domingo, 26 de diciembre de 2021

CUBA - LA HABANA VI

 

El siguiente día, además de contratar una excursión al valle de Viñales para el día siguiente, lo dediqué a seguir visitando La Habana, lo que me permitió constatar como en los que había visto el día anterior cerca del Capitolio el lamentable estado de algunos edificios que, en su tiempo, habrían sido emblemáticos por una u otra razón. Por ejemplo, el edificio en el que se fabricó el ron Bacardi, que me pareció estar en estado de ruina dado el gran número de grietas en sus fachadas y las dimensiones de las mismas. Desgraciadamente, no era el único; en algunos barrios, encontré casas de vecinos que estaban totalmente derruidas y con sus escombros ocupando el lugar que antes ocupaba la casa o, incluso, en parte de la calle.

Siguiendo el consejo de Ernest Hemingway decidí ir tomarme un daiquirí en Floridita y un mojito de la Bodeguita de en medio y empecé yendo al Floridita.

Cuando entré, tuve la misma sensación que recibí a mi llegada al Hotel Nacional. Se notaba una ambientación vetusta; tanto la decoración, como la vestimenta de los dos camareros tras la barra, estaban como fuera de tiempo. Como si éste se hubiese detenido al final de los años 50. Pensé que aquellos uniformes, entallados, rojos anaranjados, de chaquetilla corta y un tanto ajados, no se debían de haber renovado desde entonces. La imagen me pareció como de una amarillenta fotografía antigua.

No estuve mucho tiempo, lo justo para tomarme el daiquirí que, como era la primera vez que lo hacía, tampoco podía establecer ninguna comparación con otros y corroborar, o no, la opinión de Hemingway sobre la bondad o la calidad del mismo, además,  tenía la impresión de que los camareros me miraban con la misma extrañeza que yo a ellos y como no había ningún ambiente, la hora no era la más adecuada, y me había quedado yo solo en el local, pagué y me marché para seguir mi camino en busca de la Bodeguita.

En el trayecto tuve un encuentro curioso. En esta ocasión, el joven que me abordó, ofreciéndose a acompañarme, no tenía que ver con el aspecto de cualquiera de los anteriores. Era un chico como de dieciséis o dieciocho años, muy pulcro, vestido con un polo blanco, pantalón vaquero y gafas de sol, ambos de marca, que hablaba de forma educada y que, como dije, se salía de los estándares que había conocido hasta ese momento.

Cuando llegamos a la Bodeguita de en medio, me reconcilié con Hemingway; el local, era un “cuchitril “ rebosante de vida. Estaba lleno de gente, algo no muy difícil dadas las dimensiones del local, pero, en sus paredes estaba mucha de la historia de La Habana: fotografías de las personas que habían pasado por allí en el transcurrir del tiempo, dibujos realizados por algunos de ellos, frases pintadas sobre las paredes que, como todo el local, eran de un azul un tanto desvaído, pero agradable… Allí estaba la vida y el sabor de La Habana que no había encontrado en el Floridita. Pedí el mojito que iba buscando e invité a mi acompañante a otro, que lo aceptó sin poner mucho entusiasmo en ello.

Lo tomamos mientras disfrutaba de aquel ambiente popular y auténtico e intercambiaba con mi acompañante unas pocas palabras. Reconozco que el mojito de la Bodeguita me pareció realmente bueno y, después de un tiempo allí, salimos para continuar mi camino.

A partir de ese momento pareció que a mi acompañante se le soltaba la lengua y empezó a preguntarme  cosas como:

— ¿Has traído cuadernos y lápices? Hay escasez de ellos en las escuelas y son necesarios para que los niños cubanos puedan estudiar

Me quedé sorprendido por la pregunta. En ningún  momento había pensado en tal cosa cuando planeé mi viaje a  Cuba pero, al parecer, era bastante común que la gente que viajaba desde España llevase este tipo de regalos que, en todo caso, no sé dónde los dejarían para que fuesen distribuidos en los colegios. Asimismo, me enteré posteriormente, de que también se llevaban otros artículos, como jabones de tocador, medias y otras cosas similares, que para allí eran un lujo y de las que las chicas cubanas no podían disfrutar. Pero esas, supongo que no necesitaban ningún  intermediario para que llegasen a su destino.

