Terminada la
visita al Capitolio continué mi paseo por el centro de La Habana. El primer
edificio en el que reparé fue el Gran Teatro de la Habana, que es la sede del ballet y de
la ópera Nacional, Alicia Alonso. Era un edificio precioso, aunque, en ese
momento, en un estado de deterioro lamentable, como el de todos los edificios a
su alrededor. Sus fachadas, sucias y con pinturas desconchadas, hacían pensar
en tiempos anteriores, donde habrían mostrado todo su esplendor, ahora perdido.
Espero y deseo que después de los años transcurridos, esos edificios hayan sido
convenientemente restaurados y hayan recuperado toda su belleza.
A pesar de
todo, La Habana aparecía como una ciudad llena de vida, con masas de gente
pululando por sus avenidas, haciendo grandes colas esperando la llegada de los “camellos” — que cada vez me parecían más horrendos —; a pesar de que hoy pude ver alguno pintado de amarillo, no
mejoraban nada. En esta parte de mi recorrido, nadie más se me acercó a
ofrecerme sus “servicios”. Quizás la abundancia de uniformes de policía en la
zona, los ahuyentaban.
El objetivo
de mi primer día de visita en La Habana estaba cubierto y decidí volver al
hotel a comer, para, más tarde, recuperar fuerzas descansando en sus jardines.
El
restaurante era un lugar más donde practicar el ejercicio de esquilmar al
turista. La bebida no estaba contemplada en el precio del menú, y una mínima
botellita de agua con gas de 125 cm3, costaba, no lo recuerdo exactamente, el
equivalente de 1 o 1,5$. Me pareció un abuso, por otra parte bastante absurdo.
El resto de
la tarde la dedique a descansar en los jardines del hotel ya que, por la noche,
tenía las entradas para ir al Tropicana para cenar y ver el espectáculo. Estaba
organizado desde Madrid y, un autobús, me recogería, no solo a mí, como pude
ver más tarde, también a otros turistas,
para llevarnos al Tropicana.
Cuando se
acercaba la hora y, ya vestido, estaba a punto de bajar al hall del hotel, sonó
el teléfono de la habitación. Pensando que sería un aviso para que bajase, lo
descolgué.
—Halló—, oí al otro lado de la línea. — Soy la doctora ¿no le han entregado en Madrid un paquete
para mí? —
He de
reconocer que la llamada me puso bastante nervioso ¿Quién le había hablado a
esta mujer de mi llegada a La Habana? ¿Quién le había dicho dónde estaba
alojado? ¿Me confundía con otra persona
o era una forma que tenía concertada con el hotel para contactar con turistas y
terminar ofreciendo servicios de prostitución?
Además, el autobús estaría a punto de llegar y no me podía entretener…
— Lo siento, no sé quién es usted y nadie me ha dado en Madrid
ningún paquete—, le dije.
— ¿Pues cómo no? Soy la doctora.
— Lo siento, insistí, Nadie me ha dado ningún paquete para Ud.,
y no la puedo seguir atendiendo. Me están esperando a la puerta del hotel para
hacer un tour por La Habana —, le dije.
—Está bien, si se siente Ud. Agobiado,
lo dejo —
Me sorprendió lo del agobio, el chico
que me había abordado por la mañana a la salida del hotel había utilizado la
misma fórmula cuando lo despedí. Con prisa, bajé al hall del hotel; solo
faltaba que se fuese el autobús sin mí y me quedase sin cenar y sin ver el
espectáculo. Afortunadamente, bajé a tiempo y pude coger el autobús que, junto
al resto de turistas, nos llevó al Tropicana.
Yo no tenía idea de donde iba
exactamente. Había oído hablar en España del ballet Tropicana y de su calidad,
pero no tenía idea de que estuviese ubicado en un jardín, cuya topografía irregular permitía que las mesas estuviesen
estratégicamente situadas para poder ver el espectáculo desde cada una de
ellas, mientras tomabas la cena.
El espectáculo tenía toda
espectacularidad y el ritmo cubano. No defraudaba en absoluto. De alguna
manera, me sorprendió que la inmensa mayoría de sus componentes fuesen gentes
de color. No creo que esa mayoría del ballet representase la distribución
étnica de la isla, quizás ellos se adaptaban mejor a las exigencias de ritmo
del espectáculo…, no lo sé. El otro elemento de sorpresa fue la extraordinaria
juventud de los componentes, en particular, las chicas, desde mi zona de
visión, me parecieron poco más que adolescentes. En todo caso, ponían todo su
esfuerzo y su arte para conseguir un espectáculo atractivo.
Con todo esto, el día había terminado
bien e, incluso, casi me había hecho olvidar la llamada de la “doctora” que
tanto me había preocupado antes de salir del hotel. Supuse que la última de mis
deducciones había sido la más aproximada a la realidad. Con todo esto, me fui a
la cama en cuanto el autobús nos dejó en el hotel de vuelta del espectáculo.
Tenía de estar descansado para enfrentar el siguiente día de la mejor manera
posible. Había que aprovechar el corto
tiempo de que disponía en el viaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario