domingo, 2 de marzo de 2014

El chico de la hamaca (XXXII)

¡Por fin ha pasado! Nadie había querido hacerme caso. Yo veía lo que iba a pasar, pero nadie más había querido verlo. Se lo había repetido mil veces a sus hermanas.

«Mi hermano nunca ha estado malo», era la respuesta. Por la noche, en la cama, oía como le golpeaba el corazón, a veces se paraba, a veces corría enloquecido. Él no quería darle importancia y seguía adelante, tenía que ir a la tienda. No se había curado bien la gripe y había vuelto a trabajar antes de tiempo. En la tienda hace mucho frío. Salió a la peluquería y volvió con fiebre otra vez. ¿Quién le había mandado ir a acortarse el pelo? ¿Qué prisa tenía? ¿Y ahora voy a hacer sola con la tienda? ¿Y con mi hijo?

Además tengo que arreglar los papeles de la herencia. No tengo idea de lo que hay que hacer. No había hecho testamento y sus hermanas intentan dirigirme. Creo que no tienen razón pero se inmiscuyen en mis cosas y me hacen todo más difícil.

Una familia de abogados, conocidos de mi hermana Blasa se ha hecho cargo del papeleo y me han ahorrado todo el trabajo. Los temas legales han quedado claros y mis cuñados han dejado de acosarme. Mi cuñado, Eugenio, me ayuda, los fines de semana a llevar las cuentas de la tienda. De todos modos, no supero la situación. No duermo y he perdido trece kilos de peso. Lidiar con los corredores, los almacenistas, la sociedad de ultramarinos… Todo lo veo difícil y negro. El dependiente que había en la tienda, antes de la muerte de mi marido, se ha ido a hacer el servicio militar. No quiero admitirle de nuevo cuando lo termine porque nunca me ha parecido trigo limpio, lo que me va a obligar a contratar otra persona.

El abogado que me ha arreglado los papeles de la herencia, me ha preparado los de la liquidación del dependiente y ya he podido contratar a otro muchacho; más joven, pero voluntarioso y trabajador. Creo que he acertado con el cambio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario