sábado, 5 de febrero de 2022

CUBA - VARADERO II


En un viaje por mar, aunque sea corto, en un velero, el sol pega de lo lindo, y si no te proteges, puedes terminar como un cangrejo. Recuerdo un viaje a Cancún, en el que llegué al hotel temprano, y tuve que esperar media mañana a que me diesen la habitación. Aunque estuve protegido bajo una sombrilla de la piscina, cuando llegué a la habitación, la piel de la cara se me caía a tiras. Tardé días en reparar el estropicio, a base de embadurnarme con una especie de moco verde. Fue mi primer contacto con el gel de aloe.

En esta ocasión, para evitarlo, empecé a darme la crema solar; como iba solo, tenía dificultad para hacerlo por la espalda; sin problema, una de las argentinas del grupo se empeñó en hacerlo ella. La verdad es que son gente sociable y, en general, simpática.

La excursión consistía en llegar a una isla, comer allí, y disfrutar de la playa y del baño. Durante el trayecto tuvimos la ocasión de coincidir en la ruta con un catamarán ¡Enorme! Una plataforma en la que habría, según me pareció, no menos de cincuenta personas. Llevaban puesta la música a “todo trapo” y tenían montada una gran fiesta. Me dieron una cierta envidia y me dije que, en cuanto tuviera ocasión, me gustaría montar en un catamarán como aquel.

Cuando tuvimos la isla a la vista, el patrón de la embarcación me invitó a tomar el timón para dirigir el barco hasta el pequeño puerto de atraque. Fue una sensación interesante manejar el timón del barco y notar de qué manera, con suaves giros del mismo, el barco obedecía. Así fue, hasta que, a unos quinientos metros de la orilla, el patrón volvió a tomar el timón para hacer las maniobras de acercamiento y atraque en el pequeño muelle.

                                                        



Desde este momento, el día trascurrió de una manera lúdica, el disfrute en la preciosa playa que, prácticamente, era para nosotros solos. El maravilloso baño en aquellas aguas azules, cristalinas, templadas… la compañía agradable, la comida que nos prepararon en el chiringuito próximo, estupenda; pescado fresco, cogido esa misma mañana, cocinado a la parrilla y bañado en una salsa ligera, donde había abundancia de sabor a lima…. Durante la comida, se acercó un grupo de músicos que nos la amenizó interpretando boleros, guarachas y algunas canciones de son cubano. Muy bonito todo.

La sobremesa también fue muy amena. Los argentinos son muy buenos conversadores y se alargó más de lo previsto. Cuando el patrón nos avisó, solo quedó tiempo para tomar un último baño antes de subir al barco para volver a Varadero; vuelta que  hicimos sin ningún contratiempo. Solo quedaba despedirme de los argentinos, ya que, ellos, se hospedaban en un hotel diferente al mío.

Después de quitarme el salitre del mar y la arena de la playa con una buena ducha, ya se había hecho hora de tomar la cena, cosa que hice para, después, darme una vuelta por el área de la galería de arte; la primera impresión que había recibido, era de que podía haber cosas interesantes.

En cuanto inicié la exploración, la persona que estaba al cargo de la instalación se me acercó y, después de saludarme, se ofreció a darme la información que necesitase; se lo agradecí e iniciamos un recorrido por las instalaciones. 

Aparentaba unos treintaicinco a cuarenta años, más elegante que las cubanas que había tenido ocasión de conocer, pero sin afectación, muy natural, sin ninguna estridencia. Sobre todo, me habló de la obra de un artista cubano del que había muchas muestras en la galería: Manuel Hernández.

Parecía ser un artista multidisciplinar que había explorado en distintas disciplinas: cerámica, escultura y, ahora, la pintura era su actividad principal.

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Me sorprendió el nivel de  precio de las obras. Pensaba que, en Cuba, dada la situación económica de la isla, fuesen bastante más bajos de los que me estaba dando. En pintura, que era lo que más me interesaba, los precios no bajaban de las 200.000 pts. Como dije, en los meses inmediatamente anteriores, había comprado algunos cuadros en galería, en Madrid, de una calidad, más o menos similar, por precios parecidos, y otros, a precios bastante más bajos, en subastas.

Siguiendo la conversación, me informó de las condiciones necesarias para sacar las piezas de la isla, que me parecieron bastante engorrosas y yo me planteé las dificultades del transporte. Como el tema seguía interesándome y ya era tarde, nos despedimos, y yo asumí el compromiso de volver por la galería con más tiempo. Tanto la señora, como el artista y su obra, me habían parecido dos personajes sobre los que profundizar un poco más.

                                            


                            

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