miércoles, 28 de octubre de 2015

El golpista - La fuga III

Juan de la Cruz, consciente de la gravedad de la situación salió de la celda y, tratando de evitar enfrentamientos, buscó los recovecos conocidos y explorados en sus tres años de internamiento en el retén, para acercarse a la puerta trasera del recinto. En su camino, creyó ver a su compadre Zecoto, en medio de la revuelta, atacado por los guardias. Zecoto estaba perdido, y él siguió su aventura en busca de la libertad. Antes de alcanzar su objetivo pudo ver las consecuencias del motín. Cadáveres en el patio, algunos, de compañeros conocidos, otros, de guardianes, la zona del comedor y los talleres destrozados… Ocultándose, mimetizándose con las paredes desconchadas, llegó a la puerta. La suerte le sonrió cuando ésta fue abierta para dar paso a un convoy formado por coches todo terreno cargados de fuerzas especiales. En medio de la confusión reinante, consiguió cruzar la puerta del recinto y salir al exterior.

***

La noticia de la revuelta en el retén llegó a los cerros. Tibisay vio confirmados sus  malos augurios y, juntas, las mujeres decidieron bajar a comprobar con sus propios ojos qué estaba sucediendo. Las noticias eran demasiado alarmantes, y sus maridos, hijos, padres, hermanos, estaban allí y todas conocían la forma en que se trataba a los presos en ese maldito recinto. En más de una ocasión los habían visto, durante las visitas, con las señales de los malos tratos recibidos ¿Qué podría pasar en una situación como aquella?

Se organizaron de manera que algunas de ellas se quedasen al cuidado de los chicos más pequeños, mientras, el resto, irían al retén a enterarse de qué estaba pasando. Los chicos mayores, ya habitualmente incontrolables, habían decidido vivir los acontecimientos por su cuenta.

A su llegada a la puerta del retén, cientos de personas inquirían a los guardias por noticias de sus familiares y ellas se unieron a sus gritos en demanda de noticias. Los medios de comunicación ya estaban también allí, transmitiendo lo que se podía ver desde fuera: Los ventanales exteriores, desde donde los presos gritaban blandiendo armas blancas entre los barrotes y pidiendo ayuda,  estaban siendo grabados por los canales de televisión recuperados del control de los golpistas.

— No pasa nada, vuelvan ustedes a sus casas, el interior está en orden… Era la única respuesta que, con una sonrisa cínica, daban los guardias que protegían la puerta, de la avalancha de las mujeres y las preguntas de los periodistas. Mientras tanto, dentro, seguía  la del motín, y las víctimas se contaban por decenas.


domingo, 25 de octubre de 2015

El golpista - La fuga II

Zecoto salió de la celda. En las galerías se encontró con la avalancha de los que habían tomado la misma decisión que él; todos gritaban, pero no todos pretendían el mismo objetivo. Para algunos, era la oportunidad de alcanzar la libertad, de volver a vivir en un país diferente como auspiciaban los golpistas; para otros, la razón era vengarse de sus carceleros y destruir las instalaciones en las que les habían hecho perder su sentido de la dignidad….El tumulto crecía sin parar.

Orive tuvo razón, la apertura de las celdas era una trampa y los guardias empezaron a abrir fuego contra los reclusos que intentaban la fuga; una fuga que había sido propiciada por los mismos carceleros. Zecoto se dio cuenta demasiado tarde, no podía volver a la celda y se vio arrastrado en la vorágine de violencia. Tratando de evitar los disparos, vio caer, a su lado, a uno de los reclusos; de pronto, se vio atacando al guardia al que había visto disparar contra el compañero que había caído herido de muerte y, sin pensarlo, cogió un machete que el herido había dejado caído en el suelo y atravesó, con él, el costado izquierdo del guardia; entonces, los compañeros de éste le hicieron su objetivo. La suerte de Zecoto estaba echada.

