domingo, 24 de febrero de 2013

La cena


Y dio otro bocado. Mordía de la manera más elegante que nunca había visto y, además, mientras lo hacía, levantaba la vista y me miraba con esos extraordinarios ojos verdes. Parecía no querer acabar nunca. Alargar la situación hasta el infinito. Cada bocado era un final y, a la vez, una nueva invitación, un nuevo comienzo. Nunca había sentido una sensación de éxtasis como aquella y decidí prolongarla hasta conocer el final. Respondí a cada bocado suyo, con otro mío. Me sonrió y aumentó la frecuencia de sus mordiscos. Al unísono, nos levantamos y, sin decir palabra, decidimos ir a elaborar nuestro propio menú. 

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