Todo se ha hecho
más duro. Mi madre triste, de luto
riguroso durante mucho tiempo, con un velo negro sobre la cabeza, que sólo se
quita para estar en la tienda, cargando sobre sus hombros con todas las responsabilidades
y tratando de abarcarlo todo y volcando sobre mí su frustración por no haber
podido impedir la muerte de mi padre, sobreprotegiéndome, luchando contra el
mundo. El colegio es una liberación, aunque, sin el estímulo de mi padre, he
perdido buena parte de interés. La calle y mis amigos son mi válvula de escape.
Mi madre hace
esfuerzos por alejarme, cuando puede, del ambiente triste de casa y pide a las
vecinas, Julia y Ángeles que me lleven con ellas al cine. Es un poco “rollo”
porque siempre vamos a ver películas históricas o de vidas de santos, pero es
lo que a ellas les gusta.
Otras veces voy
con Isabel y José Antonio y es diferente. Hemos ido a ver una película de
dibujos animados, “Los tres caballeros” de Walt Disney, al cine Sevilla. Lo he
pasado muy bien pero, a la entrada, he metido la pata. José Antonio ha
intentado colarme sin pagar, diciendo al señor de la entrada que tengo cuatro
años. Yo, muy ofendido, le he dicho que no, que tengo cinco. Todos se han reído
y José Antonio ha tenido que sacar otra entrada.
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