domingo, 25 de octubre de 2015

El golpista - La fuga II

Zecoto salió de la celda. En las galerías se encontró con la avalancha de los que habían tomado la misma decisión que él; todos gritaban, pero no todos pretendían el mismo objetivo. Para algunos, era la oportunidad de alcanzar la libertad, de volver a vivir en un país diferente como auspiciaban los golpistas; para otros, la razón era vengarse de sus carceleros y destruir las instalaciones en las que les habían hecho perder su sentido de la dignidad….El tumulto crecía sin parar.

Orive tuvo razón, la apertura de las celdas era una trampa y los guardias empezaron a abrir fuego contra los reclusos que intentaban la fuga; una fuga que había sido propiciada por los mismos carceleros. Zecoto se dio cuenta demasiado tarde, no podía volver a la celda y se vio arrastrado en la vorágine de violencia. Tratando de evitar los disparos, vio caer, a su lado, a uno de los reclusos; de pronto, se vio atacando al guardia al que había visto disparar contra el compañero que había caído herido de muerte y, sin pensarlo, cogió un machete que el herido había dejado caído en el suelo y atravesó, con él, el costado izquierdo del guardia; entonces, los compañeros de éste le hicieron su objetivo. La suerte de Zecoto estaba echada.

Mientras parte de los reclusos seguían con la destrucción de las instalaciones, otros retrocedían y entraban de nuevo en sus celdas. De entre los barrotes que protegían las ventanas de las celdas que daban al exterior del retén, salían los brazos de los reclusos blandiendo rudimentarias armas blancas, al tiempo que contaban a gritos lo que estaba sucediendo dentro del recinto y pedían ayuda.

***

Zubiaurre, en su despacho, hizo comparecer a Gutiérrez ante él.

— Manda de inmediato un escuadrón al retén. Ha comenzado un motín y vamos a aprovechar el desconcierto que ha provocado el golpe para limpiar aquello de escoria. Tienen que entrar en el recinto antes de que los medios de comunicación metan allí sus jodidas narices. Que el resto de las fuerzas se dediquen a controlar las calles por si hay alguna fuga o algún loco intenta levantar a la gente para que se ponga del lado de los golpistas.

— A la orden de mi comandante — respondió Gutiérrez.


Tras recibir las órdenes de Gutiérrez, un escuadrón salió del acuartelamiento y se dirigió, en coches todo terreno, sin distintivos policiales o militares, hacia el retén. Había demasiada confusión y temor en el ambiente y muy poca gente por las calles, para que causara extrañeza su paso. En pocos minutos llegaron al retén para cumplir la orden recibida y realizar su labor de represión y eliminación de los amotinados.

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