Era un domingo de septiembre, la mañana prometía un día excelente, con
un cielo azul brillante y un ligero
viento; mi madre se levantó de buen humor y me dijo.
─ Hijo, vamos a dar un paseo por el Retiro.
Salimos y le decimos a Merceditas, la sobrina de Juan, que nos acompañe
a dar un paseo cerca del estanque. A media mañana se levanta un viento frío,
aparecen nubes y como no vamos bastante abrigados decidimos volver. Después de
comer me siento raro, me duele la garganta pero no digo nada, juego con mis
tías y el abuelo que han venido a vernos. Me parece que tengo fiebre.
A la mañana siguiente, cuando me levanto, orino sangre, me asusto y
vuelvo a la cama. Mi madre se ha levantado temprano; como cada día, ha ido a
hacer la limpieza del laboratorio. Al volver a casa a media mañana se encuentra
con el problema; se pone nerviosa y llora. Otra vez vuelta a empezar.
Los días pasan y el problema no remite, la penicilina no hace efecto.
Tomo cada día más medicinas, inútil. No me levanto de la cama, sigo orinando
sangre y cada día me ponen tres inyecciones. Mi madre ha comenzado este verano
a hacer de practicanta y me las pone ella. Tenemos que ahorrar, no podemos
pagar un practicante tres veces al día. Lloro, me rebelo y grito.
─ ¡Quiero morirme de una vez!
No sé porque lo he dicho, no quiero morirme. Mi madre llora, le he
hecho mucho daño al decir eso pero cada día me siento peor. No puedo comer,
Vomito.
El médico ha venido a visitarme a casa. Al reconocerme, encuentra un
problema inesperado que está incidiendo en el problema renal y que justifica mi
malestar; tengo apendicitis. Me ponen hielo en el vientre y el problema mejora
pero el hielo me produce un fuerte catarro. Más antibióticos. Cuando, por
radiografía, se confirma el diagnóstico, el cirujano se niega a hacer la
operación; dice que mi problema renal no lo permite que hay que esperar a que
mejore el cuadro general.
Todavía hace buen tiempo, incluso hace calor. Se pueden abrir los
balcones y una tarde, el sonido de un organillo entra por ellos. Me gusta la
música, me alegra. Mi madre lo nota y baja a dar una propina al organillero,
para que se quede un rato más tocando bajo el balcón.
Parece que lo peor ha pasado y me voy sintiendo mejor. Mi amiga
Merceditas sube a verme a ratos y lo paso bien con ella; tiene mucha gracia y
con sus dichos y chistes me hace reír.
Nos cambiamos tebeos y el tiempo se me hace más corto con ella. No es del
barrio, ni siquiera es de Madrid. Está pasando una temporada en casa de su tío
Juan, el de la bodeguilla y, desde su llegada, nos hemos llevado muy bien. Hace
mucha burla de Pepe, el de teléfonos. “El empalmao”, le llama, por lo alto y
delgado, como vive en el patio contiguo a la bodeguilla de Juan, sabe de todas
sus locuras y se burla de su mal carácter y de su familia.