Juan de
la Cruz, consciente de la gravedad de la situación salió de la celda y,
tratando de evitar enfrentamientos, buscó los recovecos conocidos y explorados
en sus tres años de internamiento en el retén, para acercarse a la puerta
trasera del recinto. En su camino, creyó ver a su compadre Zecoto, en medio de
la revuelta, atacado por los guardias. Zecoto estaba perdido, y él siguió su
aventura en busca de la libertad. Antes de alcanzar su objetivo pudo ver las
consecuencias del motín. Cadáveres en el patio, algunos, de compañeros
conocidos, otros, de guardianes, la zona del comedor y los talleres destrozados…
Ocultándose, mimetizándose con las paredes desconchadas, llegó a la puerta. La
suerte le sonrió cuando ésta fue abierta para dar paso a un convoy formado por
coches todo terreno cargados de fuerzas especiales. En medio de la confusión
reinante, consiguió cruzar la puerta del recinto y salir al exterior.
***
La
noticia de la revuelta en el retén llegó a los cerros. Tibisay vio confirmados
sus malos augurios y, juntas, las
mujeres decidieron bajar a comprobar con sus propios ojos qué estaba
sucediendo. Las noticias eran demasiado alarmantes, y sus maridos, hijos,
padres, hermanos, estaban allí y todas conocían la forma en que se trataba a
los presos en ese maldito recinto. En más de una ocasión los habían visto,
durante las visitas, con las señales de los malos tratos recibidos ¿Qué podría
pasar en una situación como aquella?
Se
organizaron de manera que algunas de ellas se quedasen al cuidado de los chicos
más pequeños, mientras, el resto, irían al retén a enterarse de qué estaba
pasando. Los chicos mayores, ya habitualmente incontrolables, habían decidido
vivir los acontecimientos por su cuenta.
A su
llegada a la puerta del retén, cientos de personas inquirían a los guardias por
noticias de sus familiares y ellas se unieron a sus gritos en demanda de
noticias. Los medios de comunicación ya estaban también allí, transmitiendo lo
que se podía ver desde fuera: Los ventanales exteriores, desde donde los presos
gritaban blandiendo armas blancas entre los barrotes y pidiendo ayuda, estaban siendo grabados por los canales de
televisión recuperados del control de los golpistas.
— No
pasa nada, vuelvan ustedes a sus casas, el interior está en orden… Era la única
respuesta que, con una sonrisa cínica, daban los guardias que protegían la
puerta, de la avalancha de las mujeres y las preguntas de los periodistas.
Mientras tanto, dentro, seguía la del
motín, y las víctimas se contaban por decenas.
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