Desde el
autobús nos mostraron algunos de los hoteles turísticos más modernos
construidos últimamente, casi todos de cadenas españolas, para finalizar en la
Plaza de La Revolución, y mostrarnos el monumento a José Martí, mítico héroe de
la independencia de Cuba y la imagen, en piedra, del “Che” Guevara. En ese año,
todavía no había sido levantada la de Camilo Cienfuegos, La plaza era enorme y,
en aquel momento, absolutamente vacía, pero debía de ser un espectáculo llena
de gente aplaudiendo a Fidel durante uno de sus interminables discursos. Es
curioso, pero la guía no nos informó de que aquella plaza había sido construida
en tiempos del gobierno de Batista. Con esto, terminó el largo día de excursión
y el autobús nos dejó en el hotel.
Con todo, el
día me tenía reservada una sorpresa inesperada. Tras ducharme y tomar la cena,
decidí descansar del largo día relajándome en una terraza en los jardines del
hotel. La noche era agradable y me “repantingué” en un sillón de madera de
bambú a dejar pasar el tiempo mientras rememoraba las experiencias del día.
En un cierto
momento empecé a escuchar un “chis”, “chis”... Tardé en darme cuenta de que esos
sonidos iban dirigidos a mí; en la obscuridad en la que estaba el lugar me
costó trabajo localizar a la autora de aquellas señales.
Pude
percibir la silueta de una mujer, sentada en otra mesa, a unos tres metros de mí y que parecía querer decirme
algo, me levanté de mi sillón y me acerqué a ella. Solo quería preguntarme la
hora, bueno, eso solo era el pretexto para entablar conversación y, más tarde,
ofrecerme sus “servicios”.
Era una
chica, joven, pero no una niña, bajita, algo regordeta y muy agradable en el
trato. Todo su interés era sacarme del hotel, decía que no podía subir a las
habitaciones, que eso estaba muy vigilado y que había habido casos en que la
policía había detenido a algunas chicas a la salida de la habitación y, además,
les habían quitado el dinero obtenido por su “trabajo”.
Evidentemente,
yo no tenía ninguna intención de salir del hotel y seguí dándole “carrete”
charlando con ella mientras paseábamos por los jardines, lo que me proporcionó
alguna información. Me contó que hacía algún tiempo que había intentado salir
de Cuba durante la llamada “crisis de los balseros” habiéndolo intentado dos
veces sin conseguirlo, que lo que hacía no era prostitución, que lo hacía por
necesidad, que no había otros medios de vida en Cuba…En cierto momento me contó
un chiste que debía correr por las calles...
—
Óyeme chico, yo me voy
a ir mañana delante de la casa de Raúl y me voy a poner a comer hierba. A ver
si se le ablanda el corazón.
Así lo hizo a la mañana siguiente; Cuando Raúl lo vio, llamó
a su asistente y le dijo:
—
Ahora mismo, sales y le dices a ese cubano que entre a casa, no podemos
consentir que un héroe de la Revolución esté comiendo hierba —.
Al
día siguiente, le contó a su amigo su experiencia.
—
Oye chico, no quieras ver lo bien que se portó Raúl conmigo. Mando a su
asistente a que me invitara a entrar en la casa y me ofrecieron una comida
extraordinaria. Había de todo: carne de cerdo, de pollo, verduras, frutas de
todas clases… No voy a necesitar comer más en una semana. Incluso me dijo que me iba a “enchufar” en un
ministerio —.
Animado
por la experiencia de su amigo, él decidió ir a hacer lo mismo delante de la
casa de Fidel, y así lo hizo al día siguiente:
Cuando Fidel lo vio comiendo hierba delante de su casa, llamó
a su asistente y le dijo:
—Oye chico, ponle ahora mismo un seguimiento
a ese hombre, porque si no le pasa nada, ya tenemos resuelto el problema de la
alimentación—.
Este,
supongo, era el sentimiento de una buena parte de la ciudadanía cubana respecto
de su líder...
En cierto
momento invité a la chica a tomar un mojito en la cafetería próxima a los
jardines que, afortunadamente, a esa hora, estaba vacía; cuando entramos, al
camarero casi se le saltan los ojos de las órbitas cuando vio a la chica que me
acompañaba. Desde luego, le era bien
conocida.
— ¿Pero chica, que es lo que tú estás haciendo aquí, cómo has
entrado?—, Le dijo
Ella no hizo
ningún comentario ni aspaviento. El camarero nos sirvió los mojitos, y mientras
los tomábamos, de reojo, no le quitó la vista de encima a la chica.
He de
reconocer que el mojito me pareció bastante inferior al que me había tomado la
tarde anterior en La Bodeguita pero, en todo caso, la reacción del camarero me
había puesto más en guardia respecto de la chica que me acompañaba.
Cuando volvimos a salir al jardín había ablandado su exigencia de salir del hotel e ir a la casa donde debía acostumbrar a realizar sus servicios, y estaba dispuesta a correr el riesgo de subir a la habitación del hotel; le dije que estaba muy cansado y, a la puerta del hotel, le di algún dólar para que tomara un taxi y no perdiera toda la noche...
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