jueves, 17 de marzo de 2016

La corrupción

Como sigamos por esta vía, y vayamos a unas nuevas elecciones, me temo que el premio va a quedar desierto, por falta de candidatos. No va a quedar ninguno útil.

domingo, 13 de marzo de 2016

El golpista - El Caracazo XVII

No quiero que estas cosas vuelvan a pasar en nuestro país dijo Chávez al capitán Ortiz . El Movimiento Bolivariano que fundamos, junto con otros compañeros, con la idea de introducir cambios en el ejército, ha de empezar a actuar. Los lamentables hechos que están  acaeciendo en la capital y en otros lugares de la nación, me llevan  a considerar que ese movimiento tiene que ser el germen de cambios más profundos, no solo en el ejército, también en la vida política del país. Me siento obligado a esa gran misión y la vamos a llevar a cabo. Capitán Ortiz, convoque una reunión de los componentes del Movimiento para la próxima semana en el lugar de costumbre.


A la orden, mi capitán dijo Ortiz , la situación se ha hecho insostenible. La muerte durante las operaciones de nuestro compañero en el Movimiento, el capitán Felipe Acosta, a quien acabamos de dar sepultura, no debería haber sucedido. No tenía que haber estado en ese lugar. Su muerte ha soliviantado a los componentes del grupo. A pesar de estar en desacuerdo con las órdenes recibidas del ministro de defensa, las cumplió, como todos nosotros. Éste debe ser el punto de partida para el desarrollo de las actividades futuras de nuestro Movimiento continuó ; no puedo dejar  de pensar en la imagen de algunos de mis hombres que, tras participar en el asalto a los cerros, hacían esfuerzos sobrehumanos para no llorar una vez acabada la operación. No es esto lo que nos han inculcado en las escuelas del ejército. No estamos para luchar contra nuestro pueblo. No para disparar contra él ni para golpearlo ni para insultarlo. Muchos de nuestros soldados, los más jóvenes, nunca habían disparado contra nadie. Nunca habían presenciado tanta muerte: hombres, mujeres, niños, ancianos…Su gente tirada en la calle: muerta, herida, esperando la ambulancia que no llegaba…Estoy de acuerdo con usted. Nuestro movimiento ha de empezar a actuar. Convocaré la reunión.

sábado, 12 de marzo de 2016

CONTRADICCIONES

Por primera vez, las asociaciones de víctimas del terrorismo, han acudido, juntas, a las conmemoraciones del 11 M. Como consecuencia, representantes de los partidos políticos han hecho de tripas corazón y no se han atrevido a dejar su espacio vacío. 
Sin embargo, estos últimos, no solo se siguen negando a negociar seriamente para llegar a acuerdos, sino que aparecen síntomas de disolución interna, en varios de ellos, en forma de dimisiones más o menos cuantiosas ¿A que nos conduce esto?

El golpista - El Caracazo XVI

Cada día vuelvo a los cerros. Una semana después de su inicio, la violencia sigue alojada en ellos. En el 23 de Enero, encontré que un bloque había sido tiroteado con armas de grueso calibre. El ejército argumenta que es conocida la existencia en él de mafias de la droga, que en el edificio había francotiradores de ultraizquierda, y había que acabar con ellos…Ha habido muertos en el edificio sin relación con  estos grupos, gente que intentaba entrar a sus apartamentos; cuando sus vecinos y familiares recogieron los cuerpos, no hallaron documentación en ellos. Uno de los vecinos me contó, que del 23 de Enero no salió ningún disparo.
— « Si en el edificio está ubicado el Comando 21 de la Policía Metropolitana ¿Quién iba a disparar desde allí? » — me dijo.
En otros bloques de El Mirador, han aparecido otros cadáveres indocumentados. Muchos de ellos eran vecinos que salían del edificio siguiendo el llamamiento del gobierno a incorporarse a las actividades habituales.
En los bloques del Monte de Piedad el destrozo es similar. Un inquilino del cuarto piso me ha invitado a entrar en su apartamento y he quedado impresionado. Cientos de proyectiles habían dejado paredes, muebles, electrodomésticos, como un colador.
— ¿Cómo ha podido pasar esto? — le pregunté.
— «Es cierto que hubo disparos contra los soldados» — me dijo —,  «pero la respuesta fue exagerada. Los soldados dispararon indiscriminadamente contra pasillos, azoteas, apartamentos…, no era necesaria tanta violencia. Otras veces, la policía metropolitana había tomado el edificio pero, en esta ocasión, ha sido como una venganza. Teníamos que pagar la subversión. La orden parecía ser disparar hasta el hastío».
«Se han allanado apartamentos por parte de encapuchados» — continuó —, «en particular, en los de representantes de organizaciones vecinales por sospechosos de promover la subversión y la guerrilla. Hay varias personas de la vecindad detenidas, otras han desaparecido, y algunas se han dado a la fuga…»
El hombre me contaba la historia con la mirada perdida; como si todo aquello que me decía, hubiese pasado hacía ya mucho tiempo.
La mamá de uno de los chicos balaceados por los soldados, me contó que durante esos días, los vecinos del bloque recolectaron 7000 bolívares para el entierro de su hijo.
— «Esos actos de solidaridad y unión son la única arma que tenemos para defendernos de los abusos y atropellos del gobierno» — me dijo.

Al parecer, algunos sacerdotes jesuitas y seminaristas de la Comunidad de la Vega fueron detenidos. Su casa fue allanada por los hombres de Zubiaurre y registrada en búsqueda de armas y de una imprenta clandestina y, ellos, detenidos y llevados a los calabozos de las fuerzas especiales de seguridad. 

domingo, 6 de marzo de 2016

Tropezar en la misma piedra

Si vamos a unas nuevas elecciones con las mismos candidatos y con los mismos condicionantes, lo más lógico es que lleguemos al mismo sitio ¿Y entonces?

El golpista - El caracazo XV

En las dependencias de las fuerzas especiales de seguridad, Tibisay se debatía en la angustia y la incertidumbre. Su alma, de india dulce y pacífica, no entendía lo que pasaba y perdía la esperanza. Los hombres que la habían detenido se habían burlado de ella en el vehículo donde la trasladaron; con frases soeces referidas a ella y a Juan de la Cruz, le decían que cuando llegaran a la comandancia iba a saber lo que era un interrogatorio, que iba a contar las andanzas en las que estaba metido su marido…

«No sé de qué hablaban, Juan; tú nunca te habías señalado en nada, solo estabas desesperado por no poder dar una mejor vida a tu familia; a mí y a tus hijos. Por eso habías dejado los cerros hacía dos días. Tú eres bueno Juan ¿Por qué te buscan? Yo también quiero encontrarte; saber si sigues  vivo…He visto mucha violencia a mí alrededor…No sé dónde estoy ni qué ha pasado con mis hijos ¿Dónde estás Juan de la Cruz? ¿Qué piensan hacer conmigo? ¡No he hecho nada! ¡No sé nada! »
***

Han abierto la puerta y dos hombres uniformados han entrado en la habitación donde estoy confinada y, sin decir palabra, me han cogido de los brazos y tras recorrer un largo pasillo me han llevado a un despacho. Es una habitación pintada de blanco, sin adornos, salvo la bandera y el retrato del Presidente de la República situados a la espalda del hombre que está sentado tras una gran mesa. Los hombres que me han traído aquí, se han marchado sin decir palabra y me han dejado sola, en pie, en medio de la habitación.
El hombre del despacho es joven, elegante y de apariencia tranquila, sin uniforme, que parece leer los papeles que tiene entre las manos con suma atención. Actúa como si no supiese que estoy aquí. Hasta transcurridos unos minutos, que para mí han pasado  lentos, interminables, y en los que no he podido separar mis ojos de él, no ha dejado los papeles sobre la mesa. Ahora me mira y, con un gesto, me ha invitado a sentarme en la única silla que completa el mobiliario de la habitación. Tengo miedo, me he sentado en el borde de la silla y ya no me atrevo a mirarlo.

— Señora Tibisay — me dice—, es ese su nombre ¿verdad?

He asentido sin decir una palabra.

— Soy en comandante Zubiaurre. Espero que mis hombres la hayan tratado adecuadamente — su voz me suena falsa —. No está en mi interés producirle ninguna molestia. En realidad, lo único que me interesa es tener una conversación con su esposo, Juan de la Cruz Orive ¿Es su esposo, verdad? ¿Me puede decir dónde está?

Oigo las palabras como si no fuesen dirigidas a mí. Suenan monocordes, sin transmitir ninguna emoción. Cuando estoy angustiada por mis hijos, por saber si Juan de la Cruz está vivo, este hombre pregunta. Vuelvo la cara buscando alguna otra persona en la habitación y no hay nadie. Solo estamos el hombre sentado tras la mesa de despacho y yo, y la fotografía del Presidente, y la bandera…

— No, señor. No sé dónde está mi esposo, — le digo levantando la vista hacia él —, hace ya no sé cuántos días que salió del ranchito y no había vuelto cuando unos hombres me detuvieron y dejaron abandonados a mis hijos. Esos hombres me han amenazado y se han burlado de mí. No sé dónde estoy. No he hecho nada. Solo quiero volver a casa, con mis hijos. Son todavía muy pequeños y nunca han estado solos. Había mucha violencia en el cerro cuando lo dejé y temo por ellos. Por favor, señor, déjeme ir. Debo estar allí cuando vuelva Juan de la Cruz.

— Señora Tibisay, espero que usted colabore con nosotros — me dice —. Tenemos pruebas de que su esposo es uno de los cabecillas de la revuelta. En los últimos tiempos ha estado animando a sus vecinos a revelarse contra el gobierno. En tanto no lo hallemos, usted seguirá detenida. Si quiere ver pronto a sus hijos, díganos donde podemos encontrarlo. Como le he dicho, no tengo ningún interés en molestarla, pero tenemos que encontrar y detener a los responsables de esta revuelta.
— Señor, no sé nada de lo que usted pregunta y no lo puedo ayudar. Si usted lo quiere, no volveré a ver a mis hijos, no volveré a ver a Jun de la Cruz, pero no le puedo decir nada…«Es inútil — pienso mientras le hablo —, nunca podré convencer a este hombre, no me escucha, nunca volveremos a estar juntos; Juan, mis hijos, yo…Nunca podré salir de aquí ».  

El hombre — Zubiaurre ha dicho que se llama — ya no me mira, ha vuelto a examinar sus papeles, ha hecho sonar un timbre y los dos hombres que me habían traído desde mi celda han vuelto a entrar en el despacho. Con un gesto, les ha indicado que me lleven y, tras recorrer, de nuevo, el largo pasillo, me han dejado en la celda.