miércoles, 18 de junio de 2014

La madeja deshecha

Alguien ha empezado a tirar del hilo y, de manera inesperada, ha puesto todo patas arriba. Los unos, mirando al tendido y diciendo no sé qué de la comunicación. Los otros, en total desbandada, discuten sobre galgos o podencos. Los recién llegados, animados por el éxito, creyendo que todo el monte es orgasmo. Algunos, diciendo que “ellos” ya habían dicho, mucho antes, lo que los recién llegados dicen ahora, y les dan palmadas en la espalda. Otros cuantos, dicen que esta guerra no es suya y que se van. Además, el árbitro, dice que se ha lesionado y que deja el partido. Menudo marrón le deja al sustituto.

martes, 17 de junio de 2014

El chico de la hamaca (XXXIX)

Estoy agotada. Necesito descansar después de tanto pelear los últimos meses; mejor dicho, los últimos años, desde la muerte de mi marido. Todos lo necesitamos y mi hijo el primero, le vendrá bien cambiar de aires después de pasar todo el invierno encerrado en casa. Le han dado el alta y parece que está bien. Este verano va a ser el principio de una nueva vida, para ello, voy a buscar un lugar para pasar las vacaciones.

He hablado con mi hermana Blasa. En su taberna de Puerta Cerrada para mucha gente que viene de pueblos cercanos en coche de línea y conoce a algunos que vienen de Villaviciosa de Odón. Dicen que es un pueblo bonito, con mucha huerta y un pinar y está cerca. Alquilaré una casa allí para pasar el verano.

Me han encontrado una casa. Es de una chica joven que vive sola, su padre ha fallecido recientemente y, salvo su habitación,  podemos disponer del resto de la casa, que es muy grande y hay sitio suficiente para los tres, mi hijo, Luz y yo; incluso sobra sitio. La dueña, Mila, parece simpática y nos da toda clase de facilidades.

El sitio es agradable y mi madre y mi prima pronto descubren las  estupendas hortalizas que da la huerta del pueblo: pimientos, berenjenas, lechugas, tomates y toda clase de verduras y el pinar es un sitio estupendo para pasar el día. A la entrada destaca un castillo que parece bien conservado y que está cerrado al público. Nos vamos a organizar de manera que pasemos en el pinar el mayor tiempo posible.

Tiene dos espacios diferenciados. Uno más accidentado, con cuestas continuas que le hace más incómodo. El otro, sobre una explanada llana, con mesas de madera, es donde se acumula más gente y donde decidimos instalarnos. A su izquierda, en una depresión, hay una fuente natural con un agua excelente de la que todo el mundo bebe. El agua, parece manar de entre las raíces de los pinos. 

Mi madre y mi prima, pronto han encontrado un grupo de señoras con  el que relacionarse, y yo no he tenido dificultad para incorporarme al grupo de chicos. Todos, o la mayoría, pertenecen a familias que pasan allí las vacaciones desde hace muchos años y conocen bien el terreno.

Me estoy desquitando de la forzada inmovilidad del invierno. Por la mañana jugamos a policías y ladrones, partidos de tenis o cualquier otro juego. Por la tarde, tras la siesta, subimos otra vez al pinar y mientras mi madre y mi prima chalan con sus amigas, los chavales jugamos partidos de fútbol en la explanada que hay al pie de una de las fachadas del castillo.


Por la mañana, durante los juegos con mis amigos, y  en los paseos de la tarde, descubro una parte nueva que no pertenece al pinar. Está a su izquierda, en una zona más baja siempre cubierta de sombra. Es un bosque con especies de árboles muy diferentes, áreas circundadas por acequias de agua limpia y fuentes naturales. Un lugar silencioso y misterioso donde pasear y perderse de la vista del mundo. 

viernes, 13 de junio de 2014

El piano de cola

Había brotado en medio del huerto un imponente piano de cola. Cuando salí de casa, y lo vi, no me sorprendí demasiado. Su color negro, intenso y brillante, destacaba sobre la ligera capa de nieve caída durante la noche. Año tras año, durante toda mi vida, había recibido, en este día, todo aquello que no había pedido. Pero nunca desfallecí. Estaba seguro de que, alguna vez, los Reyes Magos recibirían mi carta. 

martes, 10 de junio de 2014

El chico de la hamaca (XXXVIII)

El tiempo ya me permite salir a la calle y puedo vivir en directo los últimos días de la tienda. Mis amigos de la calle, me preguntan por el dinero que nos van a dar por el traspaso  ¡A ellos que les importa!  Supongo que el tema es motivo de conversación en sus casas. Estas cosas alimentan la curiosidad de la gente.

