Los grupos de Juan de la Cruz
Orive y Alberto Javier Zecoto alcanzaron el centro de la ciudad sonde se
unieron a otros más. Allí, terminaron por encontrarse frente a frente, cada uno
de ellos seguido por hombres enardecidos. Sus miradas, al encontrarse, les
devolvieron la determinación del otro, el sentimiento de haber encontrado a un
igual, a alguien que perseguía el mismo afán, el mismo deseo de justicia y la
misma necesidad de alcanzarla y con un escueto
«Vamos, hermano», se unieron
para hacer patente su protesta y su descontento ante el escenario que planteaba
las medidas tomadas por el gobierno, sintiendo que no estaban solos en aquella
lucha.
***
Cuando llegué a la Avenida Lecuna me di cuenta de la magnitud
del desastre. Grupos de alborotadores estaban saqueando los locales comerciales
de la avenida y de las calles adyacentes. Aquí y allá los incendios aparecían,
la furia se había desatado y era incontrolable. La policía metropolitana y la
guardia nacional no podían contenerlo y algunos de sus componentes decidieron
participar, también, en el saqueo que iba dejando sobre las calles los restos
de artículos destrozados, las persianas arrancadas, los escaparates rotos…Ya
era noche cerrada y decidí desplazarme a Nuevo Circo donde los rumores
apuntaban a que también se habían producido grandes desórdenes. Me dirigí hacia
allí tratando de no ser confundido con un alborotador; mi aspecto de extranjero
me ayudaba, pero no se podía estar seguro ante unas fuerzas policiales que
actuaban, al parecer, sin órdenes precisas y, en todo caso, con poca
preparación para controlar un desorden de tal magnitud.
Al llegar, percibí que los
saqueadores habían trabajado allí con un sentido más práctico, sin tanta
destrucción inútil: aparatos electrónicos, alimentos, bebidas, ropas… habían
sido almacenados en casuchas y pensiones. El desorden y la falta de autoridad
que se manifestaba era la misma que en Lequna. El manifiesto del presidente,
pidiendo calma a la ciudadanía en los medios de comunicación, no había surtido
efecto.
La noche se me hizo
interminable. En la Avenida Sucre, en Francisco Miranda…, en todas partes
encontraba el mismo caos y grupos de gente saqueando locales comerciales. En
algunos lugares me pareció advertir la actuación de fuerzas especiales que
disparaban contra los saqueadores. Tenía que volver al hotel cuanto antes, las
fuerzas especiales habían empezado a actuar y yo sentía más fuerte la sensación
de peligro; no sabía hasta qué punto me protegería mi situación de extranjero
en caso necesario.
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