Un poco cortado y con un cierto sentimiento de culpabilidad, le dije que no, que no había llevado ningún regalo. Me miró como reprochándomelo.

Otro detalle que percibí en nuestro paseo, era que éste chico no se escondía de los uniformes de los policías ¡Es más, me pareció que los policías hacían como un intento de reverencia a nuestro paso!  ¿Quién coño sería este chico?

Como decía, desde la salida de la Bodeguita se le había desatado la lengua y, poco a poco, se fue confiando hasta decirme que su madre era bailarina en el Ballet Nacional de Alicia Alonso y que estaba viajando continuamente. Lo digo así, aunque mi memoria me dice que lo que me dijo era que su madre era la misma Alicia Alonso, lo que me hizo pensar que el chico era más falso que una peseta de madera aunque, lo que era incuestionable era que disfrutaba de ciertos privilegios de los que no podían disfrutar la generalidad de los cubanos. Algo debía haber de verdad.

En un momento del paseo, en el que me seguía fielmente, encontré una iglesia y entramos en ella. Estaba absolutamente vacía, salvo la presencia de un hombre, mulato, que parecía estar haciendo labores de cuidado del templo; me acerque a él, a preguntarle no recuerdo qué, dándole el tratamiento de “padre”, lo que pareció como asustarlo, y me aclaró que no era “padre” sino “hermano”. Respondió a mi pregunta y fui a sentarme en un banco junto a mi acompañante a rezar una oración. Dada mi historia, en cada lugar que visito, cuando entro en una iglesia, doy Gracias a Dios que me ha permitido llegar allí, cosa que en otros momentos de mi vida, hubiera sido imposible pensar.

En ese momento, mi acompañante decidió que ya estaba bien de perder el tiempo y de aburrirse conmigo y, directamente, me pidió ¡40 dólares! Evidentemente se cotizaba caro.

Le miré, y le pregunté si me veía cara de tonto. Le di 5 dólares y se fue sin  más. Me quedé con las ganas de saber quién era este muchacho que, evidentemente, era un  verso suelto dentro del ambiente que se respiraba en la isla.

Cuando salí de la iglesia, estaba tan cansado de andar durante todo el día, que tomé un taxi para volver al hotel. Algo que me había sorprendido al respecto de los taxis, era que, salvo esos viejos coches americanos de los años 50 que había visto aparcados cerca del Capitolio, y que eran como un reclamo turístico en La Habana, el resto de la flota estaba compuesta por coches Hyundai, todos del mismo modelo que, como utilitarios, habían aparecido en España hacía algunos años. El taxista me aclaró que esos coches eran propiedad del gobierno y que ellos, los taxistas, trabajaban a sueldo, bajo, por supuesto. Ya me habían hablado de que el sueldo de un médico, era de unos 20 dólares al mes.

De esta forma, acabó mi segundo día de estancia en La Habana.





jueves, 16 de diciembre de 2021

CUBA - La Habana V

 


Terminada la visita al Capitolio continué mi paseo por el centro de La Habana. El primer edificio en el que reparé fue el Gran Teatro  de la Habana, que es la sede del ballet y de la ópera Nacional, Alicia Alonso. Era un edificio precioso, aunque, en ese momento, en un estado de deterioro lamentable, como el de todos los edificios a su alrededor. Sus fachadas, sucias y con pinturas desconchadas, hacían pensar en tiempos anteriores, donde habrían mostrado todo su esplendor, ahora perdido. Espero y deseo que después de los años transcurridos, esos edificios hayan sido convenientemente restaurados y hayan recuperado toda su belleza.

A pesar de todo, La Habana aparecía como una ciudad llena de vida, con masas de gente pululando por sus avenidas, haciendo grandes colas esperando la llegada de los  “camellos” que cada vez me parecían más horrendos ; a pesar de que hoy pude ver alguno pintado de amarillo, no mejoraban nada. En esta parte de mi recorrido, nadie más se me acercó a ofrecerme sus “servicios”. Quizás la abundancia de uniformes de policía en la zona, los ahuyentaban.

El objetivo de mi primer día de visita en La Habana estaba cubierto y decidí volver al hotel a comer, para, más tarde, recuperar fuerzas descansando en sus jardines.

El restaurante era un lugar más donde practicar el ejercicio de esquilmar al turista. La bebida no estaba contemplada en el precio del menú, y una mínima botellita de agua con gas de 125 cm3, costaba, no lo recuerdo exactamente, el equivalente de 1 o 1,5$. Me pareció un abuso, por otra parte bastante absurdo.   

El resto de la tarde la dedique a descansar en los jardines del hotel ya que, por la noche, tenía las entradas para ir al Tropicana para cenar y ver el espectáculo. Estaba organizado desde Madrid y, un autobús, me recogería, no solo a mí, como pude ver más tarde,  también a otros turistas, para llevarnos al Tropicana.

Cuando se acercaba la hora y, ya vestido, estaba a punto de bajar al hall del hotel, sonó el teléfono de la habitación. Pensando que sería un aviso para que bajase, lo descolgué.

Halló, oí al otro lado de la línea. Soy la doctora ¿no le han entregado en Madrid un paquete para mí?

He de reconocer que la llamada me puso bastante nervioso ¿Quién le había hablado a esta mujer de mi llegada a La Habana? ¿Quién le había dicho dónde estaba alojado? ¿Me confundía con  otra persona o era una forma que tenía concertada con el hotel para contactar con turistas y terminar ofreciendo servicios de prostitución?  Además, el autobús estaría a punto de llegar y no me podía entretener…

Lo siento, no sé quién es usted y nadie me ha dado en Madrid ningún paquete, le dije.

¿Pues cómo no? Soy la doctora.

Lo siento, insistí, Nadie me ha dado ningún paquete para Ud., y no la puedo seguir atendiendo. Me están esperando a la puerta del hotel para hacer un tour por La Habana —, le dije.

—Está bien, si se siente Ud. Agobiado, lo dejo —

Me sorprendió lo del agobio, el chico que me había abordado por la mañana a la salida del hotel había utilizado la misma fórmula cuando lo despedí. Con prisa, bajé al hall del hotel; solo faltaba que se fuese el autobús sin mí y me quedase sin cenar y sin ver el espectáculo. Afortunadamente, bajé a tiempo y pude coger el autobús que, junto al resto de turistas, nos llevó al Tropicana.

Yo no tenía idea de donde iba exactamente. Había oído hablar en España del ballet Tropicana y de su calidad, pero no tenía idea de que estuviese ubicado en un jardín, cuya topografía  irregular permitía que las mesas estuviesen estratégicamente situadas para poder ver el espectáculo desde cada una de ellas, mientras tomabas la cena.

El espectáculo tenía toda espectacularidad y el ritmo cubano. No defraudaba en absoluto. De alguna manera, me sorprendió que la inmensa mayoría de sus componentes fuesen gentes de color. No creo que esa mayoría del ballet representase la distribución étnica de la isla, quizás ellos se adaptaban mejor a las exigencias de ritmo del espectáculo…, no lo sé. El otro elemento de sorpresa fue la extraordinaria juventud de los componentes, en particular, las chicas, desde mi zona de visión, me parecieron poco más que adolescentes. En todo caso, ponían todo su esfuerzo y su arte para conseguir un espectáculo atractivo.

Con todo esto, el día había terminado bien e, incluso, casi me había hecho olvidar la llamada de la “doctora” que tanto me había preocupado antes de salir del hotel. Supuse que la última de mis deducciones había sido la más aproximada a la realidad. Con todo esto, me fui a la cama en cuanto el autobús nos dejó en el hotel de vuelta del espectáculo. Tenía de estar descansado para enfrentar el siguiente día de la mejor manera posible.  Había que aprovechar el corto tiempo de que disponía en el viaje.

domingo, 12 de diciembre de 2021

CUBA - La Habana iv


A pesar de que los turistas teníamos la obligación de cambiar los dólares por la moneda cubana, que no tenía ningún valor, al llegar al país, teníamos que hacer el cambio con la relación 1/1. Naturalmente, nos quedábamos con algunos sin cambiar, ya que eran la posibilidad de obtener cosas que, de otra forma, serían imposibles. En todo caso, esos dólares que llevábamos eran, posiblemente, la mayor aportación de divisas que tenía el país.

Una cosa me había saltado a la vista durante el paseo con el cubanito. En cualquier pared libre de los edificios, aparecía la efigie del “Che” Guevara con frases laudatorias hacia él. La efigie era como esa que había visto muchas veces en España grafitada en camisetas que llevaban los que presumían de” progres”, esa que parecía hecha en tinta china negra donde lo que resaltaba eran la boina, la barba y los ojos del “Che”. Esa efigie y las frases de amor hacia él se repetían en muchos lugares, según pude ver durante los días que duró mi visita a la isla. Me pareció un homenaje un tanto forzado  y exagerado. Tanto más cuando, según yo tenía entendido, el “Che” había abandonado Cuba y se había marchado a extender su filosofía revolucionaria  a otros países, por discrepancias con el propio Fidel. Era como una manera en la que Fidel  seguía utilizando la imagen y el prestigio del “Che” en provecho propio.

En el corto trecho que me quedaba hasta llegar a mi objetivo, se me acercaron un par de jóvenes más ofreciéndose a acompañarme a alguna fábrica de tabaco para que comprase puros a buen precio. Supongo que estarían en combinación con las fábricas y se llevarían una comisión con la venta, pero, esto que tenían que hacer muchos jóvenes cubanos por la falta de otros trabajos más serios y útiles para la sociedad, me pareció una triste manera de ganarse la vida y me los quité de encima diciéndoles que yo no fumaba; cosa que, además, era cierta. Entre mis objetivos al visitar la isla no estaba el de comprar tabaco.

Ya en el bonito parque frente al Capitolio, pude ver la cantidad de hombres jóvenes que, supuse, estaban allí en espera de algún turista para ofrecerles sus servicios. Me recordó la imagen de los temporeros del campo en algunos pueblos de España, esperando en la plaza a que el “señorito” de turno viniese a contratarlos para ganarse el jornal del día. También pude contemplar, en un aparcamiento cercano, la imagen de los famosos coches americanos de los años 50, con sus originales colores pastel, perfectamente alineados, que todavía se utilizaban en La Habana como taxis. Eran toda una atracción ¿Cómo conseguían mantenerlos vivos en medio de un bloqueo comercial como estaban sufriendo desde hacía tantos años, por parte de los gobiernos de los EE.UU.? ¿Cómo conseguían las piezas de repuesto? Creo que la creatividad de esta gente era infinita y les hacía capaces de fabricarlas a martillazos en sus propias cocinas…

Absorto en estas reflexiones, no advertí que se me aproximaba uno de aquellos jóvenes en espera de turista; la forma de abordaje fue diferente de las que habían tenido los anteriores y, de principio, empezó criticando a Fidel:

Este gallego malnacido que ha arruinado al país y que, al no darnos trabajo, nos obliga a hacer estas cosas , me dijo.

Su actitud me puso en guardia, había bastantes policías en la zona y me sorprendió una actitud tan claramente opuesta al régimen. Pensé que podría ser un “gancho”, por lo que decidí no seguirle la corriente en esa línea y, simplemente, le dije que mi propósito era visitar el Capitolio, a lo que respondió ofreciéndose a facilitarme la entrada, cosa que, efectivamente hizo.

El Capitolio de La Habana es un gran edificio, copia, en parte, del de Washington, aunque, al parecer, su cúpula es, incluso, más alta. Una lástima que, desde el triunfo de la revolución, no se utilizaba para los fines para los que fue edificado en 1929. Me impresionaron las maderas nobles utilizadas para fabricar los magníficos escaños que ocupan el hemiciclo y el gran salón de los “Pasos perdidos”. Curioso que en el Parlamento español, haya otro con el mismo nombre ¿habría alguna relación?

En conjunto me pareció un edificio monumental, con su gran escalinata de acceso, las dos grandes esculturas de bronce que flanquean las enormes puertas de acceso y la gran riqueza de mármoles, maderas preciosas utilizadas en puertas y mueblería, los herrajes y  el resto de obras de gran valor artístico.

El gran símbolo es el diamante colocado bajo su cúpula, que había pertenecido al zar Nicolás II de Rusia, sustituido por una réplica, después del robo del original en 1946. Desde que el original se recuperó, un año más tarde, está guardado en la cámara de seguridad del Banco Central de Cuba. En todo caso, este punto es el considerado Km 0 de todas la red de carreteras de Cuba como se decidió en el proyecto de construcción del Capitolio...

jueves, 9 de diciembre de 2021

CUBA - LA HABANA III

 



A la mañana siguiente, al levantarme pude disfrutar de la espléndida vista que me ofrecía la salida al balcón de mi habitación. Un precioso jardín y, al fondo, el mar Caribe. Me vestí, y rápidamente bajé a tomar mi desayuno, ya que tenía que recibir la visita de un enviado de la agencia de viajes que debería darme algunas instrucciones y no sé si alguna documentación. Una vez tomado el desayuno y mientras llegaba el agente, me dedique a recorrer las dependencias de la planta baja del hotel donde había multitud de fotografías que podría catalogar de históricas.

El Hotel Nacional era, y había sido, un lugar emblemático de la historia de Cuba. En los años previos a la Revolución, Cuba había sido un emporio de las inversiones de los EE.UU. que, entre otras cosas, habían llevado allí la TV muy pronto, por lo que sus habitantes habían disfrutado de este medio, antes que los de la mayoría de otros países. Las diferentes “familias mafiosas”  americanas convirtieron a La Habana en una especie de Las Vegas con hoteles, salas de fiesta, casinos, etc., donde actuaban las grandes figuras americanas del cine y de la canción. Las fotografías de todos ellos adornaban las paredes del hotel junto con las de los dirigentes de la Revolución Castrista: Fidel, el “Che Guevara”, Raúl. En el mismo hotel  se firmaron documentos relativos al triunfo de la Revolución Castrista que, finalmente, se convertiría en comunista iniciando, con ello, el declive económico de la isla y propiciando que algunos de los colaboradores con la revolución, como Cienfuegos, Almeida y Gutiérrez Menoyo abandonaran a los hermanos Castro y se convirtieran en opositores al régimen…

La llegada del enviado de la agencia me sacó de estas reflexiones; era un hombre joven, amable y, me dio la impresión, inteligente. Tras los saludos de rigor, me informó de todo aquello que consideró necesario para mi desenvolvimiento en la isla y, como supongo era inevitable, la conversación derivó hacia la peculiar situación política de Cuba. Recuerdo que le hice algún comentario sobre la dificultad de salir de un régimen totalitario hacia una democracia y las experiencias de violencia que habían tenido otros países en ese proceso. Era un hombre optimista y me respondió que a ellos no les pasaría eso, que eran muy listos y que evitarían esa posibilidad. Con esto, nos despedimos y yo me preparé para iniciar mi primer paseo por La Habana que debería llevarme hasta el Capitolio, en el centro de la ciudad.

