viernes, 19 de septiembre de 2014

El chico de la hamaca (XLVI)

Los chicos internados son muy diferentes entre sí y tienen distintos tipos de dolencias. Unos están internados pocos días o semanas y dejan poca huella. Otros pasamos aquí meses y la relación se hace más fuerte.

El Chico de la cama de mi izquierda, Juanito, es de Villalba y está aquejado de un grave problema cardíaco. Un día, cuando el doctor Sánchez Pueyes pasó de su cama a la mía, hizo un comentario a otro médico, ajeno al hospital, que le acompañaba esa mañana y le dijo que tiene pocas esperanzas de curación. Juanito es un buen chico, con poca vitalidad y un poco triste,  con el que he montado un provechoso intercambio de cromos para los álbumes y me puse triste al oír el comentario.

Pepito, más pequeño que el anterior, es alegre y rubio; ocupa la cama frente a la mía y es como la mascota de la sala. Había sido ingresado antes de mi llegada, aquejado de un grave problema renal y sin muchas esperanzas de un final feliz, pero parece que todo va muy bien y se ha cambiado el pronóstico. Se ha hecho muy popular en el hospital.

A otro niño, de características físicas similares al anterior, de Miraflores de la Sierra, con un aspecto excelente, al que no parecía que le pasase nada, un día le llevaron a otro centro para extirparle un riñón. Oí algo así como “poliquístico”. Volvió algún tiempo después, pero desapareció pronto. También lo aislaron con un biombo.

Otro chico, Isidro, de Toledo, el que tengo a mi derecha, es pequeñajo y muy cariñoso. También tiene un problema cardíaco y ha tenido varios sustos durante el internamiento, pero está bastante bien. Por temporadas, es de los que tiene permiso para levantarse y colaborar con las tareas de la sala.


Hay un caso raro, que se sale de la norma. Es un chico ya mayor, Manolo. Sospecho que supera la edad límite para permanecer allí y no parece sufrir ninguna enfermedad, aunque sí está aquejado de alguna minusvalía, ayuda a Balbina en el control de la sala y parece estar aquí por tiempo indefinido. Nunca supe la razón de esta extraña permanencia, parecía ser un favor especial que el médico titular de la sala, don Martín, hacía a la familia de Manolo.

domingo, 14 de septiembre de 2014

El chico de la hamaca (XLV)

Al terminar el primer día de visita, vi a mi madre hablar con Balbina y darle una propina que ella guardó rápidamente en el bolsillo de su delantal. Me da mucha rabia esta manía de mi madre que siempre quiere obtener privilegios para mí, pero es inevitable. De todas formas, nunca vi rechazar una propina a Balbina ¡Le gustan más que a un tonto una tiza!

Mi madre busca cualquier pretexto para pasar a verme fuera de las horas de visita: ver al médico, visitar a Sor Catalina, la prima del tío Manolo…, cualquier excusa es buena. Sor María Luisa, tiene que mantener el orden prohibiendo de manera amable las visitas extemporáneas. No puede permitir que yo tenga privilegios sobre los otros chicos ingresados. De todas formas, bien ella o la tía Carmen, como familiares de Sor Catalina, se saltan la norma frecuentemente. Uno de los pretextos es el de llevarme botellas de zumo de uva porque sigo negándome a comer otra fruta que sea manzanas y zumo de uva. Esta historia parece convencer a Sor María Luisa que se hace más tolerante con las visitas.

No sé cómo lo ha conseguido pero mi madre me ha traído una radio. No es de galena pero es muy pequeña, parece de juguete, y tiene cascos. Es de plástico verde y tiene solo dos mandos negros: uno para buscar las emisoras y otro para graduar el volumen. La puedo tener debajo de la almohada cuando no la uso y no molesta a nadie. Ahora, ya no me importa tanto que apaguen la luz a las siete; puedo oír las aventuras de Diego Valor y Dos hombres buenos hasta que, por fin, me quedo dormido. También puedo oír el “Carrusel deportivo” los domingos y las retransmisiones de los partidos de fútbol del Madrid en la Copa de Europa. El Real Madrid, con jugadores como Di Stéfano, Gento, Olsen, Muñoz, Alonso, Joseíto, Lesmes II…, y un presidente como Santiago Bernabéu, es la atracción de Europa. Alfredo Di Stéfano había fichado dos años antes por el Real Madrid, y lo había convertido en el mejor equipo del continente.

Para los chicos es fácil hacer amigos y la sala es un buen lugar para ello. Somos cerca de treinta y pronto he establecido relaciones con la mayoría de ellos, sobre todo con los que ocupan las camas más cercanas. Las visitas en los jueves y domingos de mis tíos y primos mayores los pequeños no tienen permitida la entrada al centro que vienen con “tebeos”, libros y cualquier otro elemento de distracción, hacen que la estancia aquí sea más fácil. La adaptación de mi madre a la situación es más complicada.

