martes, 21 de enero de 2014

El chico de la hamaca (XXV)


Algunos domingos, en el escaso tiempo libre que les quedara, se reunían entre ellos y con otros paisanos para compartir experiencias y por la necesidad de arroparse dándose compañía. Los pequeños permisos de que dispusieran, los utilizaban para visitar a los abuelos en el pueblo, lo que suponía, también, una pequeña aventura, dados los escasos medios de transporte de la época; Un viaje en tren hasta un lugar relativamente cercano, o alejado, según se mirase, y otro tramo, a lomos de la yegua tuerta en la que el abuelo iba a buscarlos.

 

En los años pasados en la tienda, situada en la esquina de las calles Ferrocarril y Batalla del Salado,  el padre del chico se hizo muy popular en el barrio, era un hombre de buen carácter y cumplidor. La actividad era propicia para conocer y relacionarse con toda la gente de los alrededores y eso eso le permitió conocer a Lucía quien, años más tarde, se convertiría en su mujer. Sin que ella lo sospechara, fue provocando en él algún tipo de admiración e interés, principalmente por su fuerte carácter, pero quizás en ese momento sus sentimientos no estuviesen suficientemente definidos. El caso es que no se atrevió a manifestarlos.

 

Lucía vivía, con su familia, dos casas más abajo, donde sus padres eran  porteros. Habían llegado de Cuenca hacía algún tiempo. José y Benita, eran de la zona de Molina de Aragón,  casi todos sus hijos habían nacido en pueblos próximos a los Montes Universales: Morenilla, Hombrados, Checa, Beteta…, donde José había sido guarda forestal y que al final, terminó trabajando en aserradero en Cuenca capital. Por esa razón, todos los hijos varones terminaron trabajando en la industria de la madera.

 

La actividad comercial en la tienda, le hacía tener mucha relación con todos ellos. Con la  madre, Benita, una buenísima mujer según el decir de todos, por ser clienta de la tienda. Con el padre y los hermanos, por ser asiduos clientes de la taberna anexa. Se había establecido una suerte de amistad entre todos ellos que, en aquel momento, no parecía que fuera a convertirse en otra cosa.

 

Transcurrido algún tiempo, el padre del chico decidió dar otro paso en la definición de su vida, quería hacerse con su propia tienda. Había llegado a ser encargado de la tienda de Ferrocarril, pero no era esto lo que él deseaba, e inició uno de los viajes de visita a los padres, esta vez con la intención de pedirles alguna ayuda económica, que le permitiese, junto con sus propios ahorros, convertirse en dueño de su propio negocio.

 

Este viaje tuvo una importancia insospechada. En su transcurso, estalló la Guerra Civil. Esto supuso la cancelación momentánea de sus proyectos, y la separación de sus hermanos. Ellos siguieron la vida en Madrid sufriendo todas las vicisitudes del cerco, con la desgracia añadida de la muerte de uno de ellos, Emeterio, fallecido durante el bombardeo de un convoy militar cerca de Pozuelo. Nunca se consiguió determinar exactamente el lugar de su muerte, ni donde fuera enterrado su cadáver a pesar de los intentos de la familia por averiguarlo.

 

Él tuvo más suerte, se quedó en el pueblo ayudando a sus padres en las tareas del campo; nadie lo reclamó para incorporarse a la contienda, ni ningún vecino del pueblo intervino para denunciar la situación irregular  en la que se encontraba. Realmente, debería haber sido alistado, como la mayor parte de los hombres jóvenes, en uno u otro bando, en función del área geográfica en la que les hubiera tocado estar en ese momento, pero la suerte y la buena voluntad de sus vecinos, le permitieron quedarse en el pueblo, al margen del conflicto.

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