— Juan, anímate, no te hundas; no
podemos dar esa satisfacción a estos pendejos. Esto tiene que tener una
solución; no hemos hecho nada grave y sabes que Tibisay está aquí. Tus amigos
cuidarán de tus hijos…
— Alberto, ya oíste a Zubiaurre, nos
tiene preparado algo gordo ¿A santo de qué ha detenido a Tibisay? ¿Quiénes
piensa que somos? Nos acusa de ser los cabecillas de las revueltas y de haber
seguido los mandados de alguien ¿Quién te ha mandado a ti? A mí, nadie. Nos
hemos visto envueltos en una explosión de rebeldía ante la situación en la que
nos pone las medidas del gobierno y la situación se le ha ido a todo el mundo
de las manos. Ya son cuatro días aquí desde que fuimos interrogados ¿Qué ha
sido desde entonces de Tibisay? ¿Y de mis hijos? No sabemos qué está pasando.
Cuando nos detuvieron, el ejército se había hecho cargo de la situación y no
tenemos idea de cómo se han desarrollado las cosas ahí afuera desde entonces.
— Escucha Juan, la puerta.
— ¡Juan Orive y Alberto Zecoto, salgan!
Obedecemos la orden que el guardia nos
ha dado desde la puerta de la celda. Otros dos guardias, fuera, nos esposan y
nos conducen de nuevo a la presencia de Zubiaurre.
Como la vez anterior parece estar
examinando papeles. Pasados unos minutos, levanta la vista y nos interpela.
— Bien, señores — nos dice — ¿Han
reflexionado sobre lo que les pregunté? ¿Están dispuestos a darme la
información que les pedí?
Su mirada pasa a fijarse, ora en uno,
ora en otro, esperando una respuesta de nuestra parte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario