Hay una noticia que salta en la radio y en la prensa. La boda de Arthur
Miller con Marilyn Monroe. Ella es una
chica muy guapa que siempre hace papeles de tonta en el cine y él, un
intelectual que escribe obras de teatro y que es considerado como alguien muy
inteligente. No parece una pareja lógica.
Otra buena noticia: se casa la prima Amparo. Ya conozco a su novio, Vicente,
porque le vi en los días de Navidad que pasamos en casa de la tía María. Como
su padre, conduce camiones de transporte de materiales para la empresa de
un tío suyo. Es un trabajo duro que le obliga a levantarse muy
temprano y, generalmente, está muy cansado cuando va a ver a mi prima. Me cae muy bien.
Por fin es el día de la boda. Vamos a comer a casa de la tía María y,
luego, esperamos al coche que tiene que recoger a la novia. Voy a ir con ella
en el coche, un “De Soto”, que es del tío de Vicente.
El padrino es Alfonso, el hermano de Vicente, y la madrina es mi tía
María. Cuando bajo al coche, veo a la
tía Blasa y al tío Pedro, mirando de reojo detrás de la cortina de la taberna,
supongo que tristes por no estar participando, pero es una consecuencia de la
división de la familia. Cuando aparece mi prima Amparo parece nerviosa y muy
contenta. Ella siempre es muy alegre y hoy lo parece mucho más.
Durante la ceremonia, mi madre llora, y no es la única, otras muchas
también lo hacen ¡No entiendo porque lloran las mujeres en las bodas!
Algunas noches cenamos un poco más temprano y vamos a ver a mis tías y
al abuelo Marcos a la papelería. Como su
casa está en la trastienda, nos sentamos a la puerta de la calle y charlamos
tomando el fresco. Mi madre conoce a toda la gente de por allí por haber vivido
en la casa de al lado antes de la guerra civil. En esa época, Mi padre era el
encargado de la tienda y taberna que ahora son de mi tío Eugenio. También están
mis primas, Conchi y Toñi y su madre, la tía Priscila. El tío Eugenio cierra
tarde la taberna y aún está trabajando. A veces, coincidimos con los primos,
Fermín y Miguel Ángel, que también van a ver a las tías. Cuando volvemos a
casa, ya tarde, tomamos una horchata en el kiosco que todos los veranos ponen
en “la Presilla”. Siempre me ha gustado la horchata.
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