domingo, 28 de febrero de 2016

Una semana más

Buenos días. Una semana más, y seguimos esperando que "nuestros representantes", eso dicen que son, en el Congreso de loa diputados, se dignen a hablarse, a dirigirse la palabra, a intentar ponerse de acuerdo para resolver los importantes problemas pendientes; que, dicho sea de paso, para eso los pagamos, en lugar de dedicar su valioso tiempo a tratar de mantener sus escaños ¿Son conscientes del ridículo que están haciendo ante la ciudadanía? ¿ Son conscientes del aburrimiento y de la irritación que nos producen sus palabras vacías, sus mutuas acusaciones, su falta de originalidad, de propuestas y de imaginación?

El golpista - El Caracazo XIV

Durante los días siguientes prosiguieron las operaciones militares, y las víctimas, siguieron aumentando. Los centros asistenciales que visité, estaban saturados por los heridos recibidos desde que comenzó el estallido de violencia; los heridos, estaban siendo atendidos con dificultad por equipos médicos que no estaban preparados para recibir tal avalancha de cuerpos con destrozos más o menos graves. Médicos y enfermeras se multiplicaban para hacer primeras curas, cirugías, traslados de los heridos de mayor gravedad… Llevaban días sin apenas descanso, en guardias interminables, al borde del agotamiento. Nunca se está preparado para una explosión de violencia como la que se había producido.

En las morgues también se estaban recibiendo muchos cadáveres, pero me fue imposible conocer un número aproximado del número de víctimas. Bien fuesen de heridos o de muertos, el gobierno no daba cifras, además, seguían quedando cuerpos sin recoger en las calles y se rumoreaba que se habían abierto fosas comunes para enterrar víctimas de los enfrentamientos entre soldados y civiles.


Mientras la operación militar proseguía en los cerros, que continuaban siendo batidos, el centro de la ciudad no era capaz de recobrar su aspecto habitual. Las consecuencias producidas por el vandalismo y los saqueos seguían siendo patentes: persianas y cristales, rotos; tiendas y supermercados, vacíos; restos de alimentos y de aparatos electrodomésticos tirados en la calle…; a nadie parecía importarle, ni se preocupaba de restablecer la normalidad. Era mayor el miedo de los propietarios de los comercios a las detenciones, que el deseo de recuperar los bienes perdidos. Pensé que, tanto las heridas producidas por el vandalismo, como las producidas por la violencia del ejército, iban a ser muy difíciles de curar.

domingo, 21 de febrero de 2016

La deuda

España tiene una deuda de, casi, 1 billón de €. Cercana al 100% del PIB de todo un año. Me pregunto si alguien, nosotros, o nuestros acreedores, tienen / tenemos alguna intención o plan para que esa deuda desaparezca o que, por el contrario, se perpetúe indefinidamente.

El golpista - El caracazo XIII

En medio del desastre vi a una mujer joven, de rasgos indios, bellísima, que salía corriendo, atemorizada, de uno de los ranchitos. Dos niños la seguían llorando y unos hombres, sin uniforme del ejército, la rodeaban. Por su aspecto parecían pertenecer a las  fuerzas especiales. 
— ¿Dónde está su esposo?  ¿Dónde está el pendejo de Juan de la Cruz? Estamos seguros de que él es un cabecilla de toda esta revuelta y le vamos a encontrar.
Los hombres de Zubiaurre zarandeaban a la mujer que, a pesar de la angustia que expresaban sus ojos, no abría la boca para responder a sus preguntas, lo que exasperaba más y más a sus captores que aumentaban los maltratos y vejaciones hacia ella.
En medio del desbarajuste general, aquel hecho pasaba casi desapercibido. Al fin, la mujer se atrevió a responder:

— Yo no sé dónde está Juan de la Cruz. Salió hace dos días, en la mañana, y no ha vuelto a casa. Le he esperado dos noches y todo el día de hoy. No sé dónde se encuentra, ni si está vivo o muerto. No les puedo decir otra cosa ¡Por Dios, encuentrenlo!

— Te vas a venir con nosotros, india — dijo el hombre que mandaba el destacamento.

Los hombres de Zubiaurre la esposaron y la subieron con ellos a un todo terreno aparcado en las inmediaciones, que arrancó inmediatamente.


