Zecoto
salió de la celda. En las galerías se encontró con la avalancha de los que
habían tomado la misma decisión que él; todos gritaban, pero no todos
pretendían el mismo objetivo. Para algunos, era la oportunidad de alcanzar la
libertad, de volver a vivir en un país diferente como auspiciaban los
golpistas; para otros, la razón era vengarse de sus carceleros y destruir las
instalaciones en las que les habían hecho perder su sentido de la dignidad….El
tumulto crecía sin parar.
Orive
tuvo razón, la apertura de las celdas era una trampa y los guardias empezaron a
abrir fuego contra los reclusos que intentaban la fuga; una fuga que había sido
propiciada por los mismos carceleros. Zecoto se dio cuenta demasiado tarde, no
podía volver a la celda y se vio arrastrado en la vorágine de violencia.
Tratando de evitar los disparos, vio caer, a su lado, a uno de los reclusos; de
pronto, se vio atacando al guardia al que había visto disparar contra el
compañero que había caído herido de muerte y, sin pensarlo, cogió un machete
que el herido había dejado caído en el suelo y atravesó, con él, el costado
izquierdo del guardia; entonces, los compañeros de éste le hicieron su
objetivo. La suerte de Zecoto estaba echada.
Mientras
parte de los reclusos seguían con la destrucción de las instalaciones, otros
retrocedían y entraban de nuevo en sus celdas. De entre los barrotes que
protegían las ventanas de las celdas que daban al exterior del retén, salían los
brazos de los reclusos blandiendo rudimentarias armas blancas, al tiempo que contaban
a gritos lo que estaba sucediendo dentro del recinto y pedían ayuda.
***
Zubiaurre,
en su despacho, hizo comparecer a Gutiérrez ante él.
— Manda
de inmediato un escuadrón al retén. Ha comenzado un motín y vamos a aprovechar
el desconcierto que ha provocado el golpe para limpiar aquello de escoria. Tienen
que entrar en el recinto antes de que los medios de comunicación metan allí sus
jodidas narices. Que el resto de las fuerzas se dediquen a controlar las calles
por si hay alguna fuga o algún loco intenta levantar a la gente para que se
ponga del lado de los golpistas.
— A la
orden de mi comandante — respondió Gutiérrez.
Tras
recibir las órdenes de Gutiérrez, un escuadrón salió del acuartelamiento y se
dirigió, en coches todo terreno, sin distintivos policiales o militares, hacia
el retén. Había demasiada confusión y temor en el ambiente y muy poca gente por
las calles, para que causara extrañeza su paso. En pocos minutos llegaron al retén
para cumplir la orden recibida y realizar su labor de represión y eliminación
de los amotinados.
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