Durante el primer verano, sucedió algo que me impresionó sobremanera.
Una tarde, ya anocheciendo, vimos pasar por Guadarrama, camino de Cuelgamuros,
donde se estaba construyendo el Valle de los Caídos, o del Escorial, una
comitiva de falangistas bajo la luz de las antorchas, llevaban a hombros un
féretro, o así me lo pareció, y cantaban mientras marchaban.
El tío Eugenio, aprovechando la amistad con alguno de los guardias
civiles del cuartel de la calle Batalla del Salado, próximo a su tienda -
taberna, consiguió un salvoconducto que nos permitió hacer una excursión muy
especial, precisamente a Cuelgamuros, Allí pudimos visitar algunas de las
instalaciones del monasterio donde se hospedaría la congregación de monjes
encargados de mantener el culto. En aquellos momentos, la obra del Valle de los
Caídos estaba en plena ejecución y no pudimos visitar la cripta, nos dijeron
que era peligroso ya que estaban explotando barrenos; fue un día muy
interesante. Tanto el trayecto de ida, como el de vuelta, lo hicimos andando; el
tío era un gran andarín y nos obligaba a dar tremendos paseos con los que
acabábamos todos rendidos. En particular mi tía Priscila, que no tenía las
mismas capacidades y gustos que él. Pero eran lentejas.
El otro lugar de esparcimiento era el río Guadarrama, muchas mañanas
bajábamos a bañarnos. El agua estaba helada y el sol me hizo quemaduras en los hombros que me hicieron
sufrir durante muchos días. Cuando acabó el verano, volvimos a la rutina de
nuestras casas.
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