Quizás no debería haberme sorprendido, pero lo hizo. No había dado cinco pasos fuera del hotel cuando me abordó un “zángano”, tendría unos dieciocho años,  pretendiendo, supongo,  acompañarme en mi paseo en busca de una propina.

Hola chico ¿de dónde eres? me espetó.

— De España, de Madrid le dije. Inmediatamente, empezó a soltarme uno de los discursos que tendría preparados en función de la respuesta del turista de turno.

De Madrid, la buena gente: Miguel Induráin, Butragueño…

No me había caído bien desde que se me acercó, y como no quería cargarme con una “mochila” así desde el principio del día, lo despedí.

Mira, tengo la intención de pasear solo por la ciudad, de modo que te sugiero que te busques otro cliente , le dije.

Está bien chico, si te sientes “agobiao”, te dejo

Le agradecí que no insistiera y continué mi camino hacia el Capitolio,  por la acera de la avenida que me separaba del mar, lugar conocido como “El Malecón”.

Al poco rato, se me acercó un chavalito, no tendría más allá de nueve o diez años, morenito, vestido solo con un pantalón que, sonriente, me dijo:

Hola chico ¿me das twenty centavos?

La verdad es que este, al contrario que el anterior, me hizo gracia y le dije:

¿Y para qué quieres tu twenty centavos?—. La respuesta me dejó fuera de juego

— Para ir a la piscina, que es allí donde están las chicas guapas —, me dijo

Cada momento que pasaba me iba haciendo más gracia el chico y cuando le pregunté si hacía muchas veces este “trabajo”, me respondió:

— Un montón —, ¡era más listo que el hambre!

— ¿A dónde vas?—, me preguntó.

Cuando le dije que al Capitolio, rápidamente se apuntó.

— Yo te acompaño—, me dijo.

Estaba claro que había hecho de mí su objetivo, no estaba dispuesto a perder su posibilidad de ir a la piscina y no se separaba de mí, lo que, por otra parte, no me molestaba.

A lo largo del camino hacia el  Capitolio me demostró su experiencia en esa actividad que, evidentemente, practicaba con frecuencia, y en cuanto veía en el horizonte algo parecido a un uniforme, desaparecía, no volvía conmigo hasta pasado el obstáculo.

Así varias veces hasta que llegamos a lo que él consideró la frontera que no podía sobrepasar, ya cerca del Capitolio, y me dijo:

Yo ya no puedo pasar de aquí, la policía no me dejaría.

Lo entendí y me despedía de él, pero, para entonces, la tarifa ya había subido y me dijo:

— ¿Me das one dólar?

Me eché a reír, le di el dólar y se fue feliz. Ya había cubierto el día. Hasta un niño como él, era consciente de que en un país como Cuba, que consideraba a los EE.UU. como su enemigo, el poder y la posibilidad de conseguir cosas estaba en la moneda americana.... 

 

domingo, 5 de diciembre de 2021

CUBA - LA HABANA II

 

Ya había cruzado el Atlántico en varias ocasiones. Mis cinco años de trabajo en la compañía americana, más el tiempo que trabajé como free lance me habían proporcionado la oportunidad de “saltar el charco” en una docena de ocasiones y ya sabía que, como había hecho en esas anteriores ocasiones, tenía que “acorcharme” en el avión para no ser consciente de lo lento que pasa el tiempo en esa situación. En todo caso, para esos vuelos largos siempre tengo la precaución de pedir asiento de pasillo para poder levantarme y pasear sin tener que molestar a nadie, situación que aún me pondría más nervioso por el hecho de no poder moverme; una de las distracciones que ocupan mi tiempo en los paseos por los pasillos, es la de mirar la pantalla para seguir la trayectoria y posición del avión entre el punto de salida y el de destino.

