Me gusta ir al Retiro. Bien a pasear, bien a
sentarme en un banco a leer un libro o a contemplar la barahúnda de gente que
pulula de acá para allá ¿Meditando…? ¿Pasando el tiempo…? ¿Quién sabe?
Se acerca un cura. De los de antes, con sotana,
corpulento, ya entrado en años. Se sienta junto a mí en el banco. Tiene ganas
de hablar:
─ Soy D. Félix,
se presenta, y señalando el libro que tengo entre las manos pregunta.
─ ¿Curiosidad o erudición? Me quedo cortado. Por la
cursilada.
─Solo pasando el tiempo, le respondo.
Decididamente, tiene ganas de hablar.
─ Yo paseando. El médico me ha dicho que he de hacer
ejercicio, ir al gimnasio. ¡Ir al gimnasio yo! ¡A mis años! ¡Ni lo piense! Pues
entonces, me dijo, debe andar mucho. Y aquí estoy, dando un paseo. Porque, ¿Qué
edad cree usted que tengo?
Me quedo perplejo. ¿Qué me importa a mí su edad?
─ Setenta, le digo.
Da un salto que me recuerda el que dio el cura del
instituto cuando, en el examen de ingreso, me preguntó que quien era San José,
y le dije que el padre de Jesucristo. Pensé, como entonces, que me iban a dar
un sopapo.
─ ¡No me diga que represento Setenta años! El enfado le sale por los ojos. Un poco
asustado, le digo:
─ Bueno, 65, pero ni uno menos.
Duda, pero al fin dice:
─No, si tiene usted razón ─ No me aclara si sobre los
70 o los 65─ Pero, a otras personas a
las que pregunto, me dicen 55... Me tomo mí tiempo y, con ganas de fastidiarle
un poco, le digo:
─Padre, no debe hacer caso de todo lo que le digan.
Hay mucho hipócrita suelto por el mundo.
Mi mira, se levanta y, algo cabizbajo, continúa con
su paseo.
Sigo en el banco, pero soy incapaz de concentrarme
en el libro o en el entorno. Mi mente, ha quedado fijada en él. ¡Qué personaje
tan curioso! ¿Dónde ejercerá su ministerio?
(Continuará)
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