La vida en la sala está reglada por un horario férreo. Empieza a las siete de la mañana y Balbina viene, cama por cama, levantando a los chavales para hacerla. Me interrumpe el sueño manera brusca, y me levanto poniendo los pies desnudos en el suelo que está frío como un  demonio. Cuando se lo cuento a mi madre, coge un gran enfado y protesta a Sor María Luisa. Su protesta ha tenido efecto y ha introducido una importante modificación en las costumbres de la sala, la aparición de las zapatillas. Los que las tenemos, nos evitamos sentir el frío suelo en los pies.


Acabada esta tarea se hacía la limpieza del polvo y de los suelos. En esta labor, realizada alternativa o conjuntamente por Balbina y Sor María Luisa, les ayudaban algunos de los chicos que tenían permiso médico para estar levantados. Después llegaba el desayuno y, más tarde, pasaba la visita el doctor Sánchez Puelles, en ocasiones acompañado por algún otro médico. Raramente aparecía don Martín, el titular de la sala, quien, por su edad y estado de salud había delegado la tarea en el doctor Sánchez Pueyes. Sobre las doce llegaba la comida y la tarde quedaba libre, salvo los jueves y domingos que eran días de visita, de cuatro a cinco, más o menos. A las seis se daba la cena, después de haber rezado el rosario y a las siete, toque de queda, apagón de luces y a dormir. Salvo la oportunidad de escuchar la radio gracias a que era totalmente silenciosa debido a los auriculares, aquí se acababa la historia del día. La fórmula se repetía monótonamente; salvo algún día de fiesta religiosa importante en el que se podía producir alguna novedad o cambio en el menú.

viernes, 5 de septiembre de 2014

El chico de la hamaca (XLIV)

Este hecho ha sido otro duro golpe para mi madre que, por primera vez, se ve en la necesidad de separarse de mí ¿Cuánto duraría el internamiento? ¿Sería la solución?

¿Qué puedo hacer para hacerle menos duro el internamiento? Allí no va a poder oír la radio. ¿Alguien le podría hacer una radio de galena? Seguramente le dejarán tenerla, con unos cascos no va a molestar a nadie ¡Tengo que encontrar quien se la pueda hacer!

Por fin hay una cama libre en la sala donde he de estar internado y nos vamos con la ropa necesaria para la estancia allí. La sala está en la primera planta a la que subimos por una gran escalera que desembarca en un  pasillo enorme. A la derecha, están las de los chicos, a la izquierda las de las chicas. Donde voy a estar, es la última de la derecha.  Al fondo del pasillo, hay dos pequeñas salas separadas por un paramento de cristal. Se utilizan para que los chicos y chicas que tienen permiso para estar levantados, puedan jugar y recibir visitas.

La sala donde voy estar es grande, limpia y muy luminosa, con grandes ventanales que dan a los jardines del hospital. El ambiente es tranquilo y, cuando llego, tengo la sensación de que todos los chicos me examinan. Soy “el nuevo” o “el siete”, que es el nº de la cama que han asignado. La monja que rige la sala, sor María Luisa, es alta y parece seria y amable. Habla en un tono bajo y el hábito que lleva puesto es extraordinariamente blanco, como esa cosa grande que lleva en la cabeza y que llaman corneta qué divertido─. A mí me parece que debe de ser difícil llevarla pero ella parece estar muy cómoda. Todo hace juego en la sala: las camas pintadas de blanco, las colchas, blancas…, todo parece estar en perfecta armonía. Mi madre se tiene que marchar y me deja allí haciendo esfuerzos para que no la vea llorar.

Conozco a Balbina, la chica que ayuda a Sor María Luisa en la limpieza y gobierno de la sala. Es gallega, pequeñita y, al contrario que sor María Luisa, muy alborotadora. Habla a gritos y utiliza algunos vocablos extraños que, a veces no entiendo; parece estar un poco loca, pero sabe manejar bien a los chavales. A pesar de ser tan opuestas, monja y auxiliar se llevan bien, como si llevasen muchos años trabajando juntas. Balbina duerme en la sala con nosotros en la última cama de la fila de la derecha, separada del resto por un biombo.


