La radio me sigue
haciendo compañía, aunque no siempre sean buenas las noticias. Una gran riada,
provocada por el desbordamiento del Río Turia a su paso por Valencia, ha
provocado una gran catástrofe, con muchos muertos. Se ha organizado, a nivel
nacional, un gran movimiento de solidaridad a favor de los valencianos y la
radio es, una vez más, el vehículo de
ese movimiento durante meses. Un joven locutor de la Cadena SER, Adolfo
Fernández, se ha convertido en protagonista organizando un programa para conseguir ayudas para los damnificados. Noche
tras noche el programa llama al corazón de la gente para recaudar fondos.
***
¿Qué
voy a hacer? ¡Me estoy volviendo loca! Mi hijo está cada vez peor. Pido ayuda a
todos los médicos que le han visitado a lo largo del proceso y ninguno me da
solución. Me dicen que el problema se
debería resolver de forma hospitalaria. ¡El año pasado me dijeron lo mismo y no
hubo resultado! ¡No me quiero separar de mi hijo! ¡Es lo único que me queda!
Hay
que escalar a cumbres más altas y recurrir a alguna eminencia médica. Tengo que
buscar alguna recomendación para conseguir que la eminencia de moda vea a mi
hijo. He dejado de trabajar en el laboratorio y hemos perdido el seguro. Todas
estas gestiones y el cuidado de mi hijo me llevan todo el tiempo. Lo más
importante es él.
Hay
dos alternativas: La clínica privada y el Hospital Clínico. La clínica privada
tiene un coste prohibitivo, no me lo puedo permitir. He estado a verla y tiene
un aspecto estupendo. Me gustaría, pero
es imposible.
Consigo
una recomendación para hablar con el médico responsable de la sala de mujeres
de la eminencia. Es un hombre amable que hace las gestiones para que ingresen a
mi hijo en la sala de hombres. No tengo otra alternativa y ésta parece ser la
mejor solución; aunque no me guste, he de separarme temporalmente de él y, a
primeros de noviembre, le dejo ingresado y el doctor jefe de la sala, muy
sonriente, me da buenas palabras.
─
Sólo llegar aquí y ya
tiene mejor cara, me dice. Supongo que será por la calefacción…
Casi
todas las mañanas voy al hospital. Quiero ver a mi hijo y hablar con los
médicos. Al principio, sor Ramona no me deja entrar. Luego, me la voy ganando
con regalitos.
─«Flores para la virgen», le digo. ─ «Unos bombones para la comunidad, hermana».
Con
los médicos tengo menos suerte. Me huyen. No me quieren dar explicaciones. Me
dicen que están haciendo el diagnóstico... La verdad es que no parecen que
hagan nada y yo sigo sin ver soluciones. ¡Encima quieren que mi hijo vaya en
metro a la clínica! ¿No tienen idea de lo peligroso que es que coja frío? ¡Menos mal que he llegado a tiempo y lo he
impedido! Ayer por la mañana me ha parecido oír al médico jefe de sala, decir: «Ya está aquí otra vez ésta loca», ¡su
hijo debería estar aquí!
Mi
hijo parece aceptar bien la situación. Lee, oye la radio, juega al ajedrez, se
lleva bien con los médicos y con sor Ramona. Manuel, el gallego de la cama de
su derecha, me dice que algunos enfermos cuentan chistes y dicen cosas, de una manera inconsciente,
que un niño no debería oír y que cuando los médicos pasan la visita, les da
toda clase de explicaciones sobre su historia. Que el primer día que paso la
visita “el gran jefe” oía atentamente su
relato sobre lo que le había pasado, cuando y como. Me dice que al gran jefe se
le caía la baba.
Pronto
va a llegar la Navidad. Seguramente le darán vacaciones esos días. Solo quedan
en el hospital los enfermos muy graves o los que no tienen familia con quien ir
¡Podré tenerle unos días en casa!
***
Una mañana, al
pasar la visita, el médico jefe de la sala parecía muy contento y me dijo, muy
sonriente.
—Muchas gracias por la pareja de capones que
me habéis regalado. Eran unos ejemplares. Yo no sé qué son capones —creo que son
pollos─. Mi
madre hace todo lo que puede para que me traten bien.
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