sábado, 8 de enero de 2022

CUBA - LA HABANA VIII

Desde el autobús nos mostraron algunos de los hoteles turísticos más modernos construidos últimamente, casi todos de cadenas españolas, para finalizar en la Plaza de La Revolución, y mostrarnos el monumento a José Martí, mítico héroe de la independencia de Cuba y la imagen, en piedra, del “Che” Guevara. En ese año, todavía no había sido levantada la de Camilo Cienfuegos, La plaza era enorme y, en aquel momento, absolutamente vacía, pero debía de ser un espectáculo llena de gente aplaudiendo a Fidel durante uno de sus interminables discursos. Es curioso, pero la guía no nos informó de que aquella plaza había sido construida en tiempos del gobierno de Batista. Con esto, terminó el largo día de excursión y el autobús nos dejó en el hotel.

Con todo, el día me tenía reservada una sorpresa inesperada. Tras ducharme y tomar la cena, decidí descansar del largo día relajándome en una terraza en los jardines del hotel. La noche era agradable y me “repantingué” en un sillón de madera de bambú a dejar pasar el tiempo mientras rememoraba las experiencias del día.

En un cierto momento empecé a escuchar un “chis”, “chis”... Tardé en darme cuenta de que esos sonidos iban dirigidos a mí; en la obscuridad en la que estaba el lugar me costó trabajo localizar a la autora de aquellas señales.

Pude percibir la silueta de una mujer, sentada en otra mesa, a unos  tres metros de mí y que parecía querer decirme algo, me levanté de mi sillón y me acerqué a ella. Solo quería preguntarme la hora, bueno, eso solo era el pretexto para entablar conversación y, más tarde, ofrecerme sus “servicios”.

Era una chica, joven, pero no una niña, bajita, algo regordeta y muy agradable en el trato. Todo su interés era sacarme del hotel, decía que no podía subir a las habitaciones, que eso estaba muy vigilado y que había habido casos en que la policía había detenido a algunas chicas a la salida de la habitación y, además, les habían quitado el dinero obtenido por su “trabajo”.

Evidentemente, yo no tenía ninguna intención de salir del hotel y seguí dándole “carrete” charlando con ella mientras paseábamos por los jardines, lo que me proporcionó alguna información. Me contó que hacía algún tiempo que había intentado salir de Cuba durante la llamada “crisis de los balseros” habiéndolo intentado dos veces sin conseguirlo, que lo que hacía no era prostitución, que lo hacía por necesidad, que no había otros medios de vida en Cuba…En cierto momento me contó un chiste que debía correr por las calles...

        Dos cubanos hablaban de su mala situación y trataban de encontrar soluciones:

Óyeme chico, yo me voy a ir mañana delante de la casa de Raúl y me voy a poner a comer hierba. A ver si se le ablanda el corazón.

Así lo hizo a la mañana siguiente; Cuando Raúl lo vio, llamó a su asistente y le dijo:

— Ahora mismo, sales y le dices a ese cubano que entre a casa, no podemos consentir que un héroe de la Revolución esté comiendo hierba —.

Al día siguiente, le contó a su amigo su experiencia.

— Oye chico, no quieras ver lo bien que se portó Raúl conmigo. Mando a su asistente a que me invitara a entrar en la casa y me ofrecieron una comida extraordinaria. Había de todo: carne de cerdo, de pollo, verduras, frutas de todas clases… No voy a necesitar comer más en una semana.  Incluso me dijo que me iba a “enchufar” en un ministerio —.

Animado por la experiencia de su amigo, él decidió ir a hacer lo mismo delante de la casa de Fidel, y así lo hizo al día siguiente:

Cuando Fidel lo vio comiendo hierba delante de su casa, llamó a su asistente y le dijo:

Oye chico, ponle ahora mismo un seguimiento a ese hombre, porque si no le pasa nada, ya tenemos resuelto el problema de la alimentación.

Este, supongo, era el sentimiento de una buena parte de la ciudadanía cubana respecto de su líder...

En cierto momento invité a la chica a tomar un mojito en la cafetería próxima a los jardines que, afortunadamente, a esa hora, estaba vacía; cuando entramos, al camarero casi se le saltan los ojos de las órbitas cuando vio a la chica que me acompañaba.  Desde luego, le era bien conocida.

— ¿Pero chica, que es lo que tú estás haciendo aquí, cómo has entrado?, Le dijo

Ella no hizo ningún comentario ni aspaviento. El camarero nos sirvió los mojitos, y mientras los tomábamos, de reojo, no le quitó la vista de encima a la chica.

He de reconocer que el mojito me pareció bastante inferior al que me había tomado la tarde anterior en La Bodeguita pero, en todo caso, la reacción del camarero me había puesto más en guardia respecto de la chica que me acompañaba.

Cuando volvimos a salir al jardín había ablandado su exigencia de salir del hotel e ir a la casa donde debía acostumbrar a realizar sus servicios, y estaba dispuesta a correr el riesgo de subir a la habitación del hotel; le dije que estaba muy cansado y, a la puerta del hotel, le di algún dólar para que tomara un  taxi y no perdiera toda la noche...

                            



No hay comentarios:

Publicar un comentario