domingo, 17 de abril de 2016

El golpista - El Caracazo XX

El frenazo del camión al alcanzar su destino me ha devuelto a la realidad. Mi compadre Alberto y yo estamos, con otros detenidos, vigilados por los soldados que, a gritos, nos urgen a salir del camión. Apoyados con algunos culatazos de fusil, pronto han conseguido su objetivo.

Estamos fuera, en pie, esposados, como el resto de los detenidos, esperando las órdenes de los milicos que nos rodean. Tensos y nerviosos, ellos tampoco parece que dominen la situación, como si no acabasen de entender lo que está pasando. Cumplen órdenes, nada más.

Los soldados gritan de nuevo nuestros nombres: — ¡Juan de la Cruz Orive! ¡Alberto Javier Zecoto!... Junto con otros presos hemos sido encerrados en una celda. El tiempo pasa despacio ¿Es de día o de noche? No lo sé, no hay luz natural… Dos guardias entran en la celda y tras pronunciar nuestros nombres nos llevan a un despacho, frente a un  hombre que revisa papeles tras una mesa. A su espalda, una fotografía del Presidente colgada de la pared y la bandera de la República sostenida por un mástil. El hombre levanta los ojos de los papeles y nos interpela directamente:

— Soy el comandante Zubiaurre — nos dice —, y ustedes, son algunos de los responsables de esta revuelta… Llevo días buscándolos, son los cabecillas de grupos que han participado en desórdenes, asaltos a centros comerciales, robos y saqueos en la capital… Usted, Alberto Javier, además, es responsable de participar en el vuelco e incendio de un autobús en Guarenas… Tienen ustedes una buena hoja de servicios. Necesito su colaboración. Que me digan que propósito perseguían y de quien recibieron las órdenes para encabezar esta revuelta contra el gobierno.

Instintivamente, Alberto Javier y yo, nos miramos al oír las palabras de aquel hombre. La preocupación con la que habíamos entrado en el despacho, se ha convertido en miedo.

— Mire señor — le digo —, nosotros no somos cabecillas de nada ni hemos recibido órdenes de nadie. Yo bajé de mi ranchito a la capital a protestar contra las medidas del gobierno que no me permiten mantener a mi familia. Nada más. Al llegar al centro, en medio del desorden, nos encontramos Zecoto y yo, y nos vimos envueltos en esta maldita violencia. Incluso tratamos de contener a algunos de los saqueadores para evitar los atropellos de los que nos acusa. No hicimos nada más. Solo quiero volver a mi casa a ver a mi esposa, a mis hijos. No sé nada de ellos en todos estos días…


Sin contestar a mis palabras, el hombre se encaró con Zecoto. 

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