jueves, 6 de febrero de 2014

El chico de la hamaca (XXVIII)

Finalizada la contienda, los viejos proyectos de Benjamín renacieron y, de vuelta a Madrid, se hicieron realidad. Primero en una tienda de ultramarinos en el Puente de Vallecas y,  a continuación, en la boda con Lucía.

Los inicios de la tienda fueron duros en un barrio obrero y pobre, Vallecas,  “La Rusia Chica” según el apodo recibido durante la guerra civil. Las cartillas de racionamiento, la escasez de muchos productos de primera necesidad, los controles de la policía municipal, a la que había que ocultar los artículos de estraperlo, la falta de dinero que hacía que muchos parroquianos se llevasen el suministro “fiado” para pagarlo el sábado, cuando cobraban el jornal, hacían que la vida del tendero no fuese mucho más holgada que la de sus parroquianos.

Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, la situación no mejoró sensiblemente en España. Las presiones que Franco recibía de sus antiguos aliados, Italia y Alemania que, junto con Japón, estaban  enfrentados al resto del mundo y que pretendían involucrar a España en la contienda, junto con las que recibía de los aliados, para que mantuviese la neutralidad, hacían al dictador mantenerse en un difícil equilibrio para, por un lado, no enojar demasiado a sus aliados y, por otro, tratar de mantener las mejores relaciones con los que, aparentaba, serían los vencedores de la contienda. El objetivo no fue conseguido en ningún caso ya que, si bien consiguió mantener una cierta neutralidad, no consiguió que los países vencedores perdonasen el origen de su régimen y, una vez terminada la contienda, le pasaron la factura pendiente. Por medio de una resolución de Naciones Unidas, España fue oficialmente excluida de la organización y decretado el aislamiento universal de su gobierno.

El resultado fue el conocido en estos casos; la población del país fue la verdadera perjudicada por la decisión que, tras los años de guerra interior y exterior, tuvo que sufrir los del aislamiento comercial y político que agravaron su situación social sin que, por otra parte, esto debilitase al régimen es más, la gente, sintiéndose atacada desde el exterior, apoyaba al gobierno incluso en contra de su voluntad. Aunque por estas razones, España se quedó fuera del Plan Marshall que ayudó a la reconstrucción de Europa, la dictadura se mantuvo durante 40 años más.

 En medio de este difícil ambiente, la tienda sobrevivía y se consolidaba. El horario era duro, de lunes a sábado, de nueve de la mañana a..., la hora de cierre era flexible. Había algunas otras tiendas de ultramarinos en la calle, y nadie quería cerrar antes que los otros, peleando por un último cliente, por una última venta a la vecina a la que se le había acabado la sal, el aceite o el azúcar. Todos se vigilaban en la distancia, con el cierre a medio echar, espiando, a la vez, la posible llegada de los guardias municipales que impondrían una multa por no respetar el horario de cierre.

Incluso, algunos domingos era necesario dedicar más horas. Había que preparar  los escaparates para el día siguiente y ordenar el desbarajuste producido el sábado; día en el que hacía la mayor parte de las ventas de la semana. Así, un día tras otro: primavera, verano otoño, invierno, la tienda no se cerraba ni para una semana de vacaciones. Todo era muy difícil, pero compensaba.  Los  sueños  se habían cumplido y la tienda era una realidad, había conseguido formar una familia con Lucía y tenía un hijo. Un hijo que representaba la culminación de sus ambiciones ¿Qué más podía pedir?


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