domingo, 7 de octubre de 2012

Vacaciones en el Caribe


- Cariño, yo te querré siempre, pero ¿por qué he de creer que tú me quieres? ¿No me  estarás engañando? No me respondas. Yo sí confío en ti.

- ¿Cómo puedes pensar que yo te engaño? No me hagas esto, me respondió Irene

– Te he dicho que confío en ti. Solo he querido ponerte frente a tus absurdos razonamientos. Cariño, creo que lo mejor será que nos tomemos unas vacaciones. Te prometo que serán maravillosas, déjalo en mis manos.

- De acuerdo, no me apetece mucho, pero te voy a dar una oportunidad, me dijo, poniendo un mohín de fastidio

Una semana después, Nuestro avión despegaba hacia una maravillosa isla en el Caribe. Tras siete horas de vuelo, aterrizábamos en un gracioso aeropuerto, junto a una inmensa playa bañada por un precioso mar azul turquesa. Al bajar la escalerilla, una bofetada de aire cálido y húmedo nos recibió. Las cercanas palmeras completaban un idílico paisaje. Que maravilloso contraste con el día frío y gris que habíamos dejado en Madrid. Febrero es la mejor época del año para disfrutar del Caribe.

-Irene, cariño ¿no habrás olvidado las cremas de protección solar en casa? No quiero que unas inoportunas quemaduras nos impidan disfrutar, plenamente, de nuestra reconciliación. Estoy dispuesto a que, en estos días, desaparezca cualquier duda, sobre mi amor por ti.

Su mirada, y la sonrisa que me dedicó, me hicieron saber que ya empezaban a desaparecer. En pocos minutos, un autobús de la agencia de viajes, nos llevó a nuestro destino.

- Jonás, esto es maravilloso, Es el hotel más bonito que he visto nunca. ¡Te quiero! Ocúpate tú de coger la llave de la habitación y de que nos lleven las maletas. Voy a ver el jardín y la piscina y, si es posible, a dar un paseo por la playa. Enseguida subo.  Preguntaré en recepción el número de habitación.

- ¡No te precipites! ¡Las quemaduras...! No  me oyó, corría, feliz, hacia el jardín

Detrás del mostrador de recepción, una mulata espléndida, con unos ojos negros en los que era imposible dejar de perderse, una sonrisa sugerente, embutida en un uniforme que hacía resaltar un cuerpo maravilloso, me preguntó:

─ ¿El señor viene solito? ¿Cómo desea la habitación? ¿Vistas al mar o a la montaña? Al mar es más fresca.

Su acento dulzón casi me hizo olvidar el objetivo de mi viaje. Apenas pude balbucear:

─ No, no. Vengo con mi mujer. Habitación para 2. Vistas al mar, por favor.

Se volvió para elegir la habitación. Me pareció oírla decir: «Que pena», mientras me daba la llave.

─ Habitación 528. Quinto piso, a la derecha están los ascensores.

Un mozo me ayudó a subir las maletas. Tras una espléndida propina. -¡Gracias señor!, me dijo, mientras me regalaba una sonrisa que prometía el mejor servicio en lo que le pidiera. Salí a la terraza. La vista del paisaje me relajó y estuve a punto de quedarme dormido contemplando el mar.

Cuando Irene entró en la habitación, ni se fijó en que el equipaje estaba a medio deshacer. Estaba exultante..

– Cariño, me dijo, te voy a hacer el amor como en tu vida te lo han hecho. Se abalanzó sobre mí y, con una pasión desconocida en ella, me hizo sentir en las nubes. Yo me entregué como nunca. De mi retina, no se había borrado la imagen de la recepcionista. ¡Era a ella a quien estaba haciendo el amor! ¡Irene no existía! ¡Que estupenda idea la de venir a este hotel en el Caribe!

Despertamos de nuestro delirio, exhaustos, felices; justo con la hora de bajar al comedor a tomar la cena. El equipaje a medio deshacer, mostraba el desorden de la habitación.

La cena fue deliciosa. Nunca había visto a Irene tan feliz. La música que interpretaba un pianista negro, acentuaba el romanticismo del ambiente. En un momento en que Irene se levantó de la mesa, – no llegaré a entender porqué las mujeres siempre tienen que ir al  lavabo en medio de una cena – aproveche la oportunidad para dejar una nota, junto con otra espléndida propina, en la mano del mozo que me había subido el equipaje a la habitación,. La noche acabó con un romántico paseo acariciado por la dulce brisa caribeña.

―Buenos días, Irene, cariño. Hace un día estupendo. Levanta.

― Un suave ronroneo fue su única respuesta. Dio media vuelta en la cama y, mostrándome su espalda desnuda, me hizo comprender que no estaba dispuesta a comenzar el día.

Bajé al jardín y, al pasar por el vestíbulo, la recepcionista, con su maravillosa sonrisa, me dijo

― Buenos días señor, tiene usted un mensaje. Me alargó una nota doblada mientras me decía

─ ¿Está feliz en el hotel? No dude en pedir cualquier cosa que pueda necesitar. Estamos deseosos de ofrecerle el mejor servicio.

Mientras paseaba, leí la nota. El corazón me palpitaba alocadamente, galopaba, las manos me sudaban, me estaba ofreciendo una cita… «Estaré libre a la hora de la siesta. Le espero a las 3, en el solarium de la 9ª planta».

Volví a la habitación. Irene ya estaba despierta. Terminamos de ordenar el equipaje y tras un pantagruélico desayuno, bajamos a la playa. Mi plan tenía que funcionar. En ningún momento permití que Irene descansase sobre la toalla. Baños, carreras, juego de palas, mas baño, más palas. Conseguí dejarla exhausta y feliz y, tras una refrescante comida en el buffet del jardín, me pidió disculpas.

– Cariño, necesito una larga, larga siesta. Me dio un cálido beso y subió a la habitación.

Yo no esperaba otra cosa. Subí, impaciente, a la 9ª planta. En el solario de la terraza, tumbada en una hamaca, con un precioso bikini blanco estaba la mujer más bella y excitante que nunca hubiese visto. Su piel morena resaltaba de manera turbadora. Fui hacia ella y me hundí en sus ojos. Me cogió de la mano…

─ ¡Ven mi amor!, me dijo. No hablamos más hasta que llegamos a su habitación.

Hicimos el amor como yo nunca sospeché que se pudiera hacer. De manera feroz. Sus labios, acariciaban cada parte de mi cuerpo. Los míos no dejaron un pliegue de su cuerpo sin explorar. Al terminar, feliz e insinuante, dijo: ─ Estaré, cada día, esperándote en el solarium. Nunca hay nadie ahí a esa hora.

Los días de vacaciones pasaron en un suspiro. Irene, feliz y confiada, disfrutó de cada día. Sonreía siempre, me miraba con amor, hacía planes de futuro: ― Cariño, deseo estabilizar nuestro matrimonio. Quiero tener un hijo.

Yo asentía. Le decía que haría lo que ella desease, que la quería.....En cuanto tenía ocasión me sumergía en los ojos y en el cuerpo de mi mulata haciendo planes de futuro.

Mientras despegaba el avión, de vuelta a Madrid, con Irene a mi lado, feliz y confiada, mostrándome su amor con caricias y con la mirada más dulce que jamás le había visto, pensaba en como decirle que yo volvería, solo, a la maravillosa isla del Caribe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario