Algunos domingos, en el escaso tiempo libre
que les quedara, se reunían entre ellos y con otros paisanos para compartir
experiencias y por la necesidad de arroparse dándose compañía. Los pequeños
permisos de que dispusieran, los utilizaban para visitar a los abuelos en el
pueblo, lo que suponía, también, una pequeña aventura, dados los escasos medios
de transporte de la época; Un viaje en tren hasta un lugar relativamente
cercano, o alejado, según se mirase, y otro tramo, a lomos de la yegua tuerta
en la que el abuelo iba a buscarlos.
En los años pasados en la tienda, situada en
la esquina de las calles Ferrocarril y Batalla del Salado, el padre del chico se hizo muy popular en el
barrio, era un hombre de buen carácter y cumplidor. La actividad era propicia
para conocer y relacionarse con toda la gente de los alrededores y eso eso le
permitió conocer a Lucía quien, años más tarde, se convertiría en su mujer. Sin
que ella lo sospechara, fue provocando en él algún tipo de admiración e
interés, principalmente por su fuerte carácter, pero quizás en ese momento sus
sentimientos no estuviesen suficientemente definidos. El caso es que no se
atrevió a manifestarlos.
Lucía vivía, con su familia, dos casas más
abajo, donde sus padres eran porteros.
Habían llegado de Cuenca hacía algún tiempo. José y Benita, eran de la zona de
Molina de Aragón, casi todos sus hijos
habían nacido en pueblos próximos a los Montes Universales: Morenilla,
Hombrados, Checa, Beteta…, donde José había sido guarda forestal y que al
final, terminó trabajando en aserradero en Cuenca capital. Por esa razón, todos
los hijos varones terminaron trabajando en la industria de la madera.
La actividad comercial en la tienda, le hacía
tener mucha relación con todos ellos. Con la
madre, Benita, una buenísima mujer según el decir de todos, por ser
clienta de la tienda. Con el padre y los hermanos, por ser asiduos clientes de
la taberna anexa. Se había establecido una suerte de amistad entre todos ellos
que, en aquel momento, no parecía que fuera a convertirse en otra cosa.
Transcurrido algún tiempo, el padre del chico
decidió dar otro paso en la definición de su vida, quería hacerse con su propia
tienda. Había llegado a ser encargado de la tienda de Ferrocarril, pero no era
esto lo que él deseaba, e inició uno de los viajes de visita a los padres, esta
vez con la intención de pedirles alguna ayuda económica, que le permitiese,
junto con sus propios ahorros, convertirse en dueño de su propio negocio.
Este viaje tuvo una importancia insospechada.
En su transcurso, estalló la Guerra Civil. Esto supuso la cancelación
momentánea de sus proyectos, y la separación de sus hermanos. Ellos siguieron
la vida en Madrid sufriendo todas las vicisitudes del cerco, con la desgracia
añadida de la muerte de uno de ellos, Emeterio, fallecido durante el bombardeo
de un convoy militar cerca de Pozuelo. Nunca se consiguió determinar
exactamente el lugar de su muerte, ni donde fuera enterrado su cadáver a pesar
de los intentos de la familia por averiguarlo.
Él tuvo más suerte, se quedó en el pueblo
ayudando a sus padres en las tareas del campo; nadie lo reclamó para
incorporarse a la contienda, ni ningún vecino del pueblo intervino para
denunciar la situación irregular en la
que se encontraba. Realmente, debería haber sido alistado, como la mayor parte
de los hombres jóvenes, en uno u otro bando, en función del área geográfica en
la que les hubiera tocado estar en ese momento, pero la suerte y la buena
voluntad de sus vecinos, le permitieron quedarse en el pueblo, al margen del
conflicto.
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