— No quiero que estas cosas vuelvan a pasar en nuestro
país — dijo Chávez
al capitán Ortiz —. El Movimiento Bolivariano que fundamos, junto con otros
compañeros, con la idea de introducir cambios en el ejército, ha de empezar a
actuar. Los lamentables hechos que están
acaeciendo en la capital y en otros lugares de la nación, me llevan a considerar que ese movimiento tiene que ser
el germen de cambios más profundos, no solo en el ejército, también en la vida
política del país. Me siento obligado a esa gran misión y la vamos a llevar a
cabo. Capitán Ortiz, convoque una reunión de los componentes del Movimiento
para la próxima semana en el lugar de costumbre.
—A la orden, mi capitán — dijo Ortiz —, la
situación se ha hecho insostenible. La muerte durante las operaciones de
nuestro compañero en el Movimiento, el capitán Felipe Acosta, a quien acabamos
de dar sepultura, no debería haber sucedido. No tenía que haber estado en ese
lugar. Su muerte ha soliviantado a los componentes del grupo. A pesar de estar
en desacuerdo con las órdenes recibidas del ministro de defensa, las cumplió,
como todos nosotros. Éste debe ser el punto de partida para el desarrollo de
las actividades futuras de nuestro Movimiento — continuó —; no puedo
dejar de pensar en la imagen de algunos
de mis hombres que, tras participar en el asalto a los cerros, hacían esfuerzos
sobrehumanos para no llorar una vez acabada la operación. No es esto lo que nos
han inculcado en las escuelas del ejército. No estamos para luchar contra
nuestro pueblo. No para disparar contra él ni para golpearlo ni para
insultarlo. Muchos de nuestros soldados, los más jóvenes, nunca habían
disparado contra nadie. Nunca habían presenciado tanta muerte: hombres,
mujeres, niños, ancianos…Su gente tirada en la calle: muerta, herida, esperando
la ambulancia que no llegaba…Estoy de acuerdo con usted. Nuestro movimiento ha
de empezar a actuar. Convocaré la reunión.
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