domingo, 2 de febrero de 2014

El chico de la hamaca (XXVII)

Otra parte de la familia, la compuesta por la hermana Carmen y su marido Manolo, junto con su hija, Carmen y también Lolo, otro hijo de María, estuvieron en Toledo, donde Manolo tenía familia.

Su hermana Ángeles, su marido Indalecio y los hijos mayores de éstos, pasaron la mayor parte de la guerra en Salamanca, de donde Indalecio era natural. Como Ferroviario que era, seguía prestando servicio en los trenes.

El resto de los hermanos: Eusebio, Jesús, Tomás y María, junto con sus esposos e hijos, que no habían podido dejar Madrid, pasaron la guerra en la capital o en los respectivos frentes de guerra, sin tener que lamentar la desaparición de ninguno de ellos. El abuelo José sobrevivió bastante bien a la situación. Su hijo Fermín, que vivía en un piso de la misma casa donde él hacía la labor de portero, antes de su viaje a Bilbao había dejado la despensa bien provista, y José hizo buen uso de ella.

La guerra civil terminó al cabo de tres años. El gobierno republicano tuvo que rendirse a las fuerzas que comandaba el General Franco y, el 1º de junio del año 1939, sus fuerzas entraron en Madrid, dando fin a un terrible periodo y comienzo a otro que, inicialmente al menos, no fue menos duro.

El paréntesis que supuso la contienda, marcó la vida del país y de sus gentes de una manera atroz. Todas las barbaridades cometidas por ambos bandos habían creado miedo y desconfianza entre la gente. La represión ejercida durante los años de la dictadura por el régimen vencedor, ayudó a mantener ese ambiente de rencor en la población más radicalizada, bien por haber sufrido, de manera directa o indirecta, alguna de las vilezas cometidas por cualquiera de los bandos, bien por el sentimiento de frustración producido por la derrota en los que, luchando por el gobierno legítimo y creyendo defender ideales y derechos perdidos tras la derrota de la Segunda República , con la victoria del General Franco los veían definitivamente inalcanzables.

En nada ayudaba la situación de pre-guerra en Europa, dividida también en dos bandos, a mejorar la situación política y social de España. La situación de la población destrozada por la guerra, dividida internamente por las diferencias ideológicas y con una economía depauperada y autártica, resultó extraordinariamente dura.

Tampoco fue mejor la de aquellas personas que se exiliaron voluntariamente huyendo de posibles represalias o, simplemente, por no convivir con un régimen con el que estaban moral y éticamente en desacuerdo. Particularmente, para aquellos que pasaron los Pirineos en penosas condiciones y que fueron recibidos en Francia de una manera nada amable, siendo confinados en campos de concentración y que terminaron, en su mayoría, alistados en el ejército francés o en la resistencia contra la invasión nazi, cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Muchos de ellos perdieron la vida en la lucha o en campos de concentración alemanes. Algunos de los que sobrevivieron, participaron con la división Leclerc en la liberación de París.


Mejor suerte tuvieron, aquellos que pudieron exiliarse a países sudamericanos, donde fueron bien recibidos y siguieron trabajando en pos de la recuperación de la República. Ni los exiliados en países europeos, ni los que lo hicieron en países sudamericanos, lograron ver su sueño hecho realidad.

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