Sin acabar de salir de mi
sorpresa, entré en una estación de autobuses caótica. Los autobuses eran, en
realidad, furgonetas para no más de seis u ocho pasajeros que no tenían horario
prefijado de salida. Me subí en una de ellas que, en cuanto se llenó, salió
disparada hacia Hammamet. La primera etapa del viaje la estaba realizando por
el costo equivalente de un euro debido a la ayuda que me habían prestado Omar y
su hermano. Ese recorrido, más o menos de una hora, en un taxi, me habría
costado muchísimo más.
Pude ver que, llegando a las
cercanías de Hammamet, el paisaje se iba cubriendo de campos de golf mostrando
ser una zona turística de calidad. Quizás, pensé, no había elegido un mal lugar
para pasar mis vacaciones. Una vez llegada la furgoneta a su estación de destino,
solo había que coger un taxi, para llegar al hotel. Unos minutos más tarde, me estaba
registrando en el mostrador de recepción.
Una vez instalado, me puse a
recorrer las instalaciones del hotel. Éste disponía de un gran jardín que daba
directamente a un trozo de playa que parecía ser privada. Lástima que, por la
fecha, la temperatura, a pesar de haber un sol espléndido, era un poco baja
para disfrutarla durante mucho tiempo. De todas formas, mi objetivo no era
tumbarme en la playa, sino conocer de cerca el país haciendo excursiones y me
dirigí a la recepción para ver que opciones me ofrecían en ese sentido. Tras
una no muy larga conversación con la señorita representante de la agencia de viajes,
reservé tres excursiones: Túnez-Cartago-Sidi Bou Said, Monastir - Gran Mezquita
de Kairuán, y Casas trogloditas de Matmata. Con todo esto, pensé, ya tenía
cubiertos mis objetivos. Dos días más tarde, inicié la excursión hacia la
primera de ellas.
Lo que más me sorprendió en
los alrededores de Túnez, en Cartago, fue la falta de restos arqueológicos de
la cultura cartaginesa, esperaba ver algunas ruinas de esa época, pero todo lo
que había eran restos arqueológicos romanos: mosaicos, columnas… Al parecer,
los romanos tuvieron gran interés en
arrasar con cualquier vestigio de la civilización cartaginesa; de borrar de la
memoria cualquier elemento que recordase a los que, durante muchos años, habían
sido sus enemigos más encarnizados. Tanto, que llegaron a poner en peligro su
supervivencia y la supremacía de Roma en las costas mediterráneas. Cuando,
finalmente, los derrotaron, arrasaron todo aquello que recordase su cultura.
Disfruté con la visita a la
medina de Túnez. Allí se respiraba la verdadera cultura del país, en realidad,
de cualquier país musulmán: las callejuelas estrechas, muchas de ellas
cubiertas con telas decoradas con dibujos geométricos, llenas de tiendas, con
una mezcla de colores y olores que inundaban los sentidos con sensaciones no
vividas hasta ese momento: la maestría en el regateo de los comerciantes, las
mezquitas, las madrasas…A pesar de estar viviendo todas estas emociones, nuevas
para mí, una sospecha se iba superponiendo a ellas. Me sentía espiado, como vigilado
por alguien, pero ¿quién podía tener algún interés en mí en este lugar del
mundo? Decidí que mi sospecha no tenía sentido y traté de seguir disfrutando
con la visita. Una vez terminado el recorrido por el zoco, la guía nos llevó a
comer en un restaurante para turistas antes de ir hacia Sidi-Bou-Said.
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