miércoles, 17 de julio de 2013

El chico de la hamaca

Prólogo

La calle, estrecha y ruidosa, típica de un barrio obrero a principio de los años cincuenta en Madrid. Un barrio que, durante la guerra civil, había recibido el apelativo de “La Rusia chica”.

La ropa de la colada ondeaba en balcones y terrazas como banderas multicolores. Ningún lujo se advertía en ellas, más bien remiendos y parches, a menudo de tejidos diferentes a los originales a los que sustituían. El único atractivo era las líneas de acacias que flanqueaban la calle desde ambas aceras, proporcionando una benéfica sombra en los días calurosos del verano. En primavera ofrecían diminutas flores blancas, “Pan y quesillo” era el nombre vulgar que recibían, que, incluso, eran comidas por los chavales.

Apareció como por sorpresa bajo una de las acacias; justo la que estaba frente a los balcones de su casa. Era un chiquillo pálido, de unos doce años, que parecía como atemorizado o avergonzado con la situación. Sentado en una hamaca, con un jersey, innecesario para la época del año y la temperatura ambiente, y con unos cuantos "tebeos" sobre las rodillas con los que entretener el tiempo y, a la vez, aislarse de las miradas, entre curiosas y extrañadas, de la gente.

Hacía mucho tiempo que había desaparecido de la vida del barrio. Un largo paréntesis en su, relativamente, corta vida, separaba lo que había sido la primera parte de su niñez, feliz y activa, donde no había tiempo suficiente para los juegos más duros, compartidos normalmente con otros chavales mayores que él y de los que no siempre salía bien parado, de la situación actual en la que una extraña enfermedad le mantenía en una forzada inactividad que le hacía irreconocible para sus antiguos amigos, que parecían tener reparos para reanudar la antigua relación en este nuevo escenario.

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