Cualquiera
que viese a Borja por primera vez, recibía la sensación de que era un pijo,
aunque, realmente, no ejercía como tal. Yo creía conocerle bien. Me consideraba
el mejor de sus amigos.
Alto,
más bien rubio, sonrisa amable, siempre con la ropa adecuada, de marca, claro;
sin alardes. Trato natural con amigos y compañeros. Simpático con las chicas.
Nunca le vi perder la compostura. Siempre caía bien. Tenía ese don de forma
natural. ¿O adquirido? Desde luego, su familia y entorno le facilitaban la
situación: Barrio de Salamanca, clase media - alta, hijo único, buenos
colegios...
Estudiábamos
una carrera técnica en el área de las nuevas tecnologías. Éramos la segunda
promoción. Borja trabajaba lo justo para estar ligeramente por encima de la
media. No hablaba de proyectos de futuro cuando surgía el tema entre
compañeros. Estábamos terminando el 4º año y ya se barruntaba en el grupo la
preocupación por situarse profesionalmente. Sus planes, si los tenía, eran su
secreto mejor guardado.
─Borja,
hijo, ¿que piensas hacer? Te veo un poco indolente. Es importante que tomes una
decisión. Nosotros no te vamos a poder resolver la papeleta siempre. Su madre
siempre le planteaba el tema del porvenir - y cualquier otro - de forma amable.
─No te
preocupes, mamá, no hay prisa, decía, al tiempo que le daba un cariñoso abrazo
con el que acababa cualquier discusión con ella. Siempre utilizaba el mismo
método para zafarse de una situación comprometida.
─Borja,
tenemos que hablar seriamente. Tienes que ser más responsable. Tienes que
aprender a tomar decisiones. Tienes que ocupar el lugar que te corresponde en
la sociedad a la que perteneces. Tienes que defender unos principios, unos
ideales.
Con su
padre, las cosas eran bastante diferentes, no le bastaban las carantoñas. Tenía
que darle respuestas concretas.
Una
mañana, decidido, se vistió con sus mejores galas y acompañado de su mejor
sonrisa, salió dispuesto a dar un paso hacia su futuro. Llevaba algún tiempo
dando vueltas a una idea y, ese día, decidió ponerla en práctica.
Entró
en un edificio del centro de Madrid, no lejos de su casa. En la fachada, había
una especie de pancarta con las siglas de un partido político. Conservador,
naturalmente.
Pidió
una entrevista con el responsable del área que le interesaba. Respondió a las
preguntas sobre objeto de la visita, fotocopiaron su documento nacional de
identidad. Tuvo suerte. La persona requerida estaba disponible y le recibió.
Después
de un saludo formal, entró al grano directamente.
─Señor
Martínez, dijo, Ud. Sabe de la importancia que las nuevas tecnologías tienen, y
más, van a tener en el futuro de nuestro país. Yo me pongo a disposición del
partido para actuar como asesor en esta materia.
El
señor Martínez abrió los ojos con cara de sorpresa, aunque trató de disimular.
¿Quién era este jovencito?, Tenía muy buen aspecto, pero, demasiado “verde”
para plantear una propuesta de esta envergadura. Debería estar solicitando la
entrada en “Nuevas Generaciones”.
Ya
habían comentado en el partido la posibilidad de abrir una sección que se
encargase de esa actividad, pero no había una decisión tomada. Decidió, como
mandan las normas del buen político, no dar una respuesta concreta.
─Tomaremos su
oferta en consideración, mándenos su propuesta por escrito, déjeme sus datos y,
cuando lo decidamos nos pondremos en contacto con Ud.
Borja
se sintió humillado, era la primera vez en su vida que no conseguía algo que se
hubiese propuesto. Era lo suficientemente listo para detectar la frialdad con
que aquel representante del aparato del partido había recibido su propuesta.
Disimulando su frustración, se levantó:
─Haré
lo posible para enviar el documento requerido, lo antes posible, dijo, y con su más atractiva sonrisa se
despidió del Señor Martínez.
Seguía
creyendo que su idea era buena y que le serviría para dar un paso efectivo que
le asegurase el futuro.
La
decisión fue rápida, quería aprovechar el día. Desde allí, y con un sentimiento
de revancha, se dirigió a otro edificio, similar al anterior, en todo, salvo en
la pancarta. Las siglas representaban al principal partido oponente del
anterior. Proletario, de izquierdas, con una filosofía contraria a sus propias
convicciones, a la educación que había recibido a los intereses de su propia
clase. No importa, se dijo. Es un trabajo. No tengo por que involucrarme.
Repitió
la operación. Solicitud de visita, objeto de la misma, fotocopia de su
identificación. Volvió a tener suerte y fue recibido.
En esta
ocasión, el Señor Martín recibió su propuesta con interés. Vio las oportunidades
que le brindaba contar con un experto en el nuevo campo. Además, le divertía la
situación. El aspecto del pretendiente le hacía pensar que, consciente o
inconscientemente, se estaba situando en una posición fuera de su ambiente
natural. ¿Por ambición? ¿Por ignorancia? Le iba a seguir el juego.
Una
semana mas tarde, empezó su labor. Le habían asignado un despacho, pequeño, suficiente
para empezar. Le presentaron a sus compañeros, gente con la que tendría que
colaborar, el señor Martín, su jefe, compañero, le dijeron, le dio una relación
de temas en los que centrarse inicialmente.
Todos
le recibieron de una manera cordial.
─ Bienvenido, Borja, compañero, le dijeron, tratando de hacerle sentir confortable.
Algo no
encajaba. Su ropa de marca desentonaba en el entorno. Las conversaciones en
torno a la máquina de café: «En las
próximas elecciones, vamos a echar del gobierno a los carcas de la derecha», le
hacían sentir fuera de su mundo. Los objetivos que le proponía su compañero–jefe,
le sonaban extraños.
Cuando
nos incorporamos al último curso, vi a un Borja diferente. Seguía teniendo su
aire de elegancia natural, pero no llevaba la ropa de marca acostumbrada,
tampoco la raya del pantalón era perfecta, se había dejado crecer la barba,
parecía no atreverse a integrarse en el grupo de la misma manera.
No le
había visto en todo el verano. En un momento en el que nos separamos del grupo,
me interesé por el cambio que se había producido en él.
A pesar
de que no había comentado en casa la naturaleza de su trabajo, su padre había
logrado enterarse. La discusión fue muy fuerte. Le exigió que dejara el trabajo
inmediatamente, su madre lloraba, Ninguno quiso dar su brazo a torcer. Su
padre, rojo de ira le echó de casa.
Me dijo
que ahora vivía en un apartamento que compartía con una compañera de trabajo y
trataba de adaptarse a la nueva situación. Seguía viendo a su madre ─ sin que
su padre lo supiera ─ y percibí en él como un sentimiento esquizoide, como de quien
no está seguro de la decisión que ha tomado.