Cada noche, durante el tiempo que duraron la
sublevación húngara y la guerra del Sinaí, seguimos los acontecimientos por la
radio. Lo que pareció un movimiento popular que pudo tener un final feliz, se
complicó. Los tanques soviéticos invadieron Hungría y los relatos de cómo los
patriotas húngaros se enfrentaban al ejército ruso enardecían a mis compañeros
de sala. Felipe,
optimista y más bien utópico, se
inclinaba por la victoria de los sublevados. Manuel, sostenía que la Unión
Soviética no iba a permitir que un país satélite saliese de su órbita.
La Campaña del
Sinaí fue rápida e hizo muy popular al general israelí Moshe Dayan con su
parche de pirata en el ojo. Desde ese momento se le consideró un héroe; un gran estratega. El presidente israelí, David Ben Gurión ordenó la
invasión de la Península del Sinaí y, al mismo tiempo, las fuerzas
Franco-Británicas atacaron Egipto y lanzaron paracaidistas en el Sinaí en un
esfuerzo por volver a controlar en Canal de Suez e impedir su nacionalización. A pesar de la
victoria militar, la falta de apoyo de los Estados Unidos y de la Unión
Soviética a la operación, la hizo fracasar. Francia y Gran Bretaña perdieron su
condición de grandes potencias, el primer ministro británico, Anthony Eden,
presento su dimisión como responsable de la decisión y Rene Coty y Guy Mollet,
en Francia, perdieron mucho prestigio, a causa de este y otros problemas coloniales de Francia. El mundo vivió un otoño al borde del abismo y
la radio nos sirvió para seguir en contacto con el mundo exterior.
Pocos días después, a principios de noviembre,
terminó la sublevación húngara y su leader, Imre Nagy, se refugió en la
embajada de Yugoslavia. Posteriormente se entregó al gobierno húngaro y, dos
años más tarde, fue juzgado por traición y ejecutado. Manuel tuvo razón en su
visión de los acontecimientos y yo no podía sospechar que, muchos años más
tarde, durante una visita turística a Budapest, iba a poder ver, en una
plazoleta, rodeada de un pequeño jardín,
una escultura dedicada al héroe de la revolución húngara de 1956. La huella que
dejó en mi memoria aquella historia vivida en ese complicado momento de mi
niñez, me hizo preguntar a la guía turística
si no había en Budapest ningún monumento que conmemorase aquel hecho.
Tuvo la amabilidad de cambiar la ruta establecida para mostrármelo.
―«Hasta hace muy poco tiempo», me dijo, «ha estado
prohibido en Hungría hacer referencia a Imre Nagy».
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