Los dos niños quedaron solos en medio de aquel gran desorden. Nadie, aparte de mí, pareció reparar en ellos. Testigos mudos de la barbarie que se había desatado en los cerros, se miraron, y cogidos de la mano, entraron en su ranchito con el miedo y la incomprensión reflejados en su rostro. 

domingo, 14 de febrero de 2016

El golpista - El caracazo XII

—Señores — dijo Zubiaurre a sus hombres —, en la nueva estrategia definida por el gobierno, tenemos una importante misión que cumplir como fuerzas especiales de seguridad: actuar como complemento de las operaciones del ejército, limpiando las zonas que no alcancen ellos y deteniendo a todos los revoltosos que puedan haber escapado. Si no los pueden detener, disparen. Actúen como francotiradores cuando sea necesario; no ha de quedar ni uno solo de los implicados en la revuelta en libertad. Tenemos registros de muchos de ellos. ¡Deténganlos! Revisen las áreas saqueadas, suban a los cerros cuando los soldados hayan acabado su labor, registren en busca de artículos robados y detengan a sus poseedores ¡Salgan ya!
***
En el hotel me debato entre tomar la decisión de salir para ver lo que está sucediendo, a pesar del toque de queda que se ha iniciado a las seis de la tarde, o quedarme y sufrir la incertidumbre de ignorarlo. La furia se ha desatado sobre la ciudad y soldados y Guardia Nacional se sienten fuertes bajo las nuevas órdenes. Sus oficiales tienen la misión de acabar con la revuelta a lo que cueste. Además, tienen la oportunidad de vengarse de las bajas que han tenido durante los dos últimos días, y que son consideradas una humillación en los medios militares.
Decidí asumir el riesgo y salir. Aunque la situación era demasiado explosiva y parecía fuera de control, mi condición de extranjero debería protegerme en caso de necesidad. Correría el albur de que una bala perdida, disparada por cualquier soldado inexperto, me alcanzase. … Las órdenes que parecen tener los soldados, son disparar, disparar…
Volví a los lugares en los que se habían producido los saqueos la noche anterior. Sobre el asfalto, aquí y allá, podían verse cuerpos que aún no habían sido retirados. No me atreví a parar para ver si había algún herido o todos estaban muertos; los destrozos en los comercios no habían sido reparados y los restos del desastre seguían esparcidos por el suelo.

La situación se tornaba peor según  me acercaba a los barrios de los cerros. El ejército estaba invadiendo los barrios más pobres y se podían  ver cuerpos de víctimas transportados en sábanas o cogidos de piernas y manos por vecinos y familiares que increpan a los soldados, que no permitían llegar a las asistencias para atender a los heridos.  Los militares, a su vez, acosados por algunos francotiradores emboscados en los cerros, entre los ranchitos, respondían con ráfagas disparadas con armas de grueso calibre. Las gentes corrían, y los soldados, a la menor sospecha de resistencia, disparaban a los que se atrevían a enfrentarse a ellos. 

El absentismo II

Siguiendo con la idea de enviar a nuestros diputados a casa, suspendidos de empleo y sueldo, por su incapacidad de comunicarse y llegar a acuerdos para formar un gobierno ¿No estaremos perdiendo una gran oportunidad de experimentar como sería nuestra vida sin esa rémora? A lo mejor, sin ellos, bajaría la prima de riesgo.

sábado, 13 de febrero de 2016

El golpista - El caracazo XI

— Zecoto, compadre — dijo Orive —, la situación parece controlada y los hombres del  grupo empiezan a dispersarse. Es hora de que dejemos este desastre y volvamos a casa. Ésta no es una protesta como la vivida otras veces, es un gran acto de vandalismo del que no va a salir nada bueno. Hay que desaparecer de aquí.
—Juan de la Cruz — dijo Zecoto —, ya no hay tiempo. Mira a todas partes; los soldados están rodeando la zona; están saliendo de cada esquina ¡Corre por lo que más quieras! ¡Tratemos de escapar!
Mientras corríamos empezaron los disparos. Los hombres caían a nuestro alrededor. Al doblar una esquina, un grupo de soldados nos dieron el alto; levantamos los brazos y caímos de rodillas. Tuvimos suerte, no nos dispararon y, junto con otros hombres, fuimos montados en un camión del ejército. Cuando terminó la operación en la zona, el camión, repleto a rebosar de detenidos, partió hacia nuestro ignorado destino, mientras los soldados nos hacían objeto de su desprecio.
— ¿Qué pensabais que ibais a hacer, pendejos? ¿Trasladar a vuestros miserables ranchitos el botín de los saqueos? Vosotros ya no vais a poder hacerlo y vuestros ranchitos van a desaparecer enteros, y con vuestras familias dentro. Vais a pagar por los compañeros muertos en las revueltas.
Los soldados nos humillaron, nos golpearon, se burlaron de nosotros todo lo que duró el trayecto hasta el recinto militar donde quedamos encerrados en salas no acondicionadas para contener el número de personas que llegaban sin cesar en condiciones parecidas a las nuestras

