jueves, 13 de marzo de 2014

El chico de la hamaca (XXXV)

Durante el primer verano, sucedió algo que me impresionó sobremanera. Una tarde, ya anocheciendo, vimos pasar por Guadarrama, camino de Cuelgamuros, donde se estaba construyendo el Valle de los Caídos, o del Escorial, una comitiva de falangistas bajo la luz de las antorchas, llevaban a hombros un féretro, o así me lo pareció, y cantaban mientras marchaban.

El tío Eugenio, aprovechando la amistad con alguno de los guardias civiles del cuartel de la calle Batalla del Salado, próximo a su tienda - taberna, consiguió un salvoconducto que nos permitió hacer una excursión muy especial, precisamente a Cuelgamuros, Allí pudimos visitar algunas de las instalaciones del monasterio donde se hospedaría la congregación de monjes encargados de mantener el culto. En aquellos momentos, la obra del Valle de los Caídos estaba en plena ejecución y no pudimos visitar la cripta, nos dijeron que era peligroso ya que estaban explotando barrenos; fue un día muy interesante. Tanto el trayecto de ida, como el de vuelta, lo hicimos andando; el tío era un gran andarín y nos obligaba a dar tremendos paseos con los que acabábamos todos rendidos. En particular mi tía Priscila, que no tenía las mismas capacidades y gustos que él. Pero eran lentejas.


El otro lugar de esparcimiento era el río Guadarrama, muchas mañanas bajábamos a bañarnos. El agua estaba helada y el sol me hizo  quemaduras en los hombros que me hicieron sufrir durante muchos días. Cuando acabó el verano, volvimos a la rutina de nuestras casas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario