presentaron a sus compañeros, gente con la que tendría que colaborar, el señor Martín, su jefe, compañero, le dijeron, le dio una relación de temas en los que centrarse inicialmente.

Todos le recibieron de una manera cordial.

─ Bienvenido, Borja, compañero, le dijeron, tratando de hacerle sentir confortable.

Algo no encajaba. Su ropa de marca desentonaba en el entorno. Las conversaciones en torno a la máquina de café: «En las próximas elecciones, vamos a echar del gobierno a los carcas de la derecha», le hacían sentir fuera de su mundo. Los objetivos que le proponía su compañero–jefe, le sonaban extraños.

Cuando nos incorporamos al último curso, vi a un Borja diferente. Seguía teniendo su aire de elegancia natural, pero no llevaba la ropa de marca acostumbrada, tampoco la raya del pantalón era perfecta, se había dejado crecer la barba, parecía no atreverse a integrarse en el grupo de la misma manera.

No le había visto en todo el verano. En un momento en el que nos separamos del grupo, me interesé por el cambio que se había producido en él.

A pesar de que no había comentado en casa la naturaleza de su trabajo, su padre había logrado enterarse. La discusión fue muy fuerte. Le exigió que dejara el trabajo inmediatamente, su madre lloraba, Ninguno quiso dar su brazo a torcer. Su padre, rojo de ira le echó de casa.

Me dijo que ahora vivía en un apartamento que compartía con una compañera de trabajo y trataba de adaptarse a la nueva situación. Seguía viendo a su madre ─ sin que su padre lo supiera ─ y percibí en él como un sentimiento esquizoide, como de quien no está seguro de la decisión que ha tomado. 

viernes, 28 de septiembre de 2012

El agente secreto


Al llegar al aeropuerto de Lisboa, los altavoces anunciaron que el vuelo de TAP a Madrid se demoraba hasta las seis. A las seis se anunció que el vuelo se retrasaba a las seis y media. Una hora más tarde, que se retrasaba a las once de la noche. Amablemente, una señorita, por altavoz, nos decía que TAP nos invitaba a la cena en el restaurante del aeropuerto.

El problema parece que se debía a que el personal de TAP se había puesto de huelga. Pasar toda la tarde en un aeropuerto y sin seguridad de cuanto va a durar la espera, no es la cosa más agradable que te puede pasar en la vida. Al cabo de un tiempo se empezaron a oír gritos destemplados. Un pasajero, brasileiro, que volaba a Madrid, perdió los nervios y empezó a increpar a todo el mundo, en particular, a los responsables de la situación. Por mucho que gritó, no consiguió nada.

Cansado de dar vueltas por las tiendas del aeropuerto, sobre las nueve de la noche, decidí ir al restaurante. Por lo menos pasaría un rato cenando y acortaría la espera. Al llegar, me senté en una mesa, Un camarero se me acercó y amablemente —los portugueses son muy ceremoniosos —me indicó que no podía sentarme en una mesa solo. Tenía que compartirla con otros. Él se encargó de llevarme a otra donde un hombre joven, alto, rubio, terminaba de cenar con una expresión de aburrimiento infinito. Mi llegada pareció alegrarle, me saludó, en inglés, me preguntó si yo lo hablaba y me ofreció la naranja que le habían puesto de postre.

 Rechacé la naranja y le dije que sí, que hablaba algo de inglés. Vio el cielo abierto. Me preguntó a qué hora salía mi vuelo y al decirle que a las once, me dijo que era muy afortunado, que él tendría que pasar toda la noche en el aeropuerto y empezó a contarme su vida y milagros. Me dijo que era un miembro del servicio secreto sueco, que venía de Argelia después de haber controlado la seguridad de un ministro de su gobierno durante su estancia allí y que por la mañana cogería un vuelo a Maputo para realizar la misma misión en Mozambique.

Yo no salía de mi asombro ¡Un agente secreto contándoselo a una persona a la que acababa de conocer! Así siguió la conversación hasta que el mismo camarero de antes, trajo a dos personas más a la mesa.
                                                                      
Eran dos negros, de lo más elegante que yo he visto en mi vida. Debían de ser, por lo menos, hijos del jefe de la tribu. El sueco actuó de la misma manera que conmigo. Les ofreció la naranja, que seguía intacta, y les preguntó si hablaban inglés. Los recién llegados, le dijeron que sí, que hablaban inglés, francés, alemán, portugués, swahili y algo de español. El sueco estaba entusiasmado.
                                                                     
 ¾¿A que se dedican ustedes? — preguntó.
¾ Nos dedicamos a la importación de automóviles a África — dijeron.
¾¿Importan ustedes coches Volvo?, preguntó.

Los negros abrieron los ojos como platos y le dijeron que no, que era una gestión muy difícil. El sueco, en un alarde de amabilidad, les pidió su dirección y les prometió hacer las gestiones necesarias para que pudiesen hacer importaciones de Volvo —Nunca me había encontrado con un agente secreto con tantas ganas de hacer favores a gente desconocida— Terminamos la cena y nos despedimos.

El avión de TAP no salió a las once, ni a ninguna hora. A la una de la madrugada un avión de Iberia vino, desde Madrid, a rescatarnos.

Como pasajero Business, llegué a la escalerilla del avión en un pequeño autobús cuando el resto de pasajeros ya había embarcado. Grandes voces se oían provenientes del interior del avión. Cuando subí, el piloto, que no debía sentirse muy feliz con el servicio extra que le había tocado hacer, estaba pidiendo que la policía desembarcase a alguien y diciendo ¾ ¡Yo no vuelo con un loco así!

Al momento, la policía subió para desembarcar a una pareja: el brasileiro que ya había perdido los nervios en la sala de espera del aeropuerto y su esposa. Sus últimas peticiones de disculpas al piloto diciéndole que ellos no tenían nada contra Iberia, no les libraron de pasar la noche en Lisboa.
Pasé todo el vuelo dándole vueltas a la forma tan diferente de asumir la situación por parte del sueco y del brasileiro! Uno, tranquilo, amable y haciendo favores a la gente — A pesar de tener que pasar la noche en el aeropuerto — El otro, perdiendo los nervios y la oportunidad de salir de Lisboa, aunque fuese tarde. 

domingo, 23 de septiembre de 2012

“El Cantaor ”



Eusebio, “El Niño de Madrid”, cantaor de flamenco que nunca lucia sus habilidades fuera de los tablaos, era un vecino peculiar en una calle llena de vecinos peculiares. Su arte era el vehículo con el que transmitía la sabiduría popular recibida de los maestros a los que admiraba.

Tenía una forma de vida diferente, como de vampiro. Dormía durante el día y era de noche cuando se le podía ver caminar calle abajo. Algunos decían que era más chulo que “El punteras”. La realidad era que su pierna derecha se movía como el remo de una barca. Este defecto lo utilizaba uno de sus hijos cuando, después de hacerle alguna trastada, corría delante de él llamándole: “patachula”, “patachula”

Cuando no tenía “curro”, si era verano, improvisaba una mesa en la acera a la puerta de su casa y cenaba con su familia con la misma satisfacción con que lo haría en el Ritz. Si había tenido una buena racha era como Craso y todo el mundo disfrutaba de su prodigalidad: cerveza, tapas... cualquier fruslería estaba a disposición de sus vecinos.

Destacaba del entorno por su pulcritud. En particular, cuando salía, de noche, para el “colmao”. Su traje oscuro, con la raya del pantalón trazada con tiralíneas, camisa blanca, impoluta, una corbata pasada de moda, repeinao y, en la mano, un bocadillo envuelto en papel de periódico. Caminaba como una marioneta a la que tirasen continuamente del hilo de su pierna derecha.

Aquella noche, la brisa del río parecía venir del infierno. En el colmao, junto al Puente de San Fernando, el ambiente era sofocante. No llegaban clientes y la intranquilidad de Eusebio aumentaba. Su hijo, el que le llamaba “patachula”, estaba enfermo.

— ¡Esta noche necesito el dinero más que nunca! ¡Maldita profesión! ¡Siempre caminando en la cuerda floja!—

Un grupo de clientes entró en el local. No eran conocidos y ya venían borrachos. Hasta traían las chicas, lo que hizo “torcer el morro” a las habituales del local.

La noche se animó y Eusebio, también. — ¡A ver! ¡Que empiece el cantaor! — Gritaban. El “tocaor” rasgaba las cuerdas de su guitarra y “El niño de Madrid” cantaba, cantaba. Las peticiones se sucedían: “La Salvaora” “La niña de fuego”... sus preferidas, las del maestro Manolo Caracol. Las propinas corrían. El dueño del local estaba feliz. El humo de los cigarros enturbiaba la luz, como en una noche de niebla, diluyendo el perfil de los borrachos. La figura del “Niño de Madrid” se agigantaba y su voz, poderosa, encubría, con su arte, la sordidez de la escena.

El que parecía ser el cabecilla del grupo, Paco le llamaban, empezó a intercambiar miradas con una chica morena, Pepa, de las habituales del local. Pepa se acercó y las miradas se trocaron en caricias.

— ¡Nunca había visto una hembra como tu! ¡Me perdería en el abismo de tus ojos! 

— ¡No te pareces a los hombres que suelen venir por aquí! ¿Me invitas?

La acompañante de Paco no pudo reprimir sus celos — ¡Puta, deja a mi hombre!  Gritó,  lanzando las uñas a los ojos de su rival.

La pelea se generalizó. El humo del local y los vapores del alcohol agrandaban la confusión. El bochorno de la noche y la saña de la pelea bañaban los cuerpos en sudor. Volaban las botellas, las sillas. Apareció un arma blanca…La guitarra calló... La voz de Eusebio se quebró. 

Cuando llegó la policía el local estaba destrozado y vacío. Todos habían huido. Solo quedaban Pepa y el guitarrista arrodillados ante el cuerpo exánime de Eusebio sobre el pequeño tablao... y el bochorno, y el sudor... La brisa del río venia del infierno. Sin arte… Sin magia.