martes, 10 de junio de 2014

El chico de la hamaca (XXXVIII)

El tiempo ya me permite salir a la calle y puedo vivir en directo los últimos días de la tienda. Mis amigos de la calle, me preguntan por el dinero que nos van a dar por el traspaso  ¡A ellos que les importa!  Supongo que el tema es motivo de conversación en sus casas. Estas cosas alimentan la curiosidad de la gente.

Por fin, se cierra la tienda. Un domingo, mis primos mayores vienen a ayudar a desmontar las cosas que nos sirven y subirlas a casa. Hasta la luna del escaparate, que no es muy grande, la desmontan y la suben. La tienda de mi padre ya no existe.

Acabo de cumplir diez años y, con tantos problemas acumulados, todavía no he hecho la primera comunión, ya don Jenario, mi maestro, me dijo el año pasado que si pensaba hacerla cuando fuese a la mili. Creo que el retraso es, además de por mi enfermedad, porque mi madre, aún no ha superado la muerte de mi padre. El día del Corpus, van a hacerla los chicos de mi colegio, algunos van a salir en la procesión vestidos con su traje unos de almirante y otros de marinero raso pero mi madre decide que yo la haga solo y  vestido de calle; eso sí, con un traje nuevo. Al final ha accedido a que la haga ese día, por consejo del padre Eulogio, « para que tenga el recuerdo de haberla hecho en un día importante », le dijo.

Mi madre no le ha dicho a nadie de la familia qué día la voy a hacer, no quiere celebraciones, pero yo se lo he chivado al abuelo Marcos y cuando vamos a salir para la misa mi madre, la prima Luz y yo, aparecieron mis tías Pepa y Quiteria para acompañarnos y, luego, desayunaron con nosotros churros y chocolate.


Luego fuimos a Barajas a ver los aviones, la visita del paleto. Las profesiones de azafata y de piloto eran consideradas como algo extraordinario por la gente que no tenía, ni pensaba tener, la posibilidad de subir a un avión. La compañía Iberia era  como el buque insignia del régimen de Franco, para mostrar una buena imagen de España en el exterior. La parte más interesante de la visita era ver salir y aterrizar los aviones desde la terraza del aeropuerto. La gente descendía por las escalerillas y llegaba andando a la única terminal del aeropuerto, utilizada tanto para vuelos nacionales como internacionales. Era interesante verlos desde la terraza, aunque yo ya había estado unos años antes con unos clientes de la tienda que fueron con su hija, una niña de mi edad y me llevaron con ellos. Ese día, incluso nos enseñaron un avión por dentro. Hoy resultaba más aburrido y lo empeoró lo de ir al pueblo de Barajas. Hacía un calor insoportable y no encontramos ni agua para comernos el bocadillo que llevábamos. Volvimos a casa antes de lo previsto.

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