La primera noche, después de rezar el rosario y cenar, se apagaron las luces de la habitación y me quedé sorprendido y perdido ¡Eran las siete de la tarde, demasiado temprano para dormir, y con la luz apagada no puedo leer ni hacer nada, ni siquiera oír la radio porque tampoco la tengo! Aburrido, me pongo a hacer sonidos raros con la boca, pienso que, en la oscuridad, nadie va a saber quién los hace. Los otros chicos dicen que es el “siete” y que al día siguiente, se lo van a decir a la monja.

domingo, 10 de agosto de 2014

El chico de la hamaca (XLIII)

El verano ha terminado y hemos vuelto a casa; la prima Luz vuelve a la suya y de nuevo nos quedamos solos en casa mi madre y yo. Una vez liberada de la tienda no necesita ayuda. Parece que todo se normaliza y vuelvo al colegio.

Mi madre ha decidido mejorar su habilidad con la costura. Quiere dedicarse a esta actividad como medio de ganar algo de dinero con el que completar la renta conseguida con la venta de la tienda, para ello, se ha apuntado a una academia de corte y confección y cuando salgo del colegio por la tarde, voy a buscarla.

Allí todas son chicas más jóvenes que mi madre, pero ella está feliz haciendo  unos vestidos de papel muy bonitos.  Todas charlan y oyen la radio mientras hacen sus tareas, como no me interesan nada sus conversaciones me entretengo con la radio. Estoy deseando que acabe la clase para que nos marchemos.

Con el nuevo curso voy a empezar a estudiar el bachillerato elemental. Como seguiré yendo al colegio de siempre tendré que examinarme por libre, pero no me importa. Hoy, don Jenario nos va a dar a los chicos que vamos a empezar el bachillerato, la lista de los libros que tenemos que comprar. Estoy feliz de empezar la nueva etapa.

Cuando vuelvo a casa me siento mal, otra vez tengo fiebre y me duele la garganta. Al día siguiente orino sangre de nuevo y mi madre llora y se desespera. Otra vez vamos a consulta en el hospital del Niño Jesús.

Después de las primeras exploraciones, El doctor Montero pidió la opinión de un colega que pasaba la consulta externa junto a él, el doctor Sánchez Puelles,  quien aconsejó hacer unas “pielografías”, unas radiografías especiales que requieren inyectar un contraste en vena para poder conocer algo más sobre la situación de los riñones.

La exploración no fue fácil, la monja encargada de inyectar el contraste no encontraba la vena y, tras muchos intentos, lo inyectó de forma intramuscular. De esta forma, el efecto del contraste se diluyó y el resultado ha sido poco claro, pero el informe del radiólogo ha sido pesimista y parece indicar la posibilidad de un proceso tuberculoso en los riñones. El consejo fue el internamiento en el hospital infantil.


martes, 22 de julio de 2014

El chico de la hamaca (XLII)

Por otro lado, los acontecimientos que se sucedían en Francia y Argentina ocupaban la radio de aquel verano.

En Argelia, el FLN, encabezado por Ben Bella, recrudeció la rebelión en el área de Constantinopla y el gobierno de Mendes France no podía, después de la pérdida de Indochina, aceptar la rebelión argelina. Francia había declarado a Argelia parte de la Metrópoli y la represión del ejército francés fue muy dura produciéndose muchas bajas en ambos bandos. 

Durante, y en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial, Argentina se había convertido en un país próspero gracias a su ingente producción de productos alimenticios, tan necesarios en aquella situación. La gente en España recordaba el apoyo recibido del pueblo argentino en los momentos más duros del racionamiento, cuando el resto del mundo, como consecuencia de la decisión de la ONU, había decidido aislar, económica y políticamente a España y la carne y el trigo argentinos, habían sido de gran ayuda.


La figura de Eva Duarte, esposa de Perón y su musa política, era muy querida para el pueblo español y se había recibido con gran pesar la noticia de su fallecimiento, víctima de un cáncer. Eva Duarte se había convertido en el mejor apoyo del régimen del General Perón dentro de Argentina y el pueblo la adoraba. Supongo que había una gran cantidad de demagogia en la relación pero, en cualquier caso, la atracción que ejerció sobre las clases populares fue extraordinaria. Su muerte, precipitó la decadencia del régimen de Juan Domingo Perón que no supo gestionar los años de abundancia. Durante el verano, las presiones de los militares hicieron imposible su continuidad y, en septiembre, Perón tuvo que abandonar Argentina y vivió en España hasta que, muchos años después, pudo volver a su país; esta vez, acompañado de su nueva mujer: Isabelita.

lunes, 14 de julio de 2014

El chico de la hamaca (XLI)

No todo iba tan bien como parecía. Una tarde me llevé el gran susto, volví a orinar sangre.

¿Qué hago? Si se lo digo a mi madre, se acabaron las vacaciones. ¡Otra vez la misma historia! No puedo decir nada, de momento, voy a poner un pretexto para no jugar al fútbol esta tarde.

Han pasado dos días, el problema no se ha vuelto a producir y la situación ha vuelto a la normalidad. He decidido reanudar mis actividades y olvidarme del problema.

