Hoy
parece que tiene la voz todavía más dulce que ayer, no sé cómo lo consigue. Pero
todo es un truco, una trampa de la que he de protegerme, como Ulises de los
cantos de las sirenas. Más aún, taparé también con cera el auricular del
teléfono, para evitar que, ni por descuido, pueda llegar a mis oídos un mínimo susurro
de su voz. Si eso sucediese, volvería a caer, como tantas veces, en un abismo
del que, quizás, ya no fuese capaz de salir.
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