Finalizada la contienda, los viejos proyectos de Benjamín renacieron y, de vuelta a Madrid, se hicieron
realidad. Primero en una tienda de ultramarinos en
el Puente de Vallecas y, a continuación, en la boda con Lucía.
Los inicios de la tienda fueron duros en un
barrio obrero y pobre, Vallecas, “La
Rusia Chica” según el apodo recibido durante la guerra civil. Las cartillas de
racionamiento, la escasez de muchos productos de primera necesidad, los controles
de la policía municipal, a la que había que ocultar los artículos de
estraperlo, la falta de dinero que hacía que muchos parroquianos se llevasen el
suministro “fiado” para pagarlo el sábado, cuando cobraban el jornal, hacían
que la vida del tendero no fuese mucho más holgada que la de sus parroquianos.
Durante los años de la Segunda Guerra Mundial,
la situación no mejoró sensiblemente en España. Las presiones que Franco
recibía de sus antiguos aliados, Italia y Alemania que, junto con Japón,
estaban enfrentados al resto del mundo y
que pretendían involucrar a España en la contienda, junto con las que recibía
de los aliados, para que mantuviese la neutralidad, hacían al dictador
mantenerse en un difícil equilibrio para, por un lado, no enojar demasiado a
sus aliados y, por otro, tratar de mantener las mejores relaciones con los que,
aparentaba, serían los vencedores de la contienda. El objetivo no fue
conseguido en ningún caso ya que, si bien consiguió mantener una cierta
neutralidad, no consiguió que los países vencedores perdonasen el origen de su
régimen y, una vez terminada la contienda, le pasaron la factura pendiente. Por
medio de una resolución de Naciones Unidas, España fue oficialmente excluida de
la organización y decretado el aislamiento universal de su gobierno.
El resultado fue el conocido en estos casos;
la población del país fue la verdadera perjudicada por la decisión que, tras
los años de guerra interior y exterior, tuvo que sufrir los del aislamiento
comercial y político que agravaron su situación social sin que, por otra parte,
esto debilitase al régimen es más, la gente, sintiéndose atacada desde el
exterior, apoyaba al gobierno incluso en contra de su voluntad. Aunque por
estas razones, España se quedó fuera del Plan Marshall que ayudó a la
reconstrucción de Europa, la dictadura se mantuvo durante 40 años más.
En
medio de este difícil ambiente, la tienda sobrevivía y se consolidaba. El
horario era duro, de lunes a sábado, de
nueve de la mañana a..., la hora de cierre era flexible. Había algunas otras
tiendas de ultramarinos en la calle, y nadie quería cerrar antes que los otros,
peleando por un último cliente, por una última venta a la vecina a la que se le
había acabado la sal, el aceite o el azúcar. Todos se vigilaban en la
distancia, con el cierre a medio echar, espiando, a la vez, la posible llegada
de los guardias municipales que impondrían una multa por no respetar el horario
de cierre.
Incluso, algunos domingos era necesario
dedicar más horas. Había que preparar
los escaparates para el día siguiente y ordenar el desbarajuste producido
el sábado; día en el que hacía la mayor parte de las ventas de la semana. Así,
un día tras otro: primavera, verano otoño, invierno, la tienda no se cerraba ni
para una semana de vacaciones. Todo era muy difícil, pero compensaba. Los sueños se habían cumplido y la tienda era una realidad, había conseguido formar una
familia con Lucía y tenía un hijo. Un hijo que representaba la culminación de
sus ambiciones ¿Qué más podía pedir?
No hay comentarios:
Publicar un comentario