Desde la muerte de mi padre, la Navidad ha sido una época triste en mi
casa. Este año, conmigo en cama, enfermo, mucho más y mi estado de salud no
mejora, se ha estabilizado sin avances ni retrocesos y el ambiente no es el más
propicio, a pesar de la buena voluntad del entorno familiar. Todos tienen sus
propias ocupaciones y negocios que atender y celebran las fiestas con sus
familias. La tienda absorbe la mayor parte del tiempo de mi madre, que se afana
por atenderlo todo, sin conseguirlo plenamente ─ al menos esa es su sensación ─; solo la tía Quiteria ha hecho el sacrificio de
venir a cenar con nosotros en Nochebuena. El ambiente no es precisamente
alegre, con las dos agotadas por un duro día de trabajo en las tiendas, y sin
ganas de celebración, hemos cenado en silencio.
Todas las emisoras de radio tenían que conectar
con Radio Nacional de España a las dos y media de la tarde y a las diez de la
noche, para retransmitir el diario hablado, popularmente más conocido por “el
parte”, supongo que por reminiscencias de la guerra civil. En estos noticiarios, aparte de las alabanzas
a los consabidos logros del Régimen en las noticias nacionales, en el ámbito
internacional, la mayor parte de la atención se centraba en Francia con sus
guerras coloniales: en Indochina, con el relato de la lucha contra las fuerzas
independentistas vietnamitas de Ho-Chi-Ming y el general Giap, que finalizó con
la derrota francesa de Dien Bien Phu, lo que supuso la independencia de
Vietnam, dividido, desde ese momento, en dos países: Norte y Sur. Las tropas
francesas volvieron a la metrópoli y en pocos meses más tarde, se vieron
envueltas en la guerra contra el FLN, liderado por Ben Bella, que luchaba por
la independencia de Argelia. Todos esos acontecimientos, que estaban poniendo
en jaque la vida de la IV República Francesa, eran puntualmente descritos en
las crónicas del corresponsal de Radio Nacional de España en París, Manuel de
Agustín que, con su voz triste, conseguía trasladar al oyente los malos
momentos que Francia está atravesando. Siempre terminaba sus crónicas de la
misma manera: “aquí París, Manuel de Agustín”
Al principio de
este año, he recibido uno de mis primeros disgustos deportivos. La selección
española de fútbol tenía que jugar los partidos de clasificación para entrar en
la fase final del campeonato del mundo. El contrario era Turquía, que parecía
ser un rival fácil y, en efecto, el seis de enero, en Madrid, España ganó el
partido por 4-1 y en la vuelta el catorce de marzo, en Estambul, España perdió
por 1-0; había que celebrar un partido de desempate que se jugó en Roma dos
días más tarde. El partido acabó con empate, 2-2, y la reglamentación no
contemplaba tirar penaltis ni otra alternativa similar. El ganador tenía que
ser elegido por sorteo y, un niño italiano, un bambino, sacó de la bolsa el
papel con el nombre de Turquía. España había quedado eliminada del mundial de
1954 y Pedro Escartín, en sus crónicas, trata de aclarar los motivos de la
eliminación. Ese es el cometido de los periodistas deportivos ¿No?
No hay comentarios:
Publicar un comentario