Mientras parte de los reclusos seguían con la destrucción de las instalaciones, otros retrocedían y entraban de nuevo en sus celdas. De entre los barrotes que protegían las ventanas de las celdas que daban al exterior del retén, salían los brazos de los reclusos blandiendo rudimentarias armas blancas, al tiempo que contaban a gritos lo que estaba sucediendo dentro del recinto y pedían ayuda.

***

Zubiaurre, en su despacho, hizo comparecer a Gutiérrez ante él.

— Manda de inmediato un escuadrón al retén. Ha comenzado un motín y vamos a aprovechar el desconcierto que ha provocado el golpe para limpiar aquello de escoria. Tienen que entrar en el recinto antes de que los medios de comunicación metan allí sus jodidas narices. Que el resto de las fuerzas se dediquen a controlar las calles por si hay alguna fuga o algún loco intenta levantar a la gente para que se ponga del lado de los golpistas.

— A la orden de mi comandante — respondió Gutiérrez.


Tras recibir las órdenes de Gutiérrez, un escuadrón salió del acuartelamiento y se dirigió, en coches todo terreno, sin distintivos policiales o militares, hacia el retén. Había demasiada confusión y temor en el ambiente y muy poca gente por las calles, para que causara extrañeza su paso. En pocos minutos llegaron al retén para cumplir la orden recibida y realizar su labor de represión y eliminación de los amotinados.

domingo, 18 de octubre de 2015

El golpista - La fuga

Juan de la Cruz y sus compañeros no se atrevían a creer lo que veían, los guardias del retén les estaban abriendo las puertas de las celdas. Hacía rato que la noticia corría por la prisión, Juan de la Cruz, Zecoto, y otros reclusos pasaban las noticias a los corrillos que se formaban y se deshacían de forman espontanea:

«Se ha producido un golpe militar; los seguidores de Chávez han actuado; hay que estar preparados…» Armas que se mantenían ocultas estaban apareciendo: machetes, cuchillos de cocina, herramientas rudimentarias…, y, ahora, los guardias les estaban confirmando la noticia.

— Están ustedes libres, pueden salir, el nuevo gobierno militar los libera.

— Zecoto, compadre, esto me huele mal. Se va a poner bien feo — dijo Orive a su compañero —. Llevamos mucho tiempo pudriéndonos aquí para saber las mañas de estos pendejos. No salgas; no les hagas el juego.

— Pero Juan de la Cruz, esta es nuestra oportunidad; es demasiado tiempo; ya tres años; no lo soporto. Si triunfan los partidarios de Chávez pueden cambiar las cosas y desde fuera podemos ayudar.


En todas las galerías el tumulto crecía. Eran años de hacinamiento en aquel antro en el que estaban encerrados cuatro veces más reclusos de los que su capacidad permitía; de opresión, de injusticia, de abusos de los carceleros corruptos, de esperar un juicio que nunca llegaba, de sentir la miseria de sus familias en los días en que sus mujeres, sus padres, sus amigos, les visitaban. Las cosas, fuera, tampoco mejoraban y ellos seguían allí, con su impotencia y su desesperanza.

domingo, 11 de octubre de 2015

El golpista V

El domingo, tras vencer mis dudas, decidí ir al centro de la ciudad para ver qué ambiente se respiraba tras el intento de golpe. No me atreví a llevar conmigo la cámara de video que tenía preparada para utilizarla en mi frustrado paseo turístico del fin de semana, era demasiado grande y no se podía disimular de ninguna manera, pero en todo caso, quería ver de primera mano las consecuencias que el intento de golpe había producido allí.

Al salir del hotel me encontré con las calles desiertas. No había transporte público regular, de modo que tuve que coger una guagua, pirata, que, como sardinas en lata, trasladaba al centro a aquellos que tenían menos miedo o la urgente necesidad de ir allí. Cuando bajé de la guagua, y me acerque lo que pude al palacio presidencial, sentí, de verdad, la gravedad de la situación. El palacio presidencial estaba aislado, blindado con tropas, ocupadas las calles aledañas por el ejército, aunque, desde lejos, podían verse algunos de los desperfectos que habían causado en ella los proyectiles que la habían impactado durante la intentona militar.

