Después de un pequeño
conciliábulo, uno de los hombres que estaban sentados alrededor de la mesita se
dirigió a mí en árabe. Por señas, traté de hacerle ver que no había entendido
nada. Eso pareció sorprenderles, entonces, otro de los secuestradores se
dirigió a mí en francés.
Solo había estudiado francés
durante un corto espacio de tiempo, durante el bachillerato, pero pude entender
que me preguntaba quién era yo, aunque, como si ya lo supiesen. Como pude, les
expliqué que yo era español, les di mi nombre, les entregué mi documentación y,
cuando la vieron, se excitaron sobre manera. Parecían discutir si yo era quien
decía ser, o estaba disimulando mi identidad.
El tiempo había pasado, el
sol amenazaba con aparecer en el horizonte y eso les puso nerviosos; recogieron
las jaimas con mucha prisa, montamos en los todoterrenos de que disponían y partimos
de nuevo hacia el sur.
No sé cuántos días estuvimos
viajando. Tan pronto llegábamos a aldeas donde les recibían con vítores, como
entraban en poblados a sangre y fuego y arrasaban todo lo que encontraban a su
paso. Nunca había visto una gente tan violenta. En los descansos de aquellas
correrías volvían a interrogarme y cuando, finalmente, se convencieron de que yo
no era quien ellos habían esperado, se propusieron conseguir un rescate por mí.
Les dije que no tenía familia con quien contactar, que se pusiesen en contacto
con un consulado español, que mis compañeros de excursión habrían denunciado el
secuestro y me estaría buscando la
policía tunecina, la embajada española…, yo que sé.
No sé qué gestiones
hicieron, o si hicieron alguna, el hecho que me fueron asumiendo como alguien
no tan extraño y me dejaban algún grado de libertad cuando descansaban en
alguno de sus campamentos ¿Dónde iba a ir en medio del desierto? Me fui
adaptando a sus costumbres y, todavía hoy, me pregunto por qué no me mataron
después de tanto tiempo.
Un día, revolviendo en mí ya
destrozada mochila, encontré la tarjeta de visita que Omar me había dado en el
vuelo hacia Túnez y se la entregué. Les dije que se pusiesen en contacto con
él, que era una persona importante y que quizás les pudiese dar alguna salida a
mí situación… Pareció interesarles la posibilidad y se quedaron con la tarjeta.
Como dos semanas después, en uno de los descansos, uno de los secuestradores me
puso en la oreja un teléfono móvil. Al otro lado de la línea pude oír la voz de
Omar:
― ¿Cómo se encuentra usted?
No sabe cómo lamento lo que le ha sucedido, le pido disculpas en nombre de mi
país. Hubo una gran conmoción cuando sus compañeros de excursión volvieron y
relataron su secuestro. Mi gobierno y la embajada española han estado
investigando sin conseguir saber nada de usted. Ahora, que hace ya más de dos
años de su desaparición y nadie contaba con que usted estuviese vivo, he
recibido esta llamada, no sé de dónde, y me piden un rescate por usted ¿Qué
puedo hacer?
― No sé qué decirle, Omar.
Usted no tendría que estar involucrado en esto, pero su tarjeta me pareció la
última oportunidad que tenía de contactar con alguien. Pida toda la ayuda que
necesite a la embajada española y vean si pueden negociar mi libertad con
suficientes garantías. Yo me haría cargo, en cuanto llegase a España, de
devolverles el coste del rescate que hayan tenido que pagar. No veo otra
alternativa a la situación.
― No tenga duda ― me dijo ―
cuente con que haré todo lo que esté en mi mano.
― El hombre que me vigilaba
me quitó el teléfono de la oreja y, tras decirle algo a Omar, cortó la comunicación.
Como un mes más tarde, el
mismo grupo de hombres que me había secuestrado me subieron de nuevo al
todoterreno y, después de tres días de viaje, me dejaron en una casucha semiderruida
en medio del desierto; me desataron, me dejaron agua y algunos dátiles y se
marcharon a toda velocidad hacia el sur. No sé qué tiempo pasó ― estaba
totalmente aturdido ― hasta que un destacamento del ejército tunecino llegó a
rescatarme y me trasladaron a la capital, donde, después de unos
interrogatorios ante el embajador español, tratando de averiguar lo que había
sucedido a lo largo de tanto tiempo, me entregaron a él, quien me llevó a la
embajada. Allí me encontré con Omar y Hafed que se mostraron absolutamente
felices de verme de vuelta. Les agradecí su interés y su actuación en pos de mi
liberación de la forma más efusiva que me fue posible. Si no les hubiera
conocido en el vuelo y sin su intervención posterior, puede ser que no
estuviera aquí contándote esta historia.
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