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Muchos amigos y toda la familia, me acompañaron
durante los días que duró tu internamiento. Cada noche, mientras duró tu
estancia en el hospital, el teléfono no dejaba de sonar, no me dejaban cenar,
pero no me importaba. Todos preguntaban; querían saber cómo estabas, como
evolucionaba el problema…Yo les explicaba lo que podía. Unos entendían, otros
se hacían los tontos…El entierro y la misa funeral fueron una manifestación.
Por los años en que estuvo abierta la tienda de papá en el barrio, nos conocía
mucha gente.
Le pedí a José Antonio que me excusase ante todos
ellos. Agradecí mucho su presencia, como no, pero no me apetecía someterme a
las frases de rigor: “Te acompaño en el sentimiento”, “era una gran
mujer…”. Que me iban a decir... A ti te
admiraban por tu fuerza de voluntad, por tu lucha…A mí, me miraban con una
sombra de duda ¿Qué va a hacer ahora solo? — me parecía oírles decir —. No eran
capaces imaginarme sin ti a mí lado.
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