« ¡Maldito día! La ciudad sublevada y yo, en medio de
la calle, con un ataque de rubeola, con fiebre y sin gasolina para el carro;
así no voy a poder llegar a la casa. Al menos, tengo que llegar a fuerte Tiuna
para que me pongan gasolina al carro.
Al llegar a las instalaciones, me encontré en medio de
una gran barahúnda; soldados con el temor retratado en sus caras y equipados
para la guerra sin saber ni como llevar el fusil; y reclutas de logística sin
preparación para el combate dispuestos a salir a la calle en medio del gran
desorden que reinaba en el recinto.
— ¿Pero dónde va todo este pocotón de gente? — pregunté
a un coronel amigo que se me acercó.
— Chávez, van a la calle, a la
calle. Esa es la orden que nos dieron. Hay que acabar la vaina como sea.
— ¿Pero, qué orden les
dieron?
— Bueno Chávez, la
orden es que hay que parar esta vaina como sea.
— Pero mi coronel ¿usted se imagina lo que puede
pasar? estos hombres no están preparados para el combate y menos para el
combate en localidades. Pueden causar un gran desastre.
— Chávez, déjelo estar, es una orden y ya no hay nada
qué hacer. Que sea lo que Dios quiera.
Una vez cargado el depósito del carro con la gasolina, cuando fui a ponerlo en marcha, se me echó
encima un soldadito corriendo con el casco caído, el fusil guindando y la
munición desparramada.
— Venga acá — le dije —.
Nervioso y sudado se me montó en el coche; por su
aspecto, no tendría más de dieciocho años.
— ¿Y para dónde vas tú corriendo así? — pregunté.
— Capitán, es que me dejó mi destacamento, y allí va
mi teniente en aquel camión. Lléveme, por favor.
— ¿Para dónde va este pobre desgraciado? — Pensé,
mientras ponía el coche en marcha para
alcanzar el camión —. Al conseguirlo pregunté al que los llevaba
— ¿Para dónde van?
La respuesta me dejó preocupado.
— Yo no sé nada, mi capitán. Quién va a saber,
imagínese.
Después de dejar al soldadito con su pelotón me dirigí
a mi casa. Afortunadamente estaba fuera de servicio y no había sido convocado
para intervenir en la operación que se estaba iniciando, pero preví que iba a
ser un gran desastre. Si se manda a los
soldados para la calle, asustados, con un fusil y quinientos cartuchos, se los
gastan todos. Barren las calles a bala, barren los cerros, los barrios
populares… Y mi antiguo amigo, Zubíaurre, en su nuevo despacho de las fuerzas
especiales de seguridad no se va a estar quieto; le conozco y sé que no va a
desaprovechar la oportunidad para ponerse galones; la actuación de su gente
puede ser más peligrosa que la de los soldados.
No podemos esperar más., Ha llegado el momento de
tomar la decisión que está en mi ánimo desde que trabajo con el grupo de
militares del movimiento bolivariano que vengo organizando desde hace años. Hay
que evitar llegar a estas situaciones. El país no puede seguir cayendo en este
abismo de desorganización en manos de unos políticos corruptos que no tienen
inconveniente en decidir en contra de los intereses del pueblo»
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