Las fiestas del barrio suponen, para mí, un
incentivo en la monotonía del verano. Los gigantes y cabezudos pasan temprano
delante de los balcones de mi casa y, ese día, me levanto más temprano para
poder verlos. Los gigantes, una pareja real, llevan coronas en las cabezas,
rozan con ellas la barandilla del balcón, casi puedo tocarlos. Bailan al son de
la música que toca la banda municipal, bueno, más bien bailan prescindiendo de
ella; en especial, los cabezudos que se limitan a correr detrás de los chavales
y les sueltan algún que otro palo con las varas que llevan. Es un espectáculo
que pasa rápido y, a veces, se repite si
en su ruta está la calle que cruza la mía en perpendicular. De cuando en
cuando, la comparsa hace un alto para reponer fuerzas ante algunos
establecimientos previamente concertados. Uno de estos puntos obligados es, año
tras año, la lechería de Mariano Casillas, que saca una cántara de leche a la
puerta del establecimiento para servirla, en grandes vasos, a músicos, gigantes
y cabezudos.
Por la tarde, el día de la Virgen del Carmen,
vuelve a haber espectáculo. La procesión pasa también bajo los balcones de mi
casa. La preside el teniente de alcalde del distrito a quien acompaña la banda
municipal; el padre Plácido dirige los cánticos, con su voz ronca y poderosa,
de las beatas que acompañan a la procesión; algunas, hasta llevan mantilla. Al
paso de la procesión, los comercios están obligados a cerrar sus puertas y, de
alguna manera, todos los vecinos se sienten obligados a colgar, de sus balcones
y ventanas, colchas y banderas de España. Las colchas ganan por mayoría.
Algunos años, la procesión ha tenido que ser suspendida a causa del aguacero
producido por una tormenta de verano.
Algunas tardes, si los actos no se celebran
lejos de mi casa, vamos a ver algunos concursos: cucaña, carreras de sacos...
La cucaña es un concurso que deja tremendas huellas en los participantes y que,
generalmente, no gana el más valiente o
arriesgado. El que se lanza primero a gatear por el poste embadurnado de jabón
en pos del premio ─ suele ser un jamón ─, lo único que consigue es limpiar el
camino a los siguientes concursantes que ya, con el poste más limpio, alcanzan
el premio con más facilidad.
Los trompazos que se dan los participantes en
la carrera de sacos divierten a la gente. Es difícil correr dando saltos con
las piernas dentro de un saco, la mayoría no consiguen llegar a la meta y
terminan rodando por el suelo.
Esto cada día es más aburrido. Ya han pasado
las fiestas y vuelve la monotonía. Dormir mucho, desayunar oyendo la radio,
bajar con la hamaca a la sombra de la acacia, leer, subir a comer, echar la
siesta, volver a bajar a la sombra de la acacia cuando han pasado las horas de
más calor, charlar con alguien que se acerca, jugar a ratos con alguno de los
chavales que han quedado en la calle a pesar de las vacaciones de verano ─ No
todos tienen familia en un pueblo donde ir a pasar unos días ─ ni mucho menos
tienen sus padres dinero para pagarse unas vacaciones fuera de Madrid.
No hay comentarios:
Publicar un comentario