En esos paseos me percaté de que solo la mitad de la cabina estaba ocupada por pasajeros, la mitad delantera; una cortina permanente cerrada separaba las dos mitades de la cabina y mi curiosidad se fue acrecentando según pasaba el tiempo. En  un alarde de osadía, me atreví a levantar esa cortina y vi un habitáculo con butacas vacías sumergido en una profunda obscuridad. Ni una sola de las ventanillas estaba levantada ¿Cuál sería la razón de esa extraña situación?

La tranquilidad que proporcionaba la obscuridad de aquella parte de la cabina me atrajo. Me molestaba el exceso de luz de la parte “habitada” y decidí refugiarme en el “lado oscuro”. Quizás hasta podría dar una cabezadita.

Inútil pretensión, no había iniciado mi intento de “cabezadita” cuando la cortina se levantó y un miembro de la tripulación irrumpió en mi tranquilo refugio y, con cajas destempladas, me levantó del sillón que ocupaba y me conminó a que volviese a mi asiento. Me dijo algo como que en la bodega iba una gran cantidad de carga y que estaba distribuida de tal modo que un movimiento no controlado podría desestabilizar el avión. Todo ello con un tono despótico y chulesco que me molestó. Por supuesto, obedecí, aunque no sin pensar eso de que “cuando a un tonto le dan una gorra de plato, se cree que es almirante”.

No se me ocurrió volver  a traspasar la cortina que nos separaba del “lado oscuro” en el resto del viaje, pero seguí pensando en la fragilidad del equilibrio del avión, si el movimiento de un solo pasajero podría romper ese equilibrio y me conformé con ver en la pantalla como, muy lentamente, la trayectoria del avión nos acercaba a nuestro destino.

Cuando desembarcamos en el aeropuerto José Martí, después de unas diez horas de vuelo, la primera sensación que recibí, junto con la de la extrema humedad del ambiente, fue de suciedad y de pobreza de las instalaciones; por supuesto, muy diferentes de las que conocía de los aeropuertos europeos y estadounidenses, también de las que había visto en mis viajes a Sudamérica y México, aunque no tanto respecto de estas últimas.

En el traslado desde el aeropuerto al hotel, ya entre dos luces, desde el coche pude observar una población abigarrada, haciendo grandes colas en las paradas, esperando “autobuses”, a los que, más adelante me enteré, denominaban “camellos”.

Efectivamente, eran unos vehículos extraños compuestos por una cabeza tractora, que arrastraba un enorme habitáculo en el que, en la parte central de su techo, había un rebaje que, a ambos lados, dejaba el resto a un nivel superior, de ahí supongo el apelativo que los habaneros daban al vehículo que, por otra parte, era estéticamente horrible por su forma, su tamaño y el color de su pintura de un tono marrón rojizo y mate que lo hacía muy poco atractivo a la vista.

Por otra parte, no debía de ser mucha su frecuencia de llegada por las colas tan enormes que hacían los ciudadanos esperándolos. Cuando llegaban, parecían de goma. Todo el mundo entraba, hubiese la cantidad de gente que hubiese esperando. En mi primera impresión pensé que todo el mundo de la Habana  estaba en sus calles; finalmente, llegamos al Hotel Nacional. Cansado por el largo viaje, no tuve otra idea que irme a mi habitación a descansar.

La entrada en la habitación me defraudó. Una habitación amplia con un gran balcón al exterior orientada hacia el jardín y el mar, pero con un olor rancio, que atribuí a la vetustez del mobiliario, los cortinajes, la moqueta odio las moquetas en los hoteles , y las muchas manos de pintura que cubrían las puertas y las contraventanas del gran balcón. Todo ello muestras de un lujoso pasado, desaparecido a partir del triunfo de la revolución. Obvié todos esos detalles y me acosté para estar preparado para comenzar mis visitas a la ciudad a la mañana siguiente. No iba a tener mucho tiempo para desaprovechar.