viernes, 28 de septiembre de 2012

El agente secreto


Al llegar al aeropuerto de Lisboa, los altavoces anunciaron que el vuelo de TAP a Madrid se demoraba hasta las seis. A las seis se anunció que el vuelo se retrasaba a las seis y media. Una hora más tarde, que se retrasaba a las once de la noche. Amablemente, una señorita, por altavoz, nos decía que TAP nos invitaba a la cena en el restaurante del aeropuerto.

El problema parece que se debía a que el personal de TAP se había puesto de huelga. Pasar toda la tarde en un aeropuerto y sin seguridad de cuanto va a durar la espera, no es la cosa más agradable que te puede pasar en la vida. Al cabo de un tiempo se empezaron a oír gritos destemplados. Un pasajero, brasileiro, que volaba a Madrid, perdió los nervios y empezó a increpar a todo el mundo, en particular, a los responsables de la situación. Por mucho que gritó, no consiguió nada.

Cansado de dar vueltas por las tiendas del aeropuerto, sobre las nueve de la noche, decidí ir al restaurante. Por lo menos pasaría un rato cenando y acortaría la espera. Al llegar, me senté en una mesa, Un camarero se me acercó y amablemente —los portugueses son muy ceremoniosos —me indicó que no podía sentarme en una mesa solo. Tenía que compartirla con otros. Él se encargó de llevarme a otra donde un hombre joven, alto, rubio, terminaba de cenar con una expresión de aburrimiento infinito. Mi llegada pareció alegrarle, me saludó, en inglés, me preguntó si yo lo hablaba y me ofreció la naranja que le habían puesto de postre.

 Rechacé la naranja y le dije que sí, que hablaba algo de inglés. Vio el cielo abierto. Me preguntó a qué hora salía mi vuelo y al decirle que a las once, me dijo que era muy afortunado, que él tendría que pasar toda la noche en el aeropuerto y empezó a contarme su vida y milagros. Me dijo que era un miembro del servicio secreto sueco, que venía de Argelia después de haber controlado la seguridad de un ministro de su gobierno durante su estancia allí y que por la mañana cogería un vuelo a Maputo para realizar la misma misión en Mozambique.

Yo no salía de mi asombro ¡Un agente secreto contándoselo a una persona a la que acababa de conocer! Así siguió la conversación hasta que el mismo camarero de antes, trajo a dos personas más a la mesa.
                                                                      
Eran dos negros, de lo más elegante que yo he visto en mi vida. Debían de ser, por lo menos, hijos del jefe de la tribu. El sueco actuó de la misma manera que conmigo. Les ofreció la naranja, que seguía intacta, y les preguntó si hablaban inglés. Los recién llegados, le dijeron que sí, que hablaban inglés, francés, alemán, portugués, swahili y algo de español. El sueco estaba entusiasmado.
                                                                     
 ¾¿A que se dedican ustedes? — preguntó.
¾ Nos dedicamos a la importación de automóviles a África — dijeron.
¾¿Importan ustedes coches Volvo?, preguntó.

Los negros abrieron los ojos como platos y le dijeron que no, que era una gestión muy difícil. El sueco, en un alarde de amabilidad, les pidió su dirección y les prometió hacer las gestiones necesarias para que pudiesen hacer importaciones de Volvo —Nunca me había encontrado con un agente secreto con tantas ganas de hacer favores a gente desconocida— Terminamos la cena y nos despedimos.

El avión de TAP no salió a las once, ni a ninguna hora. A la una de la madrugada un avión de Iberia vino, desde Madrid, a rescatarnos.

Como pasajero Business, llegué a la escalerilla del avión en un pequeño autobús cuando el resto de pasajeros ya había embarcado. Grandes voces se oían provenientes del interior del avión. Cuando subí, el piloto, que no debía sentirse muy feliz con el servicio extra que le había tocado hacer, estaba pidiendo que la policía desembarcase a alguien y diciendo ¾ ¡Yo no vuelo con un loco así!

Al momento, la policía subió para desembarcar a una pareja: el brasileiro que ya había perdido los nervios en la sala de espera del aeropuerto y su esposa. Sus últimas peticiones de disculpas al piloto diciéndole que ellos no tenían nada contra Iberia, no les libraron de pasar la noche en Lisboa.
Pasé todo el vuelo dándole vueltas a la forma tan diferente de asumir la situación por parte del sueco y del brasileiro! Uno, tranquilo, amable y haciendo favores a la gente — A pesar de tener que pasar la noche en el aeropuerto — El otro, perdiendo los nervios y la oportunidad de salir de Lisboa, aunque fuese tarde. 

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