martes, 17 de junio de 2014

El chico de la hamaca (XXXIX)

Estoy agotada. Necesito descansar después de tanto pelear los últimos meses; mejor dicho, los últimos años, desde la muerte de mi marido. Todos lo necesitamos y mi hijo el primero, le vendrá bien cambiar de aires después de pasar todo el invierno encerrado en casa. Le han dado el alta y parece que está bien. Este verano va a ser el principio de una nueva vida, para ello, voy a buscar un lugar para pasar las vacaciones.

He hablado con mi hermana Blasa. En su taberna de Puerta Cerrada para mucha gente que viene de pueblos cercanos en coche de línea y conoce a algunos que vienen de Villaviciosa de Odón. Dicen que es un pueblo bonito, con mucha huerta y un pinar y está cerca. Alquilaré una casa allí para pasar el verano.

Me han encontrado una casa. Es de una chica joven que vive sola, su padre ha fallecido recientemente y, salvo su habitación,  podemos disponer del resto de la casa, que es muy grande y hay sitio suficiente para los tres, mi hijo, Luz y yo; incluso sobra sitio. La dueña, Mila, parece simpática y nos da toda clase de facilidades.

El sitio es agradable y mi madre y mi prima pronto descubren las  estupendas hortalizas que da la huerta del pueblo: pimientos, berenjenas, lechugas, tomates y toda clase de verduras y el pinar es un sitio estupendo para pasar el día. A la entrada destaca un castillo que parece bien conservado y que está cerrado al público. Nos vamos a organizar de manera que pasemos en el pinar el mayor tiempo posible.

Tiene dos espacios diferenciados. Uno más accidentado, con cuestas continuas que le hace más incómodo. El otro, sobre una explanada llana, con mesas de madera, es donde se acumula más gente y donde decidimos instalarnos. A su izquierda, en una depresión, hay una fuente natural con un agua excelente de la que todo el mundo bebe. El agua, parece manar de entre las raíces de los pinos. 

Mi madre y mi prima, pronto han encontrado un grupo de señoras con  el que relacionarse, y yo no he tenido dificultad para incorporarme al grupo de chicos. Todos, o la mayoría, pertenecen a familias que pasan allí las vacaciones desde hace muchos años y conocen bien el terreno.

Me estoy desquitando de la forzada inmovilidad del invierno. Por la mañana jugamos a policías y ladrones, partidos de tenis o cualquier otro juego. Por la tarde, tras la siesta, subimos otra vez al pinar y mientras mi madre y mi prima chalan con sus amigas, los chavales jugamos partidos de fútbol en la explanada que hay al pie de una de las fachadas del castillo.


Por la mañana, durante los juegos con mis amigos, y  en los paseos de la tarde, descubro una parte nueva que no pertenece al pinar. Está a su izquierda, en una zona más baja siempre cubierta de sombra. Es un bosque con especies de árboles muy diferentes, áreas circundadas por acequias de agua limpia y fuentes naturales. Un lugar silencioso y misterioso donde pasear y perderse de la vista del mundo. 

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