domingo, 2 de enero de 2022

CUBA - LA HABANA VII

 

Me levanté temprano ya que tenía que estar listo para la llegada del autobús que me llevaría a visitar el Valle de Viñales. En realidad no tenía idea de lo que me iba a ofrecer la excursión, pero era una de las atracciones turísticas de la isla y tenía que aprovechar todo lo posible mi viaje. Tras tomar mi desayuno, me subí al autobús para iniciar la excursión.

La llegada al Valle me animó en cuanto que su exuberante y multicolor vegetación era de una belleza impresionante y empecé a pensar que la excursión valdría la pena. El autobús hizo varias paradas en sitios estratégicos para que pudiésemos contemplar algunas de las  preciosas vistas que se ofrecían por doquier. En todo el paisaje aparecían unos montículos, algunos cubiertos de vegetación, que le daban una particular característica y que allí, reciben el nombre de “Mogotes”. Estos mogotes son unas de las rocas más antiguas de Cuba compuestas por piedra caliza, la zona era una llanura de este material, que millones de años de erosión atmosférica, más la producida por acuíferos subterráneos, habían producido un hundimiento del terreno, que había dejado estos montículos emergentes, por estar formados por piedra caliza más dura que el resto. En uno de los puntos más interesantes, pudimos ver unos fósiles enormes, en forma de espiral, como amonites, incrustados en la roca de un promontorio. Realmente me quedé con la duda de si aquello era auténtico o había sido “fabricado”, Incluso hoy, contemplando la fotografía, sigo teniendo la misma duda que me asaltó entonces; a pesar de que se han encontrado multitud de fósiles del era Jurásica en el valle, no me ha sido posible encontrar una confirmación sobre la autenticidad de aquellos restos.



Terminada la visita a este lugar espectacular, fuimos a visitar la Cueva del Indio. Una gruta bastante grande, atravesada por una corriente de agua el río San Vicente, creo —, por lo que parte del recorrido lo hicimos en una barca a motor, se podían ver pinturas rupestres y algunos restos arqueológicos, pertenecientes a culturas anteriores a la llegada de los españoles. La cueva estaba iluminada con electricidad, pero de una manera muy deficiente, cables de plástico sueltos de los que pendían bombillas comunes.  Era una instalación muy rudimentaria que, espero, haya sido mejorada en estos últimos veinticinco años.  A la salida de la cueva me sorprendió ver una especie de calesa tirada por un jaco que no parecía tener ganas de mucha fiesta. No supe si estaba al servicio de alguien en particular o, como un taxi, esperando ser requerido para dar una vuelta por las proximidades.


De allí, fuimos a tomar la comida en una suerte de cobertizo con todos sus costados libres de paredes para una mejor circulación del aire. Este  tipo de construcción es común en estos países tropicales. De hecho, ya había conocido y estado en otros similares en mis viajes a Venezuela.

La comida fue bastante
básica, austera se podría decir: un panaché de verduras, pollo o cerdo, no recuerdo bien y melocotón en almíbar. Para mí es un tipo de comida normal pero, al parecer, algunos de los viajeros le protestaron a la guía de la excursión, que, en un aparte, me lo comentó como pidiendo disculpas.

Mucha gente no entiende que estamos en Cuba, que aquí faltan muchas cosas que son corrientes en otros lugares , me dijo para justificarse.

— En mi caso, no tiene que pedirme disculpas, se perfectamente donde he venido —, le dije.

Terminada la comida, nos llevaron a ver una fábrica de licor y, más tarde, a una de tabaco.

El ambiente era bastante diferente en ambas. En la de licor, los empleados, casi todas eran mujeres, aparecían como uniformadas con un guardapolvo, entre gris y azul, e, incluso, algunas llevaban puesto una especie de gorro para proteger el producto que estaban elaborando y parecía haber un buen ambiente de trabajo. Sin embargo, no faltaba una referencia política: un tablón sobre una de las paredes, orlado por algunos pequeños cuadros con fotografías, supongo que de algunos héroes de la revolución, mostraba un lema: «LOS  HOMBRES MUEREN, EL PARTIDO PERMANECE»

Este lema, como los “murales” hechos para utilización política de la imagen del “Che” Guevara, pude verlos con frecuencia en muchos lugares durante mi visita a Cuba.

La visita del cobertizo, no me atrevo a denominarlo fábrica, donde se elaboraba una marca de puros, me pareció algo más deprimente. Una gran batería de mujeres, no uniformadas, cada una estaba vestida de la manera más estridente que la que tenía al lado, todas mulatas o negras, se dedicaban a enrollar, una tras de otra, de una forma monótona y rutinaria, con un aspecto de enorme aburrimiento, las  hojas de tabaco que terminaban formando el puro. Creo que nunca había visto unas caras de personas con tantas arrugas como las de muchas de aquellas mujeres. No sé si la permanente proximidad con el producto les generaba algún tipo de adicción, pero un gran número de ellas fumaban continuamente.  

El encargado de aquel taller nos explicó lo importante que era la calidad y el grado de humedad de las hojas de tabaco que utilizaban; debía ser el justo y adecuado para conseguir la mejor calidad del puro… No sé por qué, pero aquella imagen me trajo a la memoria los tiempos de la esclavitud. No creo que hubiese mucha diferencia. Después de terminada la visita a la fábrica de tabacos, volvimos a La Habana ya que, todavía, quedaba algo más que ver en la excursión...




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