sábado, 20 de octubre de 2012

El cura ( II )


D. Félix, terminó la carrera joven, incluso recibió una dispensa papal para que pudiera cantar misa antes de cumplir la edad mínima prevista.

Curiosamente, había llegado al sacerdocio por un capricho del destino. No parecía estar destinado a ello. Su madre quedó viuda al acabar la guerra civil, con dos hijos pequeños: Félix y Aurora. El padre había muerto luchando por el bando republicano.

Ante lo precario de la situación económica, Félix y Aurora fueron internados en sendos colegios religiosos, de los que no debían salir hasta llegar a su mayoría de edad.

Félix, demostró un nivel de inteligencia poco común y, terminados sus estudios primarios, ingresó en el Seminario donde terminó su carrera en un tiempo récord.

Cantada su primera misa en la iglesia que ostentaba el arciprestazgo del barrio donde había nacido, se planteo su futuro. Su carrera había sido seguida con atención por Monseñor, por su brillantez, y decidieron no tomar una decisión precipitada al respecto.

Le asignaron la capellanía de un convento de monjas y unas clases de religión en un colegio, ambos de la orden a la que pertenecía.

Decía su misa en la capilla del convento, temprano, a las 8, rapidita. Al acabar, organizaba su agenda del día: Clase/s de religión en el colegio. Rastrillos y actos de caridad junto a señoras de la alta sociedad. Visita al arzobispado, ─ para mantener las buenas relaciones con monseñor ─.

Era joven, tenía demasiada energía. Se compró una moto deportiva. Necesitaba un vehículo ágil que le permitiese llegar a tiempo a todas sus citas. Era un primor verle como se arremangaba la sotana para no mancharla con la grasa del motor, y llegar al colegio entre el revuelo y la admiración de los chavales que se resistían a dejar de mirar la maravillosa moto.

Mas tarde, su llegada al Rastrillo o a los actos de caridad, era recibida, igualmente, con expectación y aparente respeto por las feligresas, que no dejaban pasar la oportunidad de cuchichear entre ellas e intercambiar sonrisas cómplices, y entre las que él se sentía como el gallo del gallinero.

Elvira, era una de sus colaboradoras más jóvenes y activas en los Rastrillos y actos de caridad. No hacía grupo con las señoras mayores, solo mantenía una cortés relación con ellas. Cuando llegaba D. Felix los ojos le brillaban, buscaba la oportunidad para estar cerca de él, ser la primera en atender sus peticiones, sus ideas, sus sugerencias. Su fervor caritativo subía muchos grados cuando él estaba cerca.

Una cosa llevó a la otra, empezaron a verse a solas con cualquier pretexto. Planificar actividades, organizar actos..... Pronto, la atracción de Elvira por Félix, se hizo mutua. El amor, o eso creyeron ellos, prendió en ambos. Pasaron unos meses de pasión y felicidad, ajenos al mundo que les rodeaba. Se confiaron.

Una tarde, terminado un Rastrillo con gran éxito, cuando ya estaban recogiendo los restos de la batalla, Doña Marta al entrar en uno de los habitáculos del Rastrillo les sorprendió en una actitud que consideró poco edificante. Les miró con ojos de reprobación y salió de la habitación.

Fue discreta. No montó ningún escándalo, pero los superiores de D. Félix tuvieron cumplida cuenta de lo sucedido. Monseñor no pudo intervenir. La buena estrella  de D. Félix se había eclipsado.

De aquí, al destierro. D. Félix fue destinado a atender a los feligreses de un grupo de pueblos perdidos en las montañas del Bierzo. La moto le sirvió trasladarse de uno a otro pueblo, pero su llegada en ella no despertaba la misma admiración. Solo, algo de extrañeza.

Elvira dejó de asistir a actos de caridad. Si nunca había estado demasiado integrada en el grupo de señoras, a partir del suceso, resultó imposible. Se marchó a Londres a trabajar como asistente en un hospital. Nunca más se vieron.

D Félix, ha vuelto a Madrid. Han pasado muchos años y aunque aun le queda algo de su actitud presumida, solo puede intentar lucirla en sus paseos por el Retiro.

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