domingo, 10 de abril de 2016

El golpista - El Caracazo XIX


— Hermano — dijo Orive a Zecoto —, estamos aquí, perdidos entre la muchedumbre de detenidos que llena el gran patio ¿Que piensan hacer con nosotros?...

Antes de que Zecoto pudiera responder, oyeron a los guardias gritar sus nombres: — ¡Juan de la Cruz Orive! ¡Alberto Javier Zecoto! ¡Venancio Arenas!…Los guardias llamaban a los detenidos que tenían en las listas para ser interrogados. Sus voces se perdían entre las conversaciones y gritos de aquella muchedumbre atemorizada, en espera de que se tomase una decisión sobre cada uno de ellos.

— ¡Silencio, malandros! — gritó el guardia — ¡Juan de la Cruz Orive! ¡Alberto Javier Zecoto! ¡Venancio Arenas!... La lista seguía interminable.

— Vamos amigo — dijo Zecoto —, que no se impacienten estos pendejos.

Los hombres llamados salieron de entre aquella muchedumbre. Parecían más atemorizados por saber lo que les iba a pasar, que felices por salir de aquel infierno — quizás les esperase otro peor —. Se acercaron a los guardianes que, sin hacerles esperar demasiado, según les identificaban, les dirigían a un pasillo de salida del calabozo. Al final del mismo, en un gran patio, dos camiones militares les esperan para trasladarlos a sus lugares de destino.

— Juan, compadre, sigue, tenemos que subir al camión. Seguimos juntos. No nos han separado — dijo Zecoto.


— Ya sigo, hermano pero ¿qué nos espera? ¿Dónde nos llevan? Cada vez veo más lejano mi ranchito, a mis hijos, a Tibisay ¿Cuándo va a terminar este mal sueño?

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