Hoy es mi
cumpleaños, cumplo doce. Sigo en la cama pero mis tías y mis primas han venido
a verme y me han traído libros, de los que me gustan, de aventuras. Uno de
ellos es estupendo: “Miguel Strogoff, el correo del zar”. Mis tías, las que me
llevaron la radio al hospital tienen una papelería y los venden. Siempre me ha
gustado revolver las cosas cuando he ido por allí, aunque hace ya mucho tiempo
que no puedo; también ha venido el abuelo Marcos, que vive con ellas. Cuando
estábamos en la celebración apareció, sin esperarlo, el médico, don Enrique. Es
buena gente y me quiere mucho; ha sido mi médico desde que nací. Me visita, me
toma la tensión y dice que, de haberlo sabido, él también me habría traído un
regalo.
La tarde ha acabado
bien. Ya es la hora de la cena y mi madre ha conseguido, después de mucha
lucha, que coma algo de verdura, hoy, alcachofas. Me las limpia y deja solo los corazones. Creo
que ella se come luego las hojas.
Sor
María ayuda sin poner ninguna condición. Nunca pregunta si voy o no a misa. Es
muy discreta y da su ayuda a la gente sin pedir nada a cambio. Una mañana,
cuando viene a inyectar a mi hijo el antibiótico, lo hace acompañada de otra
señora de la iglesia. Ésta no es tan discreta. En cuanto entró, lo primero que
hizo fue preguntar a mi hijo si vienen los sacerdotes a darle la comunión. Ha
dicho que les pedirá que lo hagan y que vengan a visitarle. ¿Quién le manda
meterse donde no le llaman? No le dije nada pero, al día siguiente, fui a ver a
sor María para decirle que no quiero que vengan curas a mi casa, soy una mujer
viuda y no quiero habladurías, yo ya voy a misa y mi hijo irá también cuando
esté mejor. Sor María me dijo que no me preocupase, que no iría nadie, que esta
señora, a veces, es un poco entrometida.
Me han hecho una
primera revisión después del nuevo tratamiento,
los resultados de los análisis parecen más esperanzadores y don
Enrique, muestra más optimismo. Los
análisis me los ha hecho el doctor Cortés, un buen amigo de don Enrique y, a
partir de ese momento, también nuestro; admira mucho la entrega de mi madre y
va a ser, desde este momento, un gran apoyo que se va a prolongar durante
muchos años. Don Enrique ha dicho que me puedo levantar y salir un poco a la
calle, sin hacer esfuerzos ¡Después de muchos meses voy a pisar la calle de
nuevo!
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