¿Qué pensarán hacer con nosotros? —reflexionó Oribe —. Los soldados ya nos han dado alguna pista en el camión. Ahora, lejos de la tensión que vivía en la calle pienso en Tibisay, en mis hijos. Ahora entiendo en la locura en la que me he metido ¿Qué podía arreglar yo? ¿Qué pasará en mi ranchito? Tibisay, perdóname, te he fallado. Nos esperan tiempos duros y no sé si volveré a verte. Vas a tener que cuidar tu sola de nuestros hijos ¿Cómo te puedo hacer saber dónde me encuentro, si yo mismo no lo sé? 

domingo, 7 de febrero de 2016

La persecución a la cultura

En los últimos días, los escritores jubilados de otras actividades por las que han estado cotizando a la seguridad social durante toda su vida, están haciendo pública una situación totalmente anómala y fuera de toda lógica. Si cobran por sus derechos de autor una cifra mayor a 9.100€ al año, tienen que devolver a la seguridad social el importante de su pensión, amén de la multa correspondiente. Algunos hay, según he oído, que deben devolver por este motivo a la seguridad social más de los 100.000€

Yo, ya era consciente de este problema. El año pasado, ante la dificultad de acceder a los canales de distribución, decidí abrir una página web para vender mis libros, sabéis que autopublicado algunos, y me di cuenta de la situación. Incluso, tuve que darme de alta en el censo de empresarios, para desarrollar la actividad de forma legal, aún con el riesgo de que los ingresos por ese concepto superaran la cifra antes citada y poder perder toda o parte de mi pensión.

afortunadamente, la idea no tuvo éxito ( no vendí ninguno ) y, a los seis meses cerré la página que, obviamente, también cuesta dinero el mantenerla.

¿Se puede entender este despropósito? ¿Que le han hecho la cultura y los creadores artísticos a este país, antes llamado España? Solo una cosa: Existir.

El golpista - El Caracazo X

« ¡Maldito día! La ciudad sublevada y yo, en medio de la calle, con un ataque de rubeola, con fiebre y sin gasolina para el carro; así no voy a poder llegar a la casa. Al menos, tengo que llegar a fuerte Tiuna para que me pongan gasolina al carro.

Al llegar a las instalaciones, me encontré en medio de una gran barahúnda; soldados con el temor retratado en sus caras y equipados para la guerra sin saber ni como llevar el fusil; y reclutas de logística sin preparación para el combate dispuestos a salir a la calle en medio del gran desorden que reinaba en el recinto.

— ¿Pero dónde va todo este pocotón de gente? — pregunté a un coronel amigo que se me acercó.
— Chávez, van a la calle, a la calle. Esa es la orden que nos dieron. Hay que acabar la vaina como sea.
¿Pero, qué orden les dieron?
Bueno Chávez, la orden es que hay que parar esta vaina como sea.

— Pero mi coronel ¿usted se imagina lo que puede pasar? estos hombres no están preparados para el combate y menos para el combate en localidades. Pueden causar un gran desastre.

— Chávez, déjelo estar, es una orden y ya no hay nada qué hacer. Que sea lo que Dios quiera.

Una vez cargado el depósito del carro con la gasolina,  cuando fui a ponerlo en marcha, se me echó encima un soldadito corriendo con el casco caído, el fusil guindando y la munición desparramada.

— Venga acá — le dije —.

Nervioso y sudado se me montó en el coche; por su aspecto, no tendría más de dieciocho años.

— ¿Y para dónde vas tú corriendo así? — pregunté.

— Capitán, es que me dejó mi destacamento, y allí va mi teniente en aquel camión. Lléveme, por favor.

— ¿Para dónde va este pobre desgraciado? — Pensé, mientras ponía el coche  en marcha para alcanzar el camión —. Al conseguirlo pregunté al que los llevaba

— ¿Para dónde van?

La respuesta me dejó preocupado.

— Yo no sé nada, mi capitán. Quién va a saber, imagínese.

Después de dejar al soldadito con su pelotón me dirigí a mi casa. Afortunadamente estaba fuera de servicio y no había sido convocado para intervenir en la operación que se estaba iniciando, pero preví que iba a ser un gran desastre.  Si se manda a los soldados para la calle, asustados, con un fusil y quinientos cartuchos, se los gastan todos. Barren las calles a bala, barren los cerros, los barrios populares… Y mi antiguo amigo, Zubíaurre, en su nuevo despacho de las fuerzas especiales de seguridad no se va a estar quieto; le conozco y sé que no va a desaprovechar la oportunidad para ponerse galones; la actuación de su gente puede ser más peligrosa que la de los soldados.

No podemos esperar más., Ha llegado el momento de tomar la decisión que está en mi ánimo desde que trabajo con el grupo de militares del movimiento bolivariano que vengo organizando desde hace años. Hay que evitar llegar a estas situaciones. El país no puede seguir cayendo en este abismo de desorganización en manos de unos políticos corruptos que no tienen inconveniente en decidir en contra de los intereses del pueblo»