La había comprado a unos indios en la selva
venezolana, mientras esperaba a que pasase la tormenta.
— Tiene que ir en la bodega. Dijo el empleado de la
línea aérea al verla asomar de mi bolsa de mano.
— ¿Para que queremos este trasto? Dijo Elisa al
deshacer el equipaje.
— La colgaré en la pared de mi despacho. Es muy
original
— Esta cosa me da miedo, señorita. ¡Yo no la limpio!. Dijo Elvirita.
— ¡Arturito se ha pinchado con una de esas flechas!
¡Tírala!
No me dio tiempo a responder. Elisa estaba al
borde de la histeria y ella misma la tiró por la ventana.
Unos minutos después, sonó el timbre de la puerta.
— Un municipal con una multa y la cerbatana. Dijo
Elvirita entrando en el despacho.
Pagué la
multa y volví a colocarla en la pared.
No hay comentarios:
Publicar un comentario