Los grupos de Juan de la Cruz
y de Zecoto alcanzaron la Avenida Andrés Bello, en ese momento alguien gritó:
— ¡«Aquí, al lado, tenemos la tienda de proveeduría del empleado público!
¡Vamos a por ella»!
— ¡Quietos muchachos! ¡No
destruyan nada! —Gritó Juan de la Cruz...—.No le quisieron oír, y también Zecoto
quedó paralizado ante la reacción de los hombres. No podían contener a los que
les seguían que,enardecidos, asaltaron la tienda.Las persianas fueron
destruidas y empezó el saqueo;artículos
de todo tipo fueron tomados por los asaltantes que se encontraron un botín
inesperado: miles de cajas de güisqui fueron extraídas, cuidadas con esmero por
los asaltantes y repartidas en lotes para trasladarlas a sus barrios, a sus
ranchitos.
—Compadre —dijo Juan de la
Cruz a Zecoto—, esto se nos ha ido de las manos. No sé tú, pero yo no pretendía
esto. Sólo quería hacer una manifestación de protesta, no provocar esta
tremenda destrucción ¿Qué podemos hacer ahora?
— No sé, Juan de la Cruz —dijo
Zecoto—, pero tenemos que hacer frente a la situación. No podemos huir ahora.
No somos unos cobardes.
—Vamos muchachos —gritaron al
unísono—. Dejemos esto, ya hemos hecho bastante hoy. Coged lo que podáis llevar
y volvamos a los ranchitos.
—Y un carajo — respondió el
que había avisado de la existencia de la tienda —. Nos vamos a quedar aquí toda
la noche hasta sacar cualquier cosa de las que hay en este maldito almacén...
No hay comentarios:
Publicar un comentario