En la habitación de mi hotel veía como, desde
cualquier canal de TV, los noticiarios informaban
en directo de estos hechos con imágenes que nunca antes había visto:
—
«Disturbios en Guarenas, en Municipio Vargas, En Valencia, en Mérida, en
Barquisimeto…» «Los ciudadanos están tomando las calles y el desorden y la
violencia se están adueñando de las poblaciones…» Estaba
viviendo algo con lo que no contaba cuando empecé a viajar a Sud América, pero
que, desde entonces, había visto fraguar día a día, y decidí salir a la calle a
contemplar, en directo, como se desarrollaba una situación de inestabilidad
política que ya se anunciaba en la prensa tras el anuncio de medidas económicas
hecho por el presidente de la república.
«La oposición
derrotó a AD en Diputados al discutirse la Carta de Intención que se firmará
con el FMI»; «Las medidas tendrán un efecto superinflacionario». «COPEI se
opone a las medidas económicas»… «El Bolívar se ha depreciado, en pocos días,
más del 900%»”. «Venezuela suspende
pagos de deuda externa privada». «Prohíben
importar bienes suntuarios». «El Congreso no debería aprobar la Carta de
Intención». «Sin clases seis millones de estudiantes»…
El gran
viraje anunciado por el presidente de la república, estaba en marcha, pero,
también, algo con lo que, al parecer, no contaba, la reacción popular
contra las medidas económicas pactadas con el FMI. Para los
habitantes de los ranchitos de todos los municipios pobres de Caracas, las
noticias que estaban recibiendo fue el pistoletazo de salida; en pocos minutos,
la rabia contenida tanto tiempo se liberó y de los cerros que flanquean
Caracas, multitudes de desheredados, armados con palos y armas blancas,
comenzaron a descender hacia el centro de la ciudad. Nada iba a detener su
furia.
— ¡Bajemos a la
Capital! ¡Hoy vamos a conseguir de ella todo lo que durante tanto tiempo nos ha
negado!... Sus vecinos, atendiendo la arenga de Juan de la Cruz Oribe, le
siguieron hacia el centro de la ciudad.
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