Siguiendo mi paseo, me encontré con la gran confusión que reinaba alrededor de la estación de policía situada en la plaza central de la ciudad; continuamente llegaban y salían de ella coches todo terreno, ocupados por hombres sin uniforme, equipados con armas de grueso calibre y protegidos con chalecos antibalas; algunos iban en el exterior de los coches, colgados de las ventanillas y apoyados en los estribos. Sentí una fuerte sensación de indefensión e inseguridad y pensando que podía verme involucrado por la vorágine desatada, tras dar una vuelta por los alrededores, decidí volver al hotel. Ni se me ocurrió buscar una guagua, tomé el primer taxi que vi libre.


Estos acontecimientos me hicieron recordar mi primera visita al país, cuatro años antes, donde ya pude detectar algunas debilidades difíciles de creer en un estado europeo. Mi aventura con el taxista pirata, la debilidad de los sucesivos gobiernos para implantar un sistema de impuestos moderno, la añoranza del gobierno dictatorial de Pérez Jiménez que aquella viejecita de la piscina del Caracas Hilton me mostró, la inseguridad de un país en el que los taxistas se saltaban los semáforos a partir de una cierta hora de la noche para evitar que los asaltasen…, todo ello eran indicios de lo que podía suceder. Un año después de mi primera visita a Caracas, la revuelta denominada “El Caracazo” lo confirmó. Aquel suceso había abierto la puerta a lo que había venido después. La inestabilidad social producida por la falta de credibilidad que se habían estado ganando los sucesivos gobiernos, había puesto una alfombra roja a la actuación de los golpistas. Éste había sigo el segundo intento en el mismo año. 

lunes, 5 de octubre de 2015

El golpista IV

Al día siguiente, después de desayunar, decidí hacer una escapada para ver cómo estaba la situación por los alrededores. Al contrario que la tarde anterior, la gente ya ocupaba las calles y desde el exterior pude ver los desperfectos causados por los proyectiles en la fachada del hotel que daba al aeropuerto militar, algunas de las ventanas estaban rotas por los proyectiles. Había tenido suerte de que la habitación que me asignaron en esta ocasión estuviese en la fachada posterior; algo que, cuando llegué me desagradó, me había permitido estar al abrigo del tiroteo que hizo que desalojasen esas habitaciones. También me enteré de que el avión derribado el día anterior sobre el aeropuerto militar, pertenecía a los insurgentes, y lo había sido por los disparos de baterías antiaéreas, colocadas, de manera improvisada, sobre los tejados del centro comercial, dentro del cual, estaba ubicado el hotel. 

De pronto, la situación cambió. Un helicóptero, aparentemente descontrolado, apareció en el cielo, y una voz, salida de no se sabía dónde, atronó los alrededores:

«Vuelvan a sus casas, despejen las calles, es un aviso de obligado cumplimiento…»

En pocos segundos la zona quedó despejada y yo volví precipitadamente al hotel sin saber cuál era el peligro real… Sólo fue una reacción histérica, minutos más tarde todo volvió a la tranquilidad, pero decidí no volver a salir del hotel.


El resto del día, lo pasé viendo por televisión las escenas que mostraban las consecuencias del golpe y grabando algunas con mi cámara: El derribo del avión sobre el aeropuerto militar, los controles policiales, las detenciones en los cerros…Estas últimas imágenes me preocuparon ¿Habría vuelto a complicar este incidente, aún más, la difícil situación de Tibisay y de sus hijos? Otras imágenes aún me preocuparon más. En el penal de Catia se había producido una revuelta y las cámaras de televisión mostraban a los reclusos sacando sus brazos por entre los barrotes de las ventanas, armados con armas blancas, gritando, mientras los guardianes, tras la puerta del retén, decían a la multitud que se estaba congregando allí, que el interior estaba en orden y que volviesen a sus casas ¿Se habría visto Juan de la Cruz involucrado en los desórdenes?