viernes, 5 de septiembre de 2014

El chico de la hamaca (XLIV)

Este hecho ha sido otro duro golpe para mi madre que, por primera vez, se ve en la necesidad de separarse de mí ¿Cuánto duraría el internamiento? ¿Sería la solución?

¿Qué puedo hacer para hacerle menos duro el internamiento? Allí no va a poder oír la radio. ¿Alguien le podría hacer una radio de galena? Seguramente le dejarán tenerla, con unos cascos no va a molestar a nadie ¡Tengo que encontrar quien se la pueda hacer!

Por fin hay una cama libre en la sala donde he de estar internado y nos vamos con la ropa necesaria para la estancia allí. La sala está en la primera planta a la que subimos por una gran escalera que desembarca en un  pasillo enorme. A la derecha, están las de los chicos, a la izquierda las de las chicas. Donde voy a estar, es la última de la derecha.  Al fondo del pasillo, hay dos pequeñas salas separadas por un paramento de cristal. Se utilizan para que los chicos y chicas que tienen permiso para estar levantados, puedan jugar y recibir visitas.

La sala donde voy estar es grande, limpia y muy luminosa, con grandes ventanales que dan a los jardines del hospital. El ambiente es tranquilo y, cuando llego, tengo la sensación de que todos los chicos me examinan. Soy “el nuevo” o “el siete”, que es el nº de la cama que han asignado. La monja que rige la sala, sor María Luisa, es alta y parece seria y amable. Habla en un tono bajo y el hábito que lleva puesto es extraordinariamente blanco, como esa cosa grande que lleva en la cabeza y que llaman corneta qué divertido─. A mí me parece que debe de ser difícil llevarla pero ella parece estar muy cómoda. Todo hace juego en la sala: las camas pintadas de blanco, las colchas, blancas…, todo parece estar en perfecta armonía. Mi madre se tiene que marchar y me deja allí haciendo esfuerzos para que no la vea llorar.

Conozco a Balbina, la chica que ayuda a Sor María Luisa en la limpieza y gobierno de la sala. Es gallega, pequeñita y, al contrario que sor María Luisa, muy alborotadora. Habla a gritos y utiliza algunos vocablos extraños que, a veces no entiendo; parece estar un poco loca, pero sabe manejar bien a los chavales. A pesar de ser tan opuestas, monja y auxiliar se llevan bien, como si llevasen muchos años trabajando juntas. Balbina duerme en la sala con nosotros en la última cama de la fila de la derecha, separada del resto por un biombo.


La primera noche, después de rezar el rosario y cenar, se apagaron las luces de la habitación y me quedé sorprendido y perdido ¡Eran las siete de la tarde, demasiado temprano para dormir, y con la luz apagada no puedo leer ni hacer nada, ni siquiera oír la radio porque tampoco la tengo! Aburrido, me pongo a hacer sonidos raros con la boca, pienso que, en la oscuridad, nadie va a saber quién los hace. Los otros chicos dicen que es el “siete” y que al día siguiente, se lo van a decir a la monja.

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