Por fin, se cierra la tienda. Un domingo, mis primos mayores vienen a ayudar a desmontar las cosas que nos sirven y subirlas a casa. Hasta la luna del escaparate, que no es muy grande, la desmontan y la suben. La tienda de mi padre ya no existe.

Acabo de cumplir diez años y, con tantos problemas acumulados, todavía no he hecho la primera comunión, ya don Jenario, mi maestro, me dijo el año pasado que si pensaba hacerla cuando fuese a la mili. Creo que el retraso es, además de por mi enfermedad, porque mi madre, aún no ha superado la muerte de mi padre. El día del Corpus, van a hacerla los chicos de mi colegio, algunos van a salir en la procesión vestidos con su traje unos de almirante y otros de marinero raso pero mi madre decide que yo la haga solo y  vestido de calle; eso sí, con un traje nuevo. Al final ha accedido a que la haga ese día, por consejo del padre Eulogio, « para que tenga el recuerdo de haberla hecho en un día importante », le dijo.

Mi madre no le ha dicho a nadie de la familia qué día la voy a hacer, no quiere celebraciones, pero yo se lo he chivado al abuelo Marcos y cuando vamos a salir para la misa mi madre, la prima Luz y yo, aparecieron mis tías Pepa y Quiteria para acompañarnos y, luego, desayunaron con nosotros churros y chocolate.


Luego fuimos a Barajas a ver los aviones, la visita del paleto. Las profesiones de azafata y de piloto eran consideradas como algo extraordinario por la gente que no tenía, ni pensaba tener, la posibilidad de subir a un avión. La compañía Iberia era  como el buque insignia del régimen de Franco, para mostrar una buena imagen de España en el exterior. La parte más interesante de la visita era ver salir y aterrizar los aviones desde la terraza del aeropuerto. La gente descendía por las escalerillas y llegaba andando a la única terminal del aeropuerto, utilizada tanto para vuelos nacionales como internacionales. Era interesante verlos desde la terraza, aunque yo ya había estado unos años antes con unos clientes de la tienda que fueron con su hija, una niña de mi edad y me llevaron con ellos. Ese día, incluso nos enseñaron un avión por dentro. Hoy resultaba más aburrido y lo empeoró lo de ir al pueblo de Barajas. Hacía un calor insoportable y no encontramos ni agua para comernos el bocadillo que llevábamos. Volvimos a casa antes de lo previsto.

domingo, 1 de junio de 2014

El chico de la hamaca (XXXVII)

No puedo soportar por más tiempo la situación. Comunico a la casera mi decisión de traspasar la tienda para que lo autorice. No me ha puesto obstáculos. Al fin y al cabo, ella se llevará un porcentaje del precio del traspaso. Dios quiera que pronto haya alguien con interés en responder al cartel que he puesto en la fachada: SE TRASPASA.

Debido a la tensión producida por la “guerra fría” y en respuesta a la existencia de la OTAN, se ha firmado el Pacto de Varsovia por la UU.RR.SS.SS. y los países del Este de Europa que quedaron bajo su dominio tras el fin de la II Guerra Mundial. Esta decisión es aprovechada en los diarios hablados para criticar, aún más, a la Unión Soviética y al comunismo, presentándolos  como los mayores peligros para el mundo occidental y los mayores enemigos de España. Todo este espectáculo, percibido desde mi cama, me parece emocionante y expresiones como “el telón de acero”, referido a la frontera del Pacto de Varsovia con la llamada Europa Occidental, me hace imaginar  cosas como que miles de tanques y aviones soviéticos están siempre dispuestos, con sus motores en marcha, a invadir el resto de Europa.


Por fin, tras de algunos intentos fallidos, parece que alguien se interesa por el local. Solo el local, lo quiere para poner otro tipo de negocio; parece que de confección y tejidos. La casera está contenta, si el traspaso es para cambiar de negocio, su comisión es mayor.

A partir de ahora, la prioridad es liquidar, en todo lo posible, las existencias de la tienda. Parte de las cosas se las llevará mi cuñado Eugenio para venderlas en la suya. Algunas, como botes de leche condensada, conservas, azúcar, harina, legumbres, aceite…, las subiré a casa para nuestro propio consumo.

Las clientas me están mostrando su tristeza por la desaparición de la tienda
 
            ─ Son muchos años desde que su marido abrió la tienda.
Siempre nos han tratado muy bien y nos han ayudado en momentos difíciles.
Ahora nos tendremos que acostumbrar a comprar en otro sitio.
Señora Luci, cuente con nosotros para lo que necesite.


Todas estas frases me afectan y hacen que se me salten las lágrimas. En el fondo siento dejarlo; éste fue el gran proyecto de mi marido, su ilusión por independizarse, por tener su propio negocio. Bien sabe Dios que lo he defendido hasta donde he podido, pero las circunstancias se me han puesto en contra. No puedo atender tantos frentes a la vez.