Al llegar al
aeropuerto de Lisboa, los altavoces anunciaron que el vuelo de TAP a Madrid se
demoraba hasta las seis. A las seis se anunció que el vuelo se retrasaba a las
seis y media. Una hora más tarde, que se retrasaba a las once de la noche.
Amablemente, una señorita, por altavoz, nos decía que TAP nos invitaba a la
cena en el restaurante del aeropuerto.
El problema parece
que se debía a que el personal de TAP se había puesto de huelga. Pasar toda la
tarde en un aeropuerto y sin seguridad de cuanto va a durar la espera, no es la
cosa más agradable que te puede pasar en la vida. Al cabo de un tiempo se
empezaron a oír gritos destemplados. Un pasajero, brasileiro, que volaba a
Madrid, perdió los nervios y empezó a increpar a todo el mundo, en particular, a
los responsables de la situación. Por mucho que gritó, no consiguió nada.
Cansado de dar
vueltas por las tiendas del aeropuerto, sobre las nueve de la noche, decidí ir
al restaurante. Por lo menos pasaría un rato cenando y acortaría la espera. Al
llegar, me senté en una mesa, Un camarero se me acercó y amablemente —los portugueses
son muy ceremoniosos —me indicó que no podía sentarme en una mesa solo. Tenía
que compartirla con otros. Él se encargó de llevarme a otra donde un hombre
joven, alto, rubio, terminaba de cenar con una expresión de aburrimiento
infinito. Mi llegada pareció alegrarle, me saludó, en inglés, me preguntó si yo
lo hablaba y me ofreció la naranja que le habían puesto de postre.
Rechacé la naranja y le dije que sí, que
hablaba algo de inglés. Vio el cielo abierto. Me preguntó a qué hora salía mi
vuelo y al decirle que a las once, me dijo que era muy afortunado, que él tendría
que pasar toda la noche en el aeropuerto y empezó a contarme su vida y
milagros. Me dijo que era un miembro del servicio secreto sueco, que venía de
Argelia después de haber controlado la seguridad de un ministro de su gobierno
durante su estancia allí y que por la mañana cogería un vuelo a Maputo para
realizar la misma misión en Mozambique.
Yo no salía de
mi asombro ¡Un agente secreto contándoselo a una persona a la que acababa de conocer!
Así siguió la conversación hasta que el mismo camarero de antes, trajo a dos
personas más a la mesa.
Eran dos
negros, de lo más elegante que yo he visto en mi vida. Debían de ser, por lo
menos, hijos del jefe de la tribu. El sueco actuó de la misma manera que
conmigo. Les ofreció la naranja, que seguía intacta, y les preguntó si hablaban
inglés. Los recién llegados, le dijeron que sí, que hablaban inglés, francés,
alemán, portugués, swahili y algo de español. El sueco estaba entusiasmado.
¾¿A
que se dedican ustedes? — preguntó.
¾
Nos dedicamos a la importación de automóviles a África — dijeron.
¾¿Importan
ustedes coches Volvo?, preguntó.
Los negros
abrieron los ojos como platos y le dijeron que no, que era una gestión muy
difícil. El sueco, en un alarde de amabilidad, les pidió su dirección y les
prometió hacer las gestiones necesarias para que pudiesen hacer importaciones
de Volvo —Nunca me había encontrado con un agente secreto con tantas ganas de
hacer favores a gente desconocida— Terminamos la cena y nos despedimos.
El avión de
TAP no salió a las once, ni a ninguna hora. A la una de la madrugada un avión
de Iberia vino, desde Madrid, a rescatarnos.
Como pasajero
Business, llegué a la escalerilla del avión en un pequeño autobús cuando el
resto de pasajeros ya había embarcado. Grandes voces se oían provenientes del
interior del avión. Cuando subí, el piloto, que no debía sentirse muy feliz con
el servicio extra que le había tocado hacer, estaba pidiendo que la policía
desembarcase a alguien y diciendo ¾
¡Yo no vuelo con un loco así!
Al momento, la
policía subió para desembarcar a una pareja: el brasileiro que ya había perdido
los nervios en la sala de espera del aeropuerto y su esposa. Sus últimas
peticiones de disculpas al piloto diciéndole que ellos no tenían nada contra
Iberia, no les libraron de pasar la noche en Lisboa.
Pasé
todo el vuelo dándole vueltas a la forma tan diferente de asumir la situación
por parte del sueco y del brasileiro! Uno, tranquilo, amable y haciendo favores
a la gente — A pesar de tener que pasar la noche en el aeropuerto — El otro,
perdiendo los nervios y la oportunidad de salir de Lisboa, aunque fuese tarde.
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