Durante el verano, había dos grandes fiestas, el día dieciocho de julio y el día del Apóstol Santiago eran fiestas muy importantes en España. También en Madrid y, en particular, en los barrios más populares; por supuesto en Vallecas. Las familias obreras salían a pasar un día de campo en lugares cercanos  que, a ser posible, tuviesen un río donde poder acampar buscando su frescura. Salían con grandes cestas, bolsas de comida y la “paellera” a la espalda utilizando cualquier medio de transporte, público, por supuesto; la posesión de un coche para uso particular, estaba vedado para cualquier obrero.

Se utilizaba el tren, los autocares y autobuses de línea, quien tenía un camión o camioneta dedicada al transporte de materiales, lo compartía con amigos y vecinos; en esos casos, se cargaba con muchos enseres y utensilios de la casa, incluidos sillas y mesas que permitían estar más cómodos en el campo. Era curioso ver lo contentos y animosos que salían de sus casas, al amanecer. Nada que ver con lo derrotados que volvían a la noche, más cansados que si hubiera sido un día de trabajo normal y rojos como cangrejos por la excesiva exposición al sol. Pero todo esto, formaba parte de la fiesta.

En esos días, el pinar de Villaviciosa de Odón, se inundaba con  la avalancha de advenedizos pobladores de solo un día, y sus ocupantes habituales tenían que huir de él y dejar el campo libre a los invasores.


El fenómeno que se producía el día dieciocho de julio era extraño. El régimen, ponía gran énfasis en celebrar ese día, fecha de inicio de la Guerra Civil que para muchas de aquellas personas, no pasaba de ser el del inicio de una derrota y de la pérdida de unas esperanzas e ilusiones creadas con la llegada de la 2ª República y que, después de pocos años, y tras sucesivos errores y contratiempos, se fueron al traste con la contienda y con la victoria de las fuerzas que mandaba el General Franco que, desde ese momento, mantuvo al país bajo cuarenta años de dictadura. Sin embargo, cuando llegaba ese día, todo el mundo parecía querer olvidar qué se conmemoraba. La paga extra que el régimen había instaurado para conmemorar la fecha colaboraba en ello y las personas que no estaban fuertemente determinadas por parámetros ideológicos, estaban más dispuestas a aprovecharse de la oportunidad para disfrutar de un día diferente y salir de la rutina diaria, que a plantearse reivindicaciones políticas que, por otra parte, hubieran sido duramente castigadas. La Guerra Civil y sus consecuencias, estaban todavía demasiado recientes en la memoria de la gente y el aparato propagandista del régimen inundaba los medios con toda la publicidad posible, ensalzando los logros obtenidos en aquellos años por el gobierno.

martes, 8 de julio de 2014

El chico de la hamaca ( XL )

En estos paseos descubrimos un sitio abierto rodeado de acequias y de árboles, con tres grandes mesas de madera y bancos, y con capacidad  para albergar a mucha gente. Mi madre está planeando que toda la familia venga a pasar con nosotros un día de campo, y este sería el lugar ideal.

El plan se puso en práctica y, uno de los fines de semana de aquel verano, toda la familia se desplazó a Villaviciosa. Se fijó la fecha y, un domingo, toda la familia fue llegando en sucesivas oleadas.

Los primeros, el primo Pepe y el tío Manolo, llegaron de noche y encontraron la casa de milagro; estaban un poco “chispas” y nos despertaron llamando en voz susurrante para no despertar a los vecinos. No sé cómo habían podido llegar a aquellas horas; algún conocido les llevó en coche hasta el pueblo y llegaron  contando una historia de cómo, con los faros del coche habían perseguido una liebre por la carretera. Dada la hora que era, ya no se durmió esa noche y, antes de amanecer, los llevé a colonizar el lugar elegido para pasar el día.


Con la llegada de los primeros coches de línea, que tenían su base cerca de la taberna de la tía Blasa y el tío Pedro, fueron llegando el resto de los excursionistas. La tía María y el tío Eusebio, la prima Amparo y el primo Manolo con sus respectivas parejas y María, la novia del primo Pepe; la tía Carmen, con sus hijos, Carmen, Charín y Manolo y no sé cuántos tíos y primos más. Cuando algunos otros domingueros llegaron donde habitualmente pasaban el día, se lo encontraron invadido por una extraña banda que les impedía ocupar su espacio habitual. Fue un día estupendo, con juegos y carreras por toda la zona y abundante comida. Los filetes empanados, las tortillas de patatas con pimientos, las ensaladas, la fruta fresca y las botas de vino de Valdepeñas puestas a refrescar en la acequia, permitían recuperar las energías perdidas en los juegos. Todo salió muy bien y, sin duda, fue el mejor día del verano.