domingo, 19 de junio de 2016

El golpista - Los chicos XXVI

— ¿Nos conoce usted? — Me dice el chico mayor mientras la sonrisa desaparece de su cara e inicia un movimiento para irse.

Le sonrío y le acaricio la cabeza. Parece que se tranquiliza

— ¿No ha vuelto vuestra mamá? El chico mayor baja la cabeza y hace movimientos negativos mientras el pequeño inicia un silencioso llanto. Les acaricio y les tomo de la mano.

— Vamos a comer algo — les digo.

Iniciamos la bajada del cerro. Por el camino, nos cruzamos con algunos grupos de soldados. Los chicos se aprietan a mí cuando pasamos cerca de ellos. Las huellas de la violencia de los últimos días aún están en las calles: disparos en las paredes, ranchitos destrozados, algún coche todoterreno cargado con gente armada…No paramos hasta encontrar una fuente de soda.

― ¿Os gusta el sitio, chicos? — les pregunto.

Asienten y nos sentamos en una mesa libre; una en la que hay sombra. El ambiente aquí es más relajado que en el cerro. Los chicos vuelven a sonreír y parecen confiados. Sus ojos persiguen las copas llenas con jugos de frutas, de diferentes colores, que van hacia las otras mesas.

— ¿De qué queréis el jugo? — pregunto.

— De piña. — De papaya. — dicen, hablando los dos a la vez.

Mientras esperamos a que el mesero traiga los jugos, trato de averiguar más sobre ellos.

— Bien, chicos, ¿me decís vuestros nombres?

— Juan — me dice el mayor.

— Gabriel — me dice el pequeño.

— ¿Por qué andabais solos en el cerro? Es peligroso, les digo, tratando de confirmar mis sospechas.


— Papá se fue hace muchos días y a mamá se la llevaron los soldados — me dice Gabriel —. Juan pide plata a la gente para comer y dormimos solos en nuestro ranchito. Quiero que papá y